viernes, 11 de octubre de 2013

Había una vez...

Por Licenciado Ramiro

Cada tanto aparecen en televisión escenas de violencia protagonizadas por niños y adolescentes. Y donde dice “cada tanto” debe leerse “cada vez que emerge el debate por la baja en la edad de imputabilidad”; y donde dice “niños y adolescentes” debe leerse “niños y jóvenes marginados”. Aunque, para hacer justicia a la honrosa cualidad democrática de los medios, cuando se trata de criminalizar la juventud aparecen en escena chicos de todos los estratos sociales.
El hecho –el de la violencia en y entre niños/as– me genera inquietud y preocupación. Por ello tal vez, en uno de mis semanales viajes maratónicos en colectivo, y sentado al lado de una joven madre con su criatura, me llamó la atención algo que, en una de mis inconexiones caprichosas y absolutamente imposibles, podría explicar por qué hoy los pibes se recagan a trompadas ente ellos y rompen lo que se les cruce por el camino (coincidimos con el camarada Coutaz en su aversión por términos como “bullying” que esconden lo que hay más allá de los eufemismos: violencia –ver nota en Pausa #122). La madre, a su hijo, le cantaba una canción infantil, de las más conocidas, y que no sólo es terriblemente violenta sino, además, cínica y perversa. Pero volveré sobre ella más adelante. La cosa es que escuchando a esa ingenua madre reproducir de manera desafinada toda una cultura tarantinesca, me puse a pensar en lo siguiente: ¿cómo no queremos que los pibes sean como son si en la mayoría de los cuentos infantiles (sobre todo los de los hermanos Grimm) con los que los padres y otros adultos recrean y calman a sus niños todas sus tramas son sumamente violentas… y, para peor, las resoluciones también lo son?
Sí, ya sé. Ustedes van a decir que exagero. Que no puede ser que, ahora también, me la agarre con Caperucita Roja, una dulce niñita que le va a llevar la vianda a la abuela. Sí, pero una abuela que fue comida por un lobo para, en una clara alusión pedófila, poder “comerse” también a la nieta… menos mal que por ahí anda un leñador dispuesto a descuartizar animales y esperar que caperucita tenga una edad un poco más apropiada y casarse con ella.
¿Y qué me dicen de Blancanieves? Y no me refiero a los enanos que la esclavizan en tareas domésticas y no quiero saber en qué otras cosas más. La princesa es ni más ni menos que la primera víctima del “bullying” de la historia… ¿o acaso la reina no la quiere matar por linda? No sé ustedes, pero yo tengo el cerebro quemado de tantas pibas que fajan a sus compañeras lindas… o eso al menos me dice Andino en su noticiero día por medio. El siglo XXI está lleno de Blancanieves, vieron. En este sentido, Cenicienta sería algo así como un poco más “bullyinístico” ya que quienes someten a la hermosa adolescente son otras adolescentes (re wachinas) que se quieren quedar con el príncipe… o sea, con el que tiene la papota. Serían, en otras palabras, las hermanastras botineras de Cenicienta.
Pulgarcito, Hansel y Gretel son tres pibes engañados y abandonados por sus padres… pobres. Porque eso lo hacen los villeros. La gente bien no abandona a sus hijos, sino que les lee estos cuentos para después odiar a los pobres que hacen estas cosas horrendas.
La lista es inagotable, e incluye Ogros y niñas encerradas (secuestradas y esclavizadas) por dragones (sí, claro… “dragones”).
Esto da cuenta de que es falso que solo los niños de ahora, y por la televisión e Internet, consuman violencia. Nosotros, los supuestos padres de los niños actuales, también consumimos violencia para colorear. Y tal vez allí haya algo que deje ver el germen, la cinta blanca, de lo que hoy pareciera ser una “adolescencia perdida” y que, por lo tanto, merece ser castigada por sus excesos, crímenes y pecados.
Vuelvo al comienzo para confirmar mi hipótesis. Lo que la madre le cantaba a su hijo era lo siguiente: “La cucaracha, la cucaracha ya no puede caminar / porque le falta, porque no tiene, las dos patitas de atrás”. Esta canción tiene un ritmo mexicanísimo, de festejo, jolgorio y alegría, que, por supuesto, generó la risa del ingenuo niño; sin saberlo, estaba gozando de manera perversa y cínica gracias a las desgracias de una pobre inválida mutilada que, como es una cucaracha, no conmueve a nadie… Distinto sería si la renga fuera una caniche con moñitos en la cabeza, ¿no les parece?

Publicada en Pausa #123, miércoles 9 de octubre de 2013

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