jueves, 28 de marzo de 2013

El viejo furor de las paletas agujereadas


¿Quién no jugo al pádel? Repasamos el presente y el pasado del noventoso deporte.

Por Gastón Chansard

Una noche de cervezas, una charla entre amigos, un pasado no tan lejano como eje de decenas de recuerdos, adolescentes para algunos y ya jóvenes para otros. El tiempo de los repasos se clavó en la década del noventa, la misma que marcó a fuego la cultura de nuestro país. Pero, sin querer profundizar en temas políticos, sociales y mucho menos económicos, entre tantas cosas que pasaron y algunas que se quedaron, en el contexto deportivo surgió una actividad absolutamente nueva para todos: el pádel.
A fines de los años ochenta y principios de los noventa desembarcó en Santa Fe, y en gran parte de Argentina, un deporte tan desconocido como atractivo para miles de personas que se volcaron a jugarlo, y llegó a ser segundo en cantidad de practicantes en el país. Sin el prejuicio de no saber practicarlo, y menos aún de conocer las reglas, los santafesinos comenzaron a jugar un deporte que, según cuenta la historia, apenas tenía 20 años de vida desde su creación en Acapulco, México. Allá por la década del setenta empezó a escribirse la historia de este juego que se expandió en España y al corto tiempo explotó en Argentina.

El boom
“En Santa Fe se jugaban torneos con 120 parejas de mujeres, y los hombres ni te cuento, a eso hay que multiplicarlo por cuatro o cinco. En algunos lugares había que pedir turno con una semana de anticipación y se jugaba hasta las tres de la mañana”, afirmó Gabriel Taborda, uno de los máximos responsables del desembarco y desarrollo del pádel en nuestra ciudad. Además fue el primer profesor que, en 1989, se capacitó de manera profesional para ejercer docencia en este deporte.
En ese furor que alcanzó su pico entre 1991 y 1994, Santa Fe tuvo 24 complejos deportivos donde se podía jugar al pádel. Y en esto de hacer memoria, Taborda tomó su teléfono celular y le consultó al “Flaco” Crespi: “Flaco acá me están preguntando cuál fue la primera cancha de pádel en Santa Fe”. Del otro lado le contestaron: “El Río Grande Pádel, el que estaba en San Jerónimo y Catamarca”. Hoy, en la esquina noroeste donde se encontraba ese predio deportivo hay un edificio. Así como desaparecieron esas canchas que estaban ubicadas en pleno centro santafesino, se esfumaron otros catorce lugares donde se podía jugar. Dentro de los más destacados aparecen “Las Tejas”, que estaba ubicado a escasos metros de la rotonda de Guadalupe. “Saavedra” quedaba en dicha calle, en la vereda este, entre Lisandro de la Torre y Juan de Garay. Hoy se elevan dos edificios de la misma empresa habitacional. “El Puerto”, situado en el actual supermercado Coto, sobre la avenida 27 de Febrero. “La Terraza” existía en la calle Cruz Roja Argentina, enfrente del Club Ateneo Inmaculada, en ese rincón del sur santafesino que desde hace varios años luce un hermoso edificio con vista al lago. Y ya que se nombró Ateneo, la casa deportiva del colegio católico también tuvo sus canchas de pádel, como supo tenerla Unión o en el barrio de Guadalupe el Club Banco Provincial.



Más allá de las que ya no están, todavía sobreviven catorce lugares donde los amantes de este joven deporte lo siguen practicando. “San Martín”, “La Torre”, “Cristal Palace”, “Solar del Sur”, “Primer Set”, “Ferro”, “Passing”, y otros, que mantienen vivo ese fuego que se encendió a fines de los años ochenta.
A la hora de encontrar respuestas a ese estallido deportivo, Gabriel Taborda manifestó: “El pádel apareció como un juego divertido y fácil de jugar. En el tenis si vos no le pegas bien a la pelota no te divertís, te la pasas juntando la pelotita del suelo. En cambio, el pádel tiene como característica que la pelota siempre queda adentro de la cancha. En el tenis jugas atrás de la cancha, pero en el pádel siempre estás adentro, estás encerrado, por lo tanto la pelota siempre está en juego. Al tener rejas y pared, uno puede ser horrible, pero viste pasar la pelotita y quizás después la enganchas nuevamente y el juego tiene continuidad, mientras que en el tenis la viste pasar y se terminó. Otro detalle: es más fácil juntar cuatro personas que no sepan, que juntar dos que sepan jugar al tenis. Se volcó muchísima gente que no había hecho deporte y al verlo fácil canalizaron su actividad física en el pádel”.
Con respecto a este punto, el profesor subrayó que apareció la gran contra de las lesiones, “se empezó a lesionar mucha gente y todos empezaron a culpar al pádel, pero la verdad fue que se acercaron cientos de personas que no tenían capacidad física para hacer ningún deporte”.
Taborda, que se retiró del mundo del pádel con profunda tristeza, sentenció: “El pádel desde lo social no está muerto, todavía sigue yendo mucha gente a jugar con amigos y después a tomar algo, pero desde lo competitivo, desde las bases de las escuelas, sí, por lo tanto como deporte no va a crecer, mucho menos si los que comandan a nivel institucional no saben realmente a dónde quieren ir”.

