viernes, 30 de mayo de 2014

Disco, baby disco


“Mi situación es objetable, porque a las claras no encajo en esto”, dice una canción de Babasónicos con la que me siento un poco bastante identificado. Hace unas noches, y solo porque un amigo me invitó a compartir un momento de felicidad con él, fui a un boliche y, evidentemente, es un lugar de esos en los que ya no encajo ni a propósito. El boliche y yo somos como una ficha cuadrada y otra en “T” del Tetris: por más maña, nunca van a encastrar correctamente.
Ojo, no es un ataque deliberado de viejo resentido que no tolera ver cómo la juventud se divierte y la pasa bien haciendo lo mismo que yo hice como mínimo una vez por semana durante casi 15 años. Incluso, siempre que se acerca el verano y los compromisos laborales menguan, con un amigo siempre nos prometemos que “¡Vamos a salir a romper la noche como antes y qué despelote que vamos a armar!”. Miren, ya me agita el querer terminar la frase, imagínense cuando salgo a cenar algo y hago fuerza para no querer volver a mi casa antes de la 1:00 am…
No, el problema no lo tiene el boliche; o sí, pero no es a él a quien le voy a echar la culpa de no tolerarlo. Que tenga todas las características de lo que Marc Augé denomina un “no-lugar”, no significa que no haya allí motivos de goce y placer; momentos en los que uno pudiera sentirse a gusto pasando un rato agradable. Que el humo, la música monótona y a volúmenes exorbitantes, la oscuridad mezclada con luces en flash intermitentes, el calor, la sed, las turbas zigzagueantes empujando, pisando y apretando me violenten, no significa que el boliche no tenga lo lindo que mucha gente disfruta. Porque, creo, si todo fuera una porquería, la gente no iría en masa como va, todos los sábados. No, por eso, como también dice Babasónicos, soy yo el que no “he conseguido verme un poco más normal”, el que no “he aprendido a actuar frente a vos”.
El hecho de entrar a un lugar claustrofílico y que lo primero que se me ocurra pensar es dónde están las salidas de emergencias me hace dar cuenta de que ahí adentro ya no tengo nada más que hacer. O el estar especulando con el tiempo que me quedaré y a la hora que ya estaría volviendo a mi casa me ponen en evidencia de que mis intenciones ya no son las mismas que las de los hombres encajados en Fiorucci; a menos que ahora esta marca de ropa se dedique a la producción de pantuflas. Lo mismo respecto de estar pendiente de cuánto me va a salir el taxi de vuelta a mi casa, cuando hasta hace unos años eso era inimaginable, ya que me volvía caminando o en colectivo… A ver enanito facho interior, no es que ahora no lo hago por la inseguridad, no lo hago por incomodidad.
Controlar la sed porque si tomás mucho al otro día estás todo el día tirado, hecho pelota con dolor de cabeza, es otro de los comportamientos típicos que atentan como el imperativo máximo de la disco: todos con el codito en la barra y una copa en la mano en pose “you know, you really looked good, you know I felt all right”. Sí, ya el riesgo de una posible resaca hace que durante la noche controle mis impulsos autodestructivos y la imagen. Por suerte, descubrí la pastillita mágica que te salta en el antidoping porque está llena de efedrina, cafeína y un montón de basuras más terminadas en “ina” para que al otro día te levantes productivo.
Y el otro día, claro. La mañana después. Porque esa es otra… antes no había mañana después. Me acostaba a las 3:30 y dormía hasta el mediodía. Ahora, me acueste a la hora que me acueste, a media mañana, a más tardar, ya estoy despierto con zumbidos hasta en los ojos, mareado y, como ahora también dejé de fumar, con un olor a pucho en la ropa espantoso.
Por suerte no soy el único al que le pasa y tengo amigos que se sienten igual de decrépitos que yo la mañana siguiente. Y que encima son mucho más jóvenes que yo. Y sí. Porque el problema del boliche el viernes a la noche es que ahora hay sábado a la mañana, y gracias a las redes sociales uno puede compartir sus desgracias con otros inmediatamente de ocurridas… ¿O cuándo creen que escribí esta columna sino la mismísima mañana después, luego de que quien me trajera a mi casa me dijera: “Vieja, no puedo respirar de los mocos”?

Publicada en Pausa #134, miércoles 28 de mayo de 2014
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