La calle, por José Luis Pagés
Ella, la misma que esa mañana le anudó la corbata, le limpia
los labios ahora. Con una gasa húmeda le quita la sangre reseca. ¿Qué ocurrió
ese día? Los que hablan del Hospital Naval están junto a su cama. Aseguran
ellos que él cayó de una antena, “La torre”, dicen. Apenas su mano derecha
responde a su voluntad, el resto no siente nada. Él –era su deber– había
informado sobre una interferencia en la línea del general Videla. La novedad
llegó al gobernador-almirante cuando él nada sabía de internas. El propio
almirante –escucha ahora– facilitará su traslado al Hospital Naval. Luego, su
mano derecha escribe: “No dejes que me
lleven”. Después, el director del hospital santafesino le jura a ella que nada
ni nadie lo moverá de allí.
Cuando el general llegó a la Casa Gris él, curioso
como cualquiera, se asomó a un balcón interno. Entonces sintió que lo tomaban
por las piernas y lo levantaban en andas. ¡No! El general subía la escalinata
cuando su corbata ya flameaba en el aire. ¡No! Pero un viento favorable soplaba
en dirección a ella y él se dejaba llevar, sí.
“¿Cómo estoy?”. Fracturas múltiples, golpes internos. “Nadie
se pone el mejor traje para trepar una antena”, dice la mujer que le anudó la
corbata.
Como aquella mañana pero un cuarto de siglo después, él se
debate todavía entre decir su verdad o aceptar, definitivamente, que sufrió un
accidente.
Publicada en Pausa #133, miércoles 7 de mayo de 2014
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