viernes, 30 de mayo de 2014

Amor de primera

Otro yo mismo, por Mari Hechim

Es difícil, en una siesta de invierno santafesina, saber de qué verano se trata, en especial entre la una y las tres. El sol parece ignorar la fecha de junio y uno, por la fuerza del hábito, se resiste a sacarse el pulóver, por lo que la ignominia crece. Ella ni lo percibe, porque está ahí, apoyados los brazos cruzados en la columnita de la puerta de su casa, y lo ve venir, domingo adelante, con una sonrisa que se esboza en su rostro, un poco estirada para el costado derecho, vacilante entre ser irónica o alegre. Se para frente a ella y se miran y él empieza a hablar de la escuela. Ella no esconde el brillo de su mirada: él es el más alto del curso, el más inteligente en matemáticas. En la semana pasada hubo una prueba, él le pasó los resultados. Y a veces ella lo ayuda en lengua. Hace pocos días llegó una nueva vecina al barrio, Liliana, una chica con un increíble pelo lacio y castaño claro; él dice: Es un poco ruidosa –como si dijéramos, no es tan linda. Después hablan de Hugo, el más simpático. Ella dice: No es muy alto. Entonces, con un gesto brusco no exento de ternura, él se inclina y roza con sus labios la comisura izquierda de los suyos. Ella hace dos gestos breves y sucesivos: se inclina hacia adelante para recibir el beso, y se tira para atrás y se ríe. Para ocultar su turbación, él mira hacia el suelo, se pone las dos manos en los bolsillos del jean, también se ríe. Ella dice: el 27 vamos a hacer una fiestita en casa, ¿vas a venir? cumplo los 11.

Publicada en Pausa #134, miércoles 28 de mayo de 2014
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