lunes, 19 de noviembre de 2012

Operación Vendetta


Por Libertad Vives



Por momentos parece una película, pero los dedos entumecidos por el frío londinense se encargaban de citar a la realidad. Las máscaras blancas, que a las seis de la tarde apenas ocupaban un par de escalones de la Plaza de Trafalgar, en el centro de Londres, al caer la noche ya han copado la parada.
Los rostros eternamente sonrientes