Por Licenciado Ramiro
Cada tanto aparecen en televisión escenas de violencia
protagonizadas por niños y adolescentes. Y donde dice “cada tanto” debe leerse
“cada vez que emerge el debate por la baja en la edad de imputabilidad”; y
donde dice “niños y adolescentes” debe leerse “niños y jóvenes marginados”.
Aunque, para hacer justicia a la honrosa cualidad democrática de los medios,
cuando se trata de criminalizar la juventud aparecen en escena chicos de todos
los estratos sociales.
El hecho –el de la violencia en y entre niños/as– me genera
inquietud y preocupación. Por ello tal vez, en uno de mis semanales viajes
maratónicos en colectivo, y sentado al lado de una joven madre con su criatura,
me llamó la atención algo que, en una de mis inconexiones caprichosas y
absolutamente imposibles, podría explicar por qué hoy los pibes se recagan a
trompadas ente ellos y rompen lo que se les cruce por el camino (coincidimos
con el camarada Coutaz en su aversión por términos como “bullying” que esconden
lo que hay más allá de los eufemismos: violencia –ver nota en Pausa #122). La madre, a
su hijo, le cantaba una canción infantil, de las más conocidas, y que no sólo
es terriblemente violenta sino, además, cínica y perversa. Pero volveré sobre
ella más adelante. La cosa es que escuchando a esa ingenua madre reproducir de
manera desafinada toda una cultura tarantinesca, me puse a pensar en lo
siguiente: ¿cómo no queremos que los pibes sean como son si en la mayoría de
los cuentos infantiles (sobre todo los de los hermanos Grimm) con los que los
padres y otros adultos recrean y calman a sus niños todas sus tramas son
sumamente violentas… y, para peor, las resoluciones también lo son?
Sí, ya sé. Ustedes van a decir que exagero. Que no puede ser
que, ahora también, me la agarre con Caperucita Roja, una dulce niñita que le
va a llevar la vianda a la abuela. Sí, pero una abuela que fue comida por un
lobo para, en una clara alusión pedófila, poder “comerse” también a la nieta… menos
mal que por ahí anda un leñador dispuesto a descuartizar animales y esperar que
caperucita tenga una edad un poco más apropiada y casarse con ella.
¿Y qué me dicen de Blancanieves? Y no me refiero a los
enanos que la esclavizan en tareas domésticas y no quiero saber en qué otras
cosas más. La princesa es ni más ni menos que la primera víctima del “bullying”
de la historia… ¿o acaso la reina no la quiere matar por linda? No sé ustedes,
pero yo tengo el cerebro quemado de tantas pibas que fajan a sus compañeras
lindas… o eso al menos me dice Andino en su noticiero día por medio. El siglo
XXI está lleno de Blancanieves, vieron. En este sentido, Cenicienta sería algo
así como un poco más “bullyinístico” ya que quienes someten a la hermosa
adolescente son otras adolescentes (re wachinas) que se quieren quedar con el
príncipe… o sea, con el que tiene la papota. Serían, en otras palabras, las
hermanastras botineras de Cenicienta.
Pulgarcito, Hansel y Gretel son tres pibes engañados y
abandonados por sus padres… pobres. Porque eso lo hacen los villeros. La gente
bien no abandona a sus hijos, sino que les lee estos cuentos para después odiar
a los pobres que hacen estas cosas horrendas.
La lista es inagotable, e incluye Ogros y niñas encerradas
(secuestradas y esclavizadas) por dragones (sí, claro… “dragones”).
Esto da cuenta de que es falso que solo los niños de ahora,
y por la televisión e Internet, consuman violencia. Nosotros, los supuestos
padres de los niños actuales, también consumimos violencia para colorear. Y tal
vez allí haya algo que deje ver el germen, la cinta blanca, de lo que hoy
pareciera ser una “adolescencia perdida” y que, por lo tanto, merece ser
castigada por sus excesos, crímenes y pecados.
Vuelvo al comienzo para confirmar mi hipótesis. Lo que la
madre le cantaba a su hijo era lo siguiente: “La cucaracha, la cucaracha ya no
puede caminar / porque le falta, porque no tiene, las dos patitas de atrás”.
Esta canción tiene un ritmo mexicanísimo, de festejo, jolgorio y alegría, que, por
supuesto, generó la risa del ingenuo niño; sin saberlo, estaba gozando de
manera perversa y cínica gracias a las desgracias de una pobre inválida
mutilada que, como es una cucaracha, no conmueve a nadie… Distinto sería si la
renga fuera una caniche con moñitos en la cabeza, ¿no les parece?
Publicada en Pausa #123, miércoles 9 de octubre de 2013
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