miércoles, 22 de julio de 2015

Dos líneas

La calle, por José Luis Pagés

Aragón llegó a comisario, pero por algún inexplicable mal de cuna de la noche a la mañana se pasó al bando contrario. Llamó al lugarteniente y le dijo “Mirá Ramírez ya no me digas comisario porque al fin descubrí quién es el jefe de los Harrys de esta región”. A veces la vida con un solo barquinazo te acomoda todos los melones en el cajón. Así que Ramirez llamó a reunión, lanzó cuatro gritos y sin más los subordinados juraron por el estatuto del ladrón. Ramirez volvió al despacho de Aragón y le dijo: “Jefe, toda la banda responde a usted”. “No me digas Jefe decime Harry nomás”. Apenas salía el sol cuando un ratón que salió de la Jefatura le comió la cabeza al Arzobispo y cinco minutos más tarde el Ministro corrió vista al Juez y el Gobernador ordenó un furioso contraataque. Llamó a Ramirez y le dijo: “Los avicidas han perpetrado verdaderas atrocidades sin sentido esta madrugada. Allanaron e incendiaron ‘La gallina papanata’. Mataron, desplumaron y se comieron los pollos de Don Andrés y hasta violaron a la bataraza de Doña Carmen. Quiero un informe por escrito ¡Ya!” Ramírez tragó saliva y recordó la sentencia del Cardenal Richeliu: “Con dos líneas escritas se puede procesar al más inocente de todos los hombres”. Ramírez vio todo negro y se desplomó en un sillón, pero con sus palabras el propio Gobernador lo devolvió a la vida: “Y que sepa ese Aragón que ‘La Gallina de los Huevos de Oro’ es mía y solamente mía, eso es todo, nada más”.
Muerto de contento Ramírez salió bailando en una pata. Enseguida compró anteojos oscuros y una gorra nueva que pagó con un huevito dorado y reluciente que puso en la tienda de la esquina.

Publicada en Pausa #158, miércoles 22 de julio de 2015
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