viernes, 30 de mayo de 2014

Ahí afuera

La calle, por José Luis Pagés

Al salir de la clínica extiende un brazo y un taxi se detiene. Que es una persona aprensiva, ha dicho el médico. Los resultados de los análisis son dudosos. El chofer le pide que se acomode de una vez y cierre la puerta. “Perdone”, agrega, “pero acaban de asaltarme. Me pusieron un cuchillo acá, en la garganta”. Promete pasarles por encima. No volverá al laboratorio porque es tarde, pero pasará por el mercadito. “La gente que se queda callada como usted debe estar del lado de los chorros, ¿no?”. La frenada es brusca. Paga, baja y tropieza con una escena inesperada: un albañil pelea con una enorme hormigonera que atrapó su camisa entre los engranajes. Cierra los ojos y, cuando los abre, el obrero mira la manga hecha jirones. Entra al mercadito y se detiene ante un mostrador. El carnicero fuma, no habla y a causa del humo lo mira con un solo ojo. El pucho se consume en su boca. Siente el impulso de contar el incidente entre el hombre y la máquina, pero el carnicero pone en marcha la picadora, el motor aturde, la ceniza cae en el amasijo de carne. Al llegar a su casa cierra con doble vuelta de llave, pasa el cerrojo y pega un ojo a la mirilla. Allá afuera cree ver una figura humana. Le falta el aire, le cuesta respirar. Llaman a la puerta.

Publicada en Pausa #134, miércoles 28 de mayo de 2014
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