De cómo un homicidio devino en una persecución.
Por Milagros Argenti
El 13 de agosto, Marcelo Giménez (25) fue embestido por un camión tras intentar limpiarle el vidrio en la Avenida Alem. El hecho fue calificado como “accidente” por funcionarios y periodistas, y hubo hasta un dejo de justificación sobre lo ocurrido: “hacer la moneda” escurridor en mano es muy riesgoso, repetían. Que, según coincidentes testimonios, el conductor haya acelerado cuando Marcelo se le trepó al vehículo, que haya pasado dos semáforos en rojo y que terminara arrollándolo no fue suficiente para que alguien llamara al suceso por su nombre: homicidio. Lo importante era estigmatizar a los pibes que laburan en la calle y expiar culpas con soluciones no integrales.
Un mes después, el intendente José Corral lanzó el plan “Calles seguras: infancias y juventudes protegidas”, con el objetivo de “generar oportunidades de trabajo dignas, seguras y sostenidas” para los limpiavidrios. Se anunció la incorporación de varios a las cuadrillas municipales y la realización de gestiones con Provincia, Nación, instituciones y empresas. También se abrió una cuenta bancaria para que los vecinos efectúen aportes solidarios.
Pero lo cierto es que, como puntualizan desde La Casa de Juan Diego, “esto no es sólo un problema de falta de empleo. Estos jóvenes no han tenido oportunidad de armar un proyecto de vida”. Es necesario reparar, entonces, en sus contextos sociales, en las adicciones que muchos acarrean y en su necesidad de subsistencia diaria. Si algunos trabajan junto a sus hijos no es porque quieran, es que no pueden costear una guardería o no quieren dejarlos solos en barrios donde van a un seguro destino de violencia.
Limpiar vidrios, vender flores o manguear en las esquinas, es peligroso. Eso es innegable. Pero también lo es que los abordajes reduccionistas no resuelvan absolutamente nada.
Publicada en Pausa #128, miércoles 18 de diciembre de 2013
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