viernes, 6 de junio de 2014

El sabor del encuentro

Variopinta, por Federico Coutaz

Abandono San Martín y tomo Obispo Gelabert, entro a la cafetería. Así empezaba ese relato suyo que procuro imitar literalmente. Encuentro el lugar, hay mucha gente, consigo una mesa arrinconada y me pregunto si será la misma en la que usted escribió ese texto que me mandó con seudónimo hace un tiempo y que yo leí con perplejidad y placer. Pido una cerveza y pienso que faltó a la verdad cuando dijo que tomó café, la imagino pidiendo algún tipo de té que no sé nombrar. Repaso el lugar con la mirada y confirmo lo que en su relato yo le decía: el mobiliario está súbitamente añejado (nunca digo “súbitamente añejado”, ni “mobiliario” pero en este caso ciertamente es eficaz) entonces imagino inútilmente su risa, esa que, siguiendo su historia, conseguía despertar mi comentario, quizás sonrío, apenas.
En su relato me trataba de usted y así fue después de que yo le contestara y usted me volviera a contestar y así. En todo este tiempo intercambiamos gustos y pareceres, hablamos sobre los refranes, los druidas, los panaderos anarquistas, el eclipse, Endimión, los dos poemas ingleses, los dobles, los milagros secretos, los viajes, Brassens, el fútbol, Prévert, los animales, los fantasmas, la colonización de la imagen y una magnolia.
En su relato, yo la reconocía en esta cafetería pero nuestro encuentro casual era luego una ensoñación que se deshacía como el agua en el agua y la realidad era que yo no la conocía y que usted me había visto una sola vez. Pero esa escena imposible prefiguraba la posibilidad de que, en otra circunstancia, yo me sentara en la silla frente a la suya y los tiempos se confundieran de tal forma que pudiera afirmarse que tuvimos un encuentro entre una tarde de febrero y esta noche de otoño.
La moza viene con la cerveza, trae dos vasos, me pregunta si voy a estar solo, le digo que sí, porque sé que usted no bebe y porque no quiero explicarle que estoy cumpliendo un encuentro trazado hace meses con una mujer que nunca vi (ni sé su nombre).
Después de todo, no sería tan difícil entenderlo, no es distinto de lo que pasa ahora que yo escribo, y ahora que, en otro lado, alguien está leyendo estas palabras y advierte, quizás con desilusión, que este relato termina así.

Publicada en Pausa #134, miércoles 28 de mayo de 2014
Encontrá Pausa en estos kioscos

No hay comentarios: