Una selección de las nuevas incorporaciones de la DVDteca del Cine Club Santa Fe, ideal para cinéfilos de todas las edades y gustos
Por Donnie Zerbatto
El año pasado volvimos con Bibi a la sala del América en el verano, en un acto compulsivo. Así uno se mueve cuando se está de vacaciones, no se viajó, y sucede al menos una cosa, algo. En ese océano silencioso de crema caliente que es la Santa Fe veraniega se respira lentito, mirando al vacío, esperando que algo pase, algo más que refrescarnos desde la tripa con porrón. Y bueno, algo pasó.
La película que vimos fue una bomba. Era el comienzo de la temporada del ciclo DeSvelado o de las funciones regulares de cineclú, no recuerdo bien y no importa. Capaz era algo que llaman “pretemporada”, término que hoy suena más a arenasol, chicos bronceados y sudorosos y las roscas téycésporteras de Marcelo ¿cómo se puede tener orgullo de ser el auténtico gordito dueño de la pelota? Palacios.
Hasta hace poco no recordaba cómo se llamaba la peli misma. Se trataba de una retahíla de cortos (alrededor de 30) de cineastas seleccionados por Gilles Jacob, el capo del Festival de Cannes (un Oscar de los festivales, con todo el estilo sofisticado –frívolo y culto en el mismo gesto– de la realeza francesa) con un tema común, el cine mismo. Suena a pedorrada autorreferencial. Pero allí estaban los cuerpos que uno tocó en una sala, las maneras en que allí se puede hachar una cabeza, las memorias que se evocan, el pasado y el futuro del arte, las formas en que diferentes pueblos sienten, cuando entran a la sala, ese pequeño vértigo del corazón cuando la luz se apaga y comienza la película. Jacob no es zonzo: Lars von Trier se explica a sí mismo, Walter Salles muestra que el Brasil profundo también es carnaval, David Cronenberg nos sitúa en El suicidio del último judío del mundo en el último cine del mundo, Hsiao-Hsien Hou nos recuerda el glamour de las viejas salas orientales, Nanni Moretti hace su Caro Diario, pero como espectador, Gus Van Sant nos entrega al erotismo…
Cuando termino de ver una bomba me pasan tres cosas. Me pongo cargoso con Bibi, por la felicidad. Voy a comer (saliendo del América es más fácil, porque la entrada vale la tercera parte que la del multicine). Y me angustio porque no le pude avisar a más gente para que fuese. La tristeza (que es como la angustia, pero con palabras) me duró hasta febrero de 2010. Eso es un año entero de neurosis; la fui morigerando en las sucesivas recomendaciones de pelis que salieron el año pasado en esta magna publicación.
Este verano, nuevamente, retorné al América. Recién entonces comprendí el irrefutable poder que tiene la devedeteca del cineclú sobre mi psiquis. Allí estaba esperándome el fin de mi melancolía, allí estaba Chacun son cinéma ou Ce petit coup au coeur quand la lumière s’éteint et que le film commence (2007), la selección de cortos de Jacob (se la pide diciendo “chacúnsoncinemá”).
El trailer de Chacun son cinema...
Es que todos los años, cuando llega enero, la devedeteca del cineclú crece, crece y crece con todos los títulos que se pasaron en los ciclos más pulenta durante el último período de proyecciones. Empezaron en 2007 con 120 pelis. Hoy, con las 81 nuevas que sumaron en enero, los socios de cineclú (por 20 míseras morlas mensuales) tienen a disposición un total de ¡504 títulos para sacar gratis, de a dos por semana!
No repasaremos el listado total. Lo hicimos, con gran éxito, en el número 44. Si lo quieren, mandan meil y le mandamos la edición, gratarola, con mi firma en tinta china y una marca de beso con rouge.
De lo que sí no nos vamos a privar –ya no lo hicimos con Chacun– es de pasarte acá algunas –unas pocas nomás– estrellas del pack de nuevos jugadores de esta selección internacional.
Línea de tres creativa en el fondo. Métale ácido a la marula con tres exponentes de la psicodelia posta post (no la MTV de los ’90 u hoy VH1… la psicodelia de cuando se podía combinar la explosión de las drogas sintéticas y una libertad sexual no pestífera). Una musical humorística, saltarina y sarcástica: Lisztomanía (1969), de Ken Russell, narra la vida del pianista Franz Liszt –encarnado por Roger Daltrey, voz de los Who–, como si fuera un músico hiperfamoso perseguido por fans sedientas, superhéroe que nos salva de un Hitler Frankestein. Muy cerca, The Rocky Horror Picture Show (1975), de Jim Sharman, bizarra historia con la auténtica parejita en problemas; esta vez en las garras del Doctor Frank-N-Furter, en plena convención con extraterrestres del planeta Transsexual. Al medio, como Garcé, la profética, interpeladora y avanzada Invasión (1969), dirigida por Hugo Santiago, cuya historia original es de Borges y Bioy Casares –quien diga que esos dos casquivanos no sabían ser psicodélicos no entienden nada, pero de nada, ni siquiera deben saber leer el reloj– y su screenplay de Jorge Luis y Santiago. Ninguna es para toda la familia.
Dos laterales, uno que raspa, corre y mete y una pibita divertida y goleadora. Vals con Bachir (2008) de Ari Folman, una animación de puta madre (si bien se traiciona al final) con la presencia del director (de varias maneras, en varios tiempos y estados mentales). Una suerte de documental de guerra en primera persona, con testimonios de los veteranos israelíes que perpetraron la masacre de palestinos refugiados en Sabra y Chatila, durante la guerra del Líbano de 1982. En el costado opuesto de la cancha, el adolescente, cómico y feliz animé La chica que saltó a través del tiempo (2006), de Mamoru Hosoda, es especial para un domingoalatarde con amistades y bizcochuelo para la lija. Homenajes a todas las corrientes pictóricas, la vibración sentimental de un trío de estudiantes de secundario y el mortal vértigo de una alegre jovencita con su bicicleta y con una máquina del tiempo que le permite sonar con poder vivirlo todo.
Doble cinco: un viejito tira para adelante y otro que corta, pasa y repite. ¿Quién se puede negar a sentarse con un sobrino de entre 12 y 25 años para desasnarlo a todo vapor con La naranja mecánica (1971), de Stanley Kubrik? No falla; lección de cine, de ciencia ficción, de ultraviolencia y de actuación (nadie en el mundo habla el inglés como Malcolm McDowell). Al lado, la neurosis creativa. Es el bueno de Lars von Trier, que hace lo de siempre: poner su obsesión variando el género. Hizo una historia de amor (Contra viento y marea), un musical (Bailarina en la oscuridad…¿quién más que Björk para un musical de este muchacho?), un manifiesto escandaloso para la industria (Los idiotas, “la” peli del –esto suena a reliquia arqueológica– Dogma ’95), una ¡comedia! (El jefe de todo esto, que supimos recomendar el año pasado y que está en la devedeteca), un trío de films políticos (Dogville, Manderlay y la por llegar Washington), una de terror (la cosa más escalofriante y horrorosa de la historia de la humanidad, Anticristo) y, finalmente, la que aquí recomendamos. Las cinco obstrucciones (2003) es el ensayo, la exposición del pensamiento de von Trier sobre la estética y el acto creativo, la filiación y el parricidio artístico, en un diálogo cinematográfico con el director que tomó como maestro, Jørgen Leth. Mírela y vuélvase interesante.
Pipita, Messi y el 10 que nos falta, que no es otro que el mejor amigo de la casa, Park Chan-Wook. Ningún título nuevo de este crack es incorporación fresca, pero nos gusta tanto que recomendamos con énfasis las cinco pelis que hay a disposición (sobre todo la que ya reseñamos, Simpatía por la señorita venganza, de 2005). Después, el puro gore, sangre, sangre, sangre y humor negro con Ichi, the killer (2001), del extrañísimo Takashi Miike. Y una alta obra de teoría tecnobiopolítica: Ghost in the shell 2.0 (2008), de Mamoru Oshii disuelve a puro animé la charamusca humanista sin dejar de advertir sobre el infierno de la máquina y de ubicar la radicalidad de los cambios cognitivos y subjetivos de la conectividad.
Y en el banco, la tradición europea: A la variedad casi exhaustiva de títulos que ya hay de Truffaut, Resnais o Antonioni, este año se suman ocho de Roberto Rossellini y ocho de Ingmar Bergman –entre ellos, El séptimo sello (1957) y Gritos y susurros (1972)– y dos del revulsivo Werner Herzog (uno de ellos es Lecciones de la oscuridad, de 1992, una puesta en tensión de la verdad del ojo de la cámara, en el marco del trabajo de los apagadores de incendios de pozos petroleros, tras la guerra de Kuwait promovida por Bush padre).
Publicado en Pausa #52
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