jueves, 3 de julio de 2014

Palta y cebolla

Otro yo mismo, por Mari Hechim

Está atardeciendo y la casa se vuelve más íntima. Falta poco para los parciales, y cada una está buscando libros, apuntes, estudiando. ¿Alguien se tomó prestado mi segundo tomo de Hauser? Susana levanta los ojos del libro y me mira: “¿Qué tal una palta con cebollita?”. Yo me escandalizo: “¿Cebollita, cómo?”. Le brillan los ojos: “Se corta bien bien fina, y con sal, pimienta, aceite, más un toque de limón y orégano, un manjar”. Ah, sí, pienso, y después, ¿quién te saca el gusto en la boca? Mi silencio se interpreta asentimiento; qué más da, se puede probar, y ya está ella sacando los utensilios. Suena el timbre. Entra el único, el tocado por la gracia, lleno de sonrisas y exclamaciones de saludo. No se puede ser más cálido. Roberto tiene una exuberancia elegante, algo que se adelanta a él y te pega ahí, en el centro del alma. “Qué están haciendo”, pregunta. “Estoy preparando una palta con cebolla, que Mariela nunca probó”, le aclara la Su. Pienso de nuevo en el gusto en la boca y digo, vacilante: “No creo que me guste, Su”. “Ah, no”, dice ella, “vas a ver, le mando un relámpago de agua caliente, y se va el gusto fuerte, vas a ver qué bueno”. Él se sentó, cruzó las piernas, encendió un cigarrillo, sonríe mirándonos. Entre la lealtad y el deseo, mi corazón se parte definitivamente en dos, y pienso que no hay manera, y como con prolijidad y lentitud un poco de pan, un poco de palta y la reluciente y húmeda cebolla que, con pintitas verdes, brilla en el plato como una invitación al placer.

Publicada en Pausa #136, miércoles 25 de junio de 2014
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