El tobogán
En esto de averiguar qué pasó con este juego de paletas, pelota, red y paredes, Taborda fue contundente para explicar algunas claves de la caída estrepitosa de un deporte que fue furor: “Nació como una mezcla de deporte y negocio, pero se manejó como un negocio, por eso cuando dejó de ser negocio se cayó. Lamentablemente los inversores, casi todos ajenos al círculo del deporte, no tuvieron una mirada deportiva”.
Otro de los puntos que destacó tiene que ver con que “el pádel no tuvo escuelas, solamente existió la Escuela Nacional de Menores a cargo de Horacio Clementi y Jorge Nicolini, los dos referentes máximos en el país, y en Santa Fe estábamos en ese plan Adrián Politi y yo. Esta escuela tenía como proyecto sacar jugadores a futuro, y de ahí salió Fernando Belasteguin (oriundo de Pehuajó), el mejor jugador del mundo, que desde hace varios años vive en España. Cuando esa escuela dejó de funcionar a mediados de los noventa, dejaron de salir buenos jugadores en Santa Fe”.
Una clave para entender el retroceso fue el aspecto dirigencial: “El boom no fue de la mano de lo institucional, no existió una dirigencia que se capacitara para poder organizar algo con seriedad. Se dividieron a nivel nacional, se dividieron en la ciudad y hoy cada uno está más preocupado por sacar réditos personales que por el deporte”.
El último aspecto del efecto tobogán que sufrió el pádel se debe a la situación económica en la que cayó el país a mediados de los noventa, “el crecimiento fue muy grande en Argentina y no tanto en España (es el otro país donde se practica mucho este deporte), pero al atravesar una realidad económica mejor, los españoles comenzaron a exportar jugadores y profesores para desarrollarlo en su país, por eso hay tantos entrenadores y jugadores argentinos allá”.

¿Frustrados?
En los primeros años de éxito se había instalado una frase que decía: “Los jugadores de pádel son los frustrados del tenis”. Sobre el tema, Taborda dijo que “si es como se decía por ese entonces, frustrados en el tenis son los miles que lo juegan y no logran sumar puntos para el ATP. Alcanzar algunos puntos en ese raking es ser un gran jugador de tenis. Además, en esa época el pádel fue una verdadera amenaza que terminó por sacarle mucha gente al tenis y al tenis criollo”.

Un deporte accesible
En cuanto a lo económico, el especialista aseguró: “Nunca fue un deporte elitista, más allá de que cuando explotó se veían actores y modelos jugando, y había empresas de categoría como sponsors. Es relativamente barato comparado con el tenis. Una muy buena paleta, de 900 pesos, es más barata que una raqueta de tenis de 1.500, pero también hay de 300 y 400”.  


Peloteando
Las primeras canchas de pádel en la Argentina se construyeron en el Ocean Club de la ciudad de Mar del Plata.
La única cancha de blindes de Santa Fe la tiene el complejo Cristal Palace, en López y Planes 4700.
La única escuela para chicos que ofrece servicios de manera gratuita funciona los sábados en el Solar del Sur, sito en 4 de Enero 895.
La ciudad de Santa Fe tiene una empresa que fabrica paletas e indumentaria exclusiva de pádel. La marca se llama “214”.
De acuerdo a la marca y a la calidad, el precio de las paletas va de 300 a 900 pesos.

Publicado en Pausa #109

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