viernes, 14 de agosto de 2015

La acción de no poder dormir

Otro yo mismo, por Mari Hechim

No es inusual que una persona busque y encuentre compañía para hacer cosas, pues algo distintivo del ser humano es estar con otro. A pesar de que hay muchas acciones humanas que pueden realizarse tranquilamente a solas, las mismas son también interesantes, o más, cuando se realizan con otro o con otros. No voy a cometer la torpeza de denigrar a los lectores enumerando tales actividades. Doy un solo ejemplo: leer. Pero pocos tienen compañía durante la acción de no dormir. Yo, sí. Soy una privilegiada. Mi gata se insomnia conmigo.
Mi Negrita se acuesta a dormir en el sofá a mi lado cuando leo o miro televisión o juego en la notebook. No bien decido subir a dormir, ella se despierta y sube los escalones conmigo. El ritual obliga a que ella vaya dos escalones por delante. Y en el segundo se detiene. Yo debo, a mi vez, detenerme y acariciarle el lomito. Cuando no estoy demasiado cansada la caricia es cuidadosa y lenta. Lo otro es alargar la mano y darle un empujoncito, dale que quiero dormir. Y otros dos escalones, y así. En los dos últimos, ella se estira y llega al piso de arriba con la panza rozando el suelo.
Se acuesta al lado mío, en la cama, y lo que sea, yo leo y ella se acurruca, etc. Antes de que yo me duerma ella abandona la partida y baja a su sofá. Y la mañana la encuentra de nuevo junto a mí. Eso sí: no saldrá del reposo antes de que yo lo haga, sea la hora que sea.
Anoche tuve insomnio, así que, luego de leer y jugar al mahjong, me levanté, decidida a no angustiarme ni nada. Decidí revisar los cajones del escritorio de arriba, porque van a venir gentes a arreglar esa parte de la casa. Empecé a sacar cosas, jugando a que yo había muerto y quería saber qué cosas guardaba de mi intimidad. Benditas sean las largas vidas que dejan pequeñas, desdeñables huellas en el mundo, que, si bien pueden desbaratarse con un solo ademán, también pueden hablar largamente sobre la vida de alguien, si querés escuchar. Dibujos, cartitas, ternuritas de la hija, muchos apuntes relacionados con el trabajo, una fotocopia de un libro de poetas derviches del litoral, folletos de turismo, recibos de sueldo que eludieron la carpeta obligatoria, sobres en blanco, una goma, monedas de distintos países, lapiceras desechables, un libro con dibujos de Aimá del 72: innumerables trazas de trabajos y amores que van quedando reducidos a un pequeño cajón que adelanta al definitivo. Y, sorpresa, muchas cartas y poemas de amor: de alumnos, de amigos, de novios. Hermosos poemas cuyos autores no han consignado fechas, pero que han garabateado unas iniciales, un nombre quizás ilegible u olvidado, ofrendas en las que el tiempo ha trabajado la tinta hasta casi desvanecerla, etérea. Un poema de Fernando que firma: tu pollo.
Y cuando el cansancio y la historia me agotan, guardo y cierro todo, y la veo a ella, sentadita al lado mío, con la cabeza apoyada en las patas, sin entender mis lágrimas. Vamos a dormir, loca, le digo.

Publicada en Pausa #159, miércoles 12 de agosto de 2015
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