viernes, 21 de noviembre de 2014

El mandato

La calle, por José Luis Pagés

Daban una de misterio y llovía de primavera cuando se encontraron en el cine del barrio aquel.
Según lo convenido ella vestía blusa y zapatos rojos, él saco blanco y corbata azul. Se acercaron. Él saludó con una ligera inclinación de cabeza, ella sonrió, apenas.
Afuera quedaba el aguacero y un cielo gris rasgado por el restallar de la tormenta. Era ella, bonita, pero con una sola mirada –anónima y fugaz–, lo recorrió como el filo de una navaja.
Las luces de la sala parpadearon y enseguida se apagaron. “¿Trajo el adelanto?”, preguntó. Ella no respondió, pero abrió la cartera y retiró un sobre que él tomó con la mano izquierda. En el sobre encontraría la foto y algunos datos del “innombrable”, como ella lo había llamado. También las llaves de su departamento y un cheque al portador.
Las cortinas se abrieron y en la pantalla apareció una escena nocturna, una avenida donde cientos de personas solitarias caminaban en distintas direcciones, nadie hablaba, ni mi miraba al otro.
Él hizo el ademán de abandonar la butaca y ella lo retuvo con una mano helada. Él vio su perfil, el mentón y la nariz afilada apuntaban al centro de la escena. Tampoco se volvió hacia él cuando le pasó una caja pequeña, pesada. “Es suya”, dijo, “Está a su nombre”. Él la guardo en un bolsillo interno. Ella se puso de pie y se alisó la pollera, luego se agachó y le susurró al oído. “Suicidio ¿Entiende?” y desapareció.
Media hora más tarde dejó el cine, nadie había muerto, todavía. Ya no llovía y el pavimento reflejaba las luces de los faros.

Publicada en Pausa #146. Pedí tu ejemplar en estos kioscos de Santa Fe y Santo Tomé.

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