Variopinta, por Federico Coutaz
Cuelga el teléfono, quizá sospeche con temor que su vida
cambió para siempre. Sin saberlo, acaba de sacarse por última vez el
guardapolvo de maestra. Viaja a Tucumán a buscar a su hijo.
Dos carabinas le apuntan a cada costado. Llora. No tiene
miedo. Le avisan que van a matarla si sigue avanzando. Llega hasta el
alambrado, es una escuela, grita el nombre de su hijo con toda su fuerza.
Sigue viajando, investigando, golpeando puertas sin
descanso. Sigue preguntándose si Jorge habrá escuchado su nombre en ese grito
que hizo temblar el aire y las paredes. Sigue pensando en ese último colectivo
que lo llevaba Córdoba.
Pasan casi 40 años, en los que camina y camina, todas las
plazas, todos los jueves. Todas las marchas, todas las luchas, todos los días.
Y también enseña y discute, recuerda, narra, cocina y comparte su mesa, pide
guitarras y sonríe con una belleza que da ganas de vivir. Cuida sus plantas y
amasa el barro. Ama a sus nietos y bisnietas. Trabaja la libertad y siente cada
injusticia como ese hijo arrebatado que cada día le duele. Se pone el pañuelo
blanco, suavemente.
Tiene 90 años, problemas en la cadera, usa un andador y
sigue caminado, lenta pero firme. Sigue enseñando, lúcida y combativa. Sigue
creyendo, arrugada y hermosa.
Vuelve a viajar a Tucumán, dice otra vez el nombre de su
hijo, ahora en un juzgado frente a los asesinos. Se trata de una mujer de amor
y de hierro, Celina Zeigner, la Queca Kofman.
Publicada en Pausa #147. Pedí tu ejemplar en estos kioscos
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