Por Alejandro David
A raíz de la edición remasterizada del disco Exile on Main St… mis antenitas de vinilo se volvieron a encender con la lengua insatisfecha y roja de sexo warholiano. Comenzaban los setenta y el duodécimo disco de los Rolling Stones los encontraba huyendo del fisco y de las persecuciones por drogas y escándalos de la pacata y somnolienta England, hacia la finca que Keith Richards alquilo en Villefranche-sur-mer en la Riviera francesa, donde se juntaron para grabar este glorioso disco, uno de sus tres mejores (no se puede elegir un sólo álbum de la banda de rock más grande y genial de todos los tiempos). ¡Ah!, por entonces el loco sexo-maniaco de Jagger se casó con Bianca Pérez Moreno de Macias, que era una hermosa modelo nicaraguense de la alta sociedad… ¡igual a Mick! (Recuerdo un capítulo de Pomelo en donde se enamoraba de una mina igualita a él… ¡Neneneneneee!).
Scorsese dijo que este disco representa la cultura rock por esencia. Es un disco doble, sucio y poderoso en su influencia soul y blusera a lo Stone.
Keith se instaló en este palacio decimonónico con historias de suicidios y ocupación nazi. Se llevó a su chef personal con recetas medicinales impropias. Junto con su pareja, la hermosísima Anita Pallenberg, estaban muy enganchados con la heroína. El sótano sirvió de ámbito propicio para crear un disco doble repleto de temas insuperables en 1972 y ahorita también. Cuenta la leyenda que hasta hubo un pequeño incendio y que el estudio móvil de los Rolling fue vanguardia en cuanto a grabar fuera de lo convencional.
Ya pasaban los treinta años y la amistad Jagger-Richards estaba en su mejor momento creativo. “Ventilator blues”, tema compartido con Mick Taylor, hacía referencia al único ventilador de la sala. “Sweet black angel”, dedicado a Angela Davis, activista política-marxista-pantera negra, ¡política stone! “Shine a light”, “Loving cup”, “Rip this Joint”: Mick Taylor dio nuevos brios a este dúo de compositores ingleses buceando en las raíces profundas del country, folk, soul, gospel; blues de autor. Parecía superada completamente la ausencia de quien fuera su mentor y creador Brian Jones.
Pero el panorama en el caluroso verano de 1971 parecía muy sombrío: el asesinato de un espectador en manos de un Ángel del Infierno en el recordado recital de Altamont puso a todos contra las cuerdas. La generación del amor se empezó a desdibujar hasta convertirse en los ochenta en un logo.
La de Villefranche-sur-mer fue la primera convivencia prolongada de la banda. Acompañaron en esta historia los amigos de siempre: Ian Stewart y Nicky Hopkins en piano, Bobby Keys, Jim Price en vientos y Jimmy Miller en percusión y producción. El arte de tapa del disco es del reconocido fotógrafo Robert Frank, autor del libro The americans, fotos blanco y negro retratando la rutina alienante del american way of life y la discriminación racial de Estados Unidos, con textos de Jack Kerouac. Robert además filmó la película prohibida de los Stones: con una camarita súper 8 los siguió en una gira y el resultado se resume en el título Cocksucker blues (me pregunto cómo lo traduciría Claudio María Domínguez) En fin, se imaginarán las partuzas y zapadas obscenas que aparecen en pantalla. Como será que todavía no se consigue una buena copia subtitulada.
Por entonces, Keith además consumía speedball (mezcla de heroína con cocaína) y cuentan que batió record despierto una semana. Si se despertaba a la medianoche, se grababa hasta el mediodía. Los desayunos eran por demás de exóticos. Bill Wyman no lo soportó y se fue. Bianca embarazada del bocón no soportaba a Anita y se quedó en París, obligando a Mick a viajar frecuentemente en motoneta. El anfitrión era muy generoso y siempre llegaban y se iban personajes, pero había algunos invitados especiales como Gram Parsons (guitarrista amigo y compositor de los Flying Burrito Brothers, la influencia country en Keith), William Burroughs, John Lennon y el fotógrafo francés Dominique Tarlé, que aportó su precisa mirada de un acontecimiento genial: el proceso de grabación de un álbum de los Rolling Stones en su mejor momento.
La novedad de la remasterización son algunos temas que no entraron en el original y que vienen como bonus-track, además de un documental de una hora sobre el proceso de grabación, en donde las fotos y filmaciones caseras aportan imágenes a las anécdotas desopilantes de sus protagonistas. Indispensable escuchar bien fuerte este disco, seguramente te va a volar la peluca… Y si sos pelado comprate un sombrero y vas a ver como se te vuela… ¡Rocks off!
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