miércoles, 10 de julio de 2013

Los límites de las intenciones

La falta de recursos específicos y la inexistencia de datos oficiales ponen en duda el interés del Estado por actuar más allá de los discursos contra la violencia de género.

Por Milagros Argenti

La Dirección Provincial de Políticas de Género tiene un presupuesto anual en 2013 de un millón de pesos y opera en segundo nivel: su función es acompañar a los municipios y comunas para que puedan hacerse cargo de las situaciones que vayan surgiendo en primera instancia. No obstante, según su titular Mercedes Martorell, “si una mujer llega demandando asistencia, se la recibe y se la contiene”. Entonces, en la práctica, la repartición toma también las emergencias. Además, se encarga de toda la problemática de género (no sólo del tema violencia) y del extenso colectivo LGBTTTI (lésbico, gay, bisexual, travesti, transexual, tansgénero e intersexual).
Para Martorell el presupuesto “es acotado”, aunque aclara que los proyectos que se van generando son financiados por el Ministerio de Desarrollo Social. En sus sedes de Santa Fe y Rosario la Dirección cuenta con 25 empleados. “Es poco”, volvió a admitir Martorell, pero manifestó su convicción de que eso irá cambiando a medida que se realicen nuevos concursos. Además, reiteró que la idea es fortalecer los equipos jurisdiccionales, que actúan en cada territorio.

Y por casa, cómo andamos
En esta capital, el Área de Mujer y Diversidad Sexual cuenta con la coordinación de su titular, Marta Fassino, una colaboradora y, desde hace dos meses, otras dos profesionales. Asimismo, según Fassino, hay equipos territoriales en los ocho distritos de la ciudad y otro central que los asiste. Pero la repartición no tiene recursos propios: está sujeta a las prioridades de la subsecretaría de Acción Social.
El organigrama municipal establece que las “áreas” no tienen presupuesto asignado, por lo que habría que modificar esa norma o bien hacer de Mujer y Diversidad Sexual una dirección (como hizo la gestión Corral, por ejemplo, con Derechos Ciudadanos). La cuestión sería tomar la decisión política, según la sincera importancia que otorgue el Ejecutivo local a las problemáticas abordadas por la dependencia de Fassino.

Sin datos no hay políticas
Tal como sucede a nivel nacional, la provincia de Santa Fe no tiene un registro sobre las denuncias por violencia de género. Tampoco la Municipalidad. Hay una gran dispersión de los datos entre las Fiscalías, las comisarías, la Defensoría del Pueblo. “Esta carencia indica que a los gobiernos no les importa lo que nos pasa”, afirma María Claudia Albornoz, de la Coordinadora de Mujeres. “Yo siempre hago un contrapunto: el fútbol. Cuántas horas de Gabinete, dinero, policía se invierten para que los muchachos no se maten en la cancha. Eso te muestra claramente en quiénes está puesta la preocupación. Por eso para nosotras es fundamental saber cuántas mujeres denuncian: porque la contundencia de esos datos obligaría a generar políticas públicas”.
Desde la entidad vienen reclamando que la Municipalidad habilite un 0800 específico, y que se refuercen los refugios para las mujeres agredidas: lugares que las acojan para no tener que volver a sus viviendas, donde serán nuevamente golpeadas. Según Martorell, en la provincia hay 12; dos de ellos en esta capital, más un tercero en construcción. Pero, reconoce, normalmente están saturados.

Denuncias y desidia
Las agrupaciones feministas alertan también sobre la desidia del sistema policial y judicial. Cuando ya se hartaron de ser vejadas físicamente y psicológicamente, y se animan a buscar ayuda, las mujeres son revictimizadas por individuos uniformados o trajeados. El recorrido que deben hacer para conseguir una asistencia mínima del Estado es perverso. Por lo general, llaman al 911 o acuden a la comisaría más cercana, pero la mayoría de las veces no les toman la denuncia. Los efectivos policiales minimizan las situaciones, destratan a las damnificadas o incluso defienden a sus agresores. Ni siquiera la propia Comisaría de la Mujer se ocupa: según la página web del gobierno provincial, sus funciones son “brindar asistencia policial, asesoramiento jurídico y atención psicológica a las víctimas de violencia”; pero esa oficina recibe casi exclusivamente casos de abuso sexual. Lo demás es derivado a las Fiscalías de General López al 2700. Así, las víctimas se trasladan hasta el sur de la ciudad, en estado de shock y frecuentemente preocupadas por aquellos hijos que quedaron en compañía del agresor. Tras declarar, la denunciante es revisada por un médico policial que evalúa su situación y mide (literalmente, con una regla) sus heridas y moretones, para ver si el caso amerita preocupación. Si esa prueba es superada, la mujer debe ir a los Tribunales de Familia, en Tucumán al 2800, donde se sortea el juez que le tocará en suerte. Usualmente la recibe un secretario, porque el magistrado en cuestión está ocupado o ausente. Más adelante –y aunque muchas veces sigue sin conocer a la víctima– el juez asignado decide si aquélla debe volver a su casa, o si cabe determinar una medida para que el agresor permanezca a 200 metros de ella. Si convive con su agresor, la mujer debe esperar por un oficial de Justicia. Una vez llegado, éste debe conseguir un policía que saque al violento, por la fuerza, de la casa conyugal. Logrado el desalojo, el uniformado se retira. Y aquí la Justicia demuestra su complejo de omnipotencia: un hombre que golpea a su pareja no se amedrenta por un papelito que le ordena no acercarse. Simplemente cumple los 200 metros reglamentarios dando la vuelta a la manzana, aguarda 10 minutos y vuelve cuando se va la policía. Luego, más enfurecido que antes, patea la puerta. Si logra derribarla, los golpes y el derrotero judicial de la víctima arrancan de nuevo.
“Es una tremenda contradicción: el sistema genera violencia y que a la vez es obligado a atenderla”, acierta Martorell. “Los sistemas no están preparados. Por fin se entendió que la violencia no es una cosa privada sino pública, pero al Estado, y sobre todo a la Justicia, le está costando crear los instrumentos de atención. Es necesario generar procesos de transformación de esta realidad tan cruda. Pero esto es a largo plazo, y mientras tanto el padecimiento es enorme”.

Compromiso desigual
Los funcionarios y empleados de las áreas que se ocupan de la violencia de género, como las agrupaciones que trabajan el tema, no tienen días ni horarios. Son en su mayoría mujeres dispuestas a atender a sus pares las 24 horas. Planifican, se capacitan, hacen lo propio con otros, luchan a diario para sembrar las semillas de una cosecha que muy probablemente no vivan para recoger.
Es en buena parte gracias a su compromiso que en los últimos años hubo avances: la vigencia de esta problemática en la sociedad y en los medios, la sanción de una ley nacional pertinente y la reciente adhesión de la Provincia, la desnaturalización de la violencia doméstica por parte de las mujeres (y el valor que están tomando para denunciarla) hablan en ese sentido. Pero aún hay un gran desajuste entre este proceso de concientización y las respuestas estatales. Porque esas áreas trabajan denodadamente, pero se ven arrolladas por el día a día, que cada vez es más complejo, y que requiere del diseño de políticas públicas. Por ejemplo, a través del diagnóstico serio que permitiría la confección de una base datos y mediante la asignación de recursos propios.
La pregunta es si los estratos más altos del gobierno provincial y municipal –los que tienen, en definitiva, la capacidad de decisión– van a seguir utilizando la popularidad de esta problemática para la foto o si están dispuestos a trascender los discursos para ponerse a la altura de las circunstancias.


Publicada en Pausa #116, miércoles 26 de junio de 2013

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