miércoles, 20 de mayo de 2015

El fútbol, espejo de lo demás

El escándalo del gas pimienta en el superclásico y la decadencia mafiosa generalizada.

Por Guillermo Alfieri

La actitud primitiva se introdujo en el estadio de Boca Juniors. El líquido urticante diezmó al equipo de River Plate. La inapelable justicia futbolera aplicó sanciones, con un trámite sumario, apremiado por el calendario de certámenes que no permite demoras. Las causas profundas del repudiable suceso persisten y el móvil sigue en el pozo de las incógnitas, librado a teorías que estremecen. Ampliando el enfoque de la situación, como advirtió Rodolfo Braceli, de fútbol somos y quizá por eso nos va como nos va.

En decadencia
Recién atravesadas las 10 de la noche del jueves 14 de mayo de 2015, me sentí un estúpido. Había tomado un ansiolítico y armado las cábalas de otros tiempos para hinchar a la distancia. Pasó el primer tiempo, mal jugado por Boca, con la expectativa del gol a favor y el temor por el tanto en contra. En el rato de tregua, arreglé el mate y recargué el termo.
Volví a la silla y noté la agitación en la boca de la manga cilindroide. De inmediato explotó la evidencia de la agresión reflejada en rostros y camisetas de la banda roja. Tuve la impresión de que el cotejo había acabado. El ansiolítico y las cábalas me sonaron a muestras de mi torpeza notable, que desplazó lo que pienso: el fútbol argentino padece de una estructura en decadencia, sin brillo en la competencia deportiva, violento en las canchas y en las tribunas, infectado por la corrupción dirigencial y por las barras duras, que muerden en las ganancias y no se hacen cargo de las pérdidas.

Baile por un sueño
Colocado como gran espejo del país, cosas del fútbol se ven en las relaciones institucionales y sociales, en ámbitos del poder, en el fanatismo extendido, en las complicidades remuneradas, en estantes del cambalache turbio, con tamaño de hipermercado. De ejemplos está repleta la agenda, sin que llame demasiado la atención.
Se baila por sueños con figuritas que son pesadillas. La señora incursa en el delito de no brindar a su hijo la certeza de identidad paterna. La señorita imputada de enriquecimiento ilícito del vicepresidente de la Nación. El empresario de la carne, confeso antisemita. La maliciosa producción goza de gran éxito televisivo y nadie se niega a integrar el elenco por razones de decoro. No extraña entonces que prepotentes del tablón sean contratados para actos de presencia pagada en cumpleaños de quince, casamientos, despedidas de solteras y solteros y bautismos de recién nacidos.
La seguridad en los estadios es un cuento, los vacíos legales son enormes, la justicia está distraída, los políticos y los gremialistas se sirven de la violencia de los que se identifican con divisas de primera y segunda categoría.
El legítimo hincha, recreado por Enrique Santos Discépolo, es bombardeado por el periodismo que aborda el deporte como cuestión de vida o muerte, que promueve el fervor por el triunfo a como venga y hunde en el fango de la vergüenza a la más digna de las derrotas y al árbitro que se equivoca, por su condición de humano.

Azar y pastillas
Después de autoproclamarme estúpido, intenté reflexionar acerca del móvil del atentado. La respuesta resultaba sencilla. Si River había convertido uno o dos goles ante la inminente celebración ajena, un puñado de frustrados espectadores revoleaba sus zapatos al verde césped o se suicidaba en un rapto de locura por la frustración. Pero eso no ocurrió, y lo esperable era el redoble del aliento a los de la azul y oro.
Enfilé la duda hacia la hipótesis de que la mano negra fue obra de unos tipos ignorantes que quisieron intimidar a los de River y se pasaron de la raya, al lisiarlos por varios días. Me estaba autoconvenciendo con esa especulación, cuando escuché la conjetura de que todo era el fruto amargo de un ajuste de cuentas en la interna política de Boca Juniors.
Hablan de ideólogos y de sicarios para llevar a cabo el despelote inédito por el método utilizado, a tono con las fechorías de don Corleone y sus descendientes. ¡La pucha!
Y yo, pobre iluso, que tragué un ansiolítico y apelé a la magia cabalística para un partido que ganó la mafia y perdimos todos.

Publicada en Pausa #154, miércoles 20 de mayo de 2015
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