viernes, 24 de abril de 2015

Con la 10 calzada en su pluma

Terminó el partido para Eduardo Galeano, un jugador que nos enseñó por qué nos gusta el fútbol.


Este espacio periodístico nace de la muerte, y de ella parto con un concepto con el que cualquier bien nacido coincidirá: la muerte es inaceptable, aunque existan cientos de palabras dichas por especialistas en “todología” que se esfuerzan por hacernos repetir que la muy mal parida es parte de la vida. Y ahora ella, fría como un experto goleador en el área, gambeteó la resistencia de Eduardo Galeano y lo dejó afuera del torneo terrenal.
“Lo terrenal” fue el mejor campo de juego para que sus palabras nos enseñen a mirar las venas de un continente, la vida desde un abrazo y cada persona como un fueguito memorioso. Observador de lo no observado y voz de los silenciados, con esas cualidades Galeano les hizo partido a los poderosos, y se convirtió en un activo “abreconciencias” que encendió millones de fuegos.
Como dijo Osvaldo Bayer, se fue “el mejor de todos”, el que no necesitó de palabras difíciles para poder dejar su sello. El combativo y romántico, el compañero de su amada Helena y el mejor amigo de sus amigos, el más denostado por la rancia derecha latinoamericana, el tipo simple del café “El Brasilero” (Montevideo), el hombre que provocó que Diego Armando Maradona declare ante la noticia de su muerte: “Gracias por enseñarme a leer el fútbol, en el equipo hacen falta muchos como vos, te voy a extrañar”.
Diego devuelve una pared que hace muchos años el charrúa le supo tirar al de Fiorito: “Se convirtió en una especie de Dios sucio, el más humano de los dioses, eso explica la veneración universal que él conquistó más que ningún otro jugador. Un Dios sucio, que se nos parece: mujeriego, parlanchín, borrachín, tragón, irresponsable, mentiroso, fanfarrón, pero los dioses por muy humanos que sean no se jubilan”. Desde ese lugar fue capaz de mirar y poner en palabras al fútbol y a su máximo ejecutante, con todos los soles y todas las sombras. Como escribió Ariel Scher hace unos días, y por eso es perfectamente copiado: “Todos sabíamos que nos gustaba el fútbol. Un día vino Eduardo Galeano y nos explicó por qué”.

El juego y las palabras
Su majestad, el fútbol (1968) y El fútbol a sol y sombra (1995) fueron las dos obras dedicadas a su gran pasión. El segundo libro fue la síntesis de un deporte que provoca algo maravilloso, “una locura que hace que el hombre sea niño por un rato”. Elevó la bandera del juego en su sentido más lúdico y menos ingenuo, porque desde la rabiosa injusticia impregnó páginas y páginas de denuncias a los todopoderosos que se adueñaron de una enorme pelota de dinero. Nos habló de solitarias y borrachas historias de pobres exitosos. Militante en todos los terrenos sociales, y titular indiscutido en la militancia por la causa del “buen fútbol”, este hincha de Nacional inmortalizó la frase “soy un mendigo del buen fútbol, que recorro los estadios y pido una linda jugadita, por amor de Dios”.
Ya en las últimas líneas de El fútbol a sol y sombra, el periodista que fundara la emblemática revista Crisis en nuestro país y el semanario Brecha en su país, denunció con absoluta simplicidad la capacidad para no darle lugar en la historia al deporte más popular del planeta: “Un vacío asombroso: la historia oficial ignora al fútbol. Los textos de historia contemporánea no lo mencionan, ni de paso, en países donde el fútbol ha sido y sigue siendo un signo primordial de identidad colectiva”.
Indignado por naturaleza racional (así se sumergió en la olvidada historia de nuestro continente), el uruguayo se lanzó al fútbol, y desafiado por la memoria y realidad de este deporte, decidió homenajearlo como una “celebración de sus luces y denuncia de sus sombras”.

Fútbol con alma
En la interminable militancia por los derechos igualitarios de la humanidad, este montevideano que se fue a los 74 años tuvo la capacidad en sus escritos de tornear la palabra para hacerla poesía, denuncia o una simple información (o todo junto), y así llegar hasta la platea más alejada del fútbol con escritos como estos: “Rueda la pelota, el mundo rueda. Se sospecha que el sol es una pelota encendida, que durante el día trabaja y en la noche brinca allá en el cielo, mientras trabaja la luna, aunque la ciencia tiene sus dudas al respecto. En cambio, está probado, y con toda certeza, que el mundo gira en torno a la pelota que gira: la final del Mundial 94 fue contemplada por más de dos mil millones de personas, el público más numeroso de cuantos se han reunido a lo largo de la historia de este planeta. La pasión más compartida: muchos adoradores de la pelota juegan con ella en las canchas y en los potreros, y muchísimos más integran la teleplatea que asiste, comiéndose las uñas, al espectáculo brindado por veintidós señores en calzoncillos que persiguen la pelota y pateándola le demuestran su amor”.
Galeano dijo (dice) que el fútbol puede ser una locura, un negocio, “una fábrica de trucos fabricada por sus dueños”, pero también sostuvo (sostiene) que también puede ser “una fiesta de los ojos que lo miran y alegría del cuerpo que lo juega”. Y hay más: “Un periodista preguntó a la teóloga alemana Dorothee Sölle:
—¿Cómo explicaría usted a un niño lo que es la felicidad?
—No se lo explicaría –respondió–. Le tiraría una pelota para que jugara”.

Más libre que nunca
Se fue el escritor reconocido, el popular, pero también el discutido y hasta ignorado por la academia y la crítica. Sobre eso, otro popular, Joan Manuel Serrat, sostuvo: “Lo mismo le ocurrió a Benedetti. Creo que el mayor problema ha sido vender libros. Como vendían libros, eso le jodía a más de uno. Son escritores profundamente populares. Pero hay una razón para ser populares que no es la simplicidad, sino el ser capaces de tener facilidad comunicativa, como no tienen otros escritores, que también son imprescindibles. No soy dogmático en ese sentido, pero lo que consigue Galeano en todos sus libros es contar cosas que la gente entiende, y lo hace con un lenguaje brillante y muy ocurrente. Que tenga detractores, pues sí, no hay dudas, pero una de las razones es que vendía muchos libros”.
Se fue el hombre libre, el amigo del bar, de la vida, de políticas, de religiones y de fútbol. Así lo definió el catalán: “Se podía ser amigo de él sin necesariamente compartir en detalle cada cosa, pero era muy difícil ser amigo suyo si no comprendías el fútbol y si no compartías el interés por América Latina. Ya no tanto el pensamiento, porque una de las cosas que también tenía Eduardo como muy clara en su funcionamiento era la libertad de conciencia. A pesar de que apoyara con claridad una idea, podía disentir con los modos de aplicarla y lo expresaba fuerte y sin recato. Lo que nunca se sintió Eduardo fue en el deber de la obediencia, no practicó esta obediencia debida que lamentablemente es tan frecuente ver”.
Para el que escribe estas palabras, se fue aquel que abrió las puertas de una cancha (el mundo) mucha más ancha y amplia de lo que jamás podría haber imaginado. Gracias Eduardo Germán María Hughes Galeano, por los libros, y por aquellos 20 minutos en el café El Brasilero.

Publicada en Pausa #152, miércoles 22 de abril de 2015.
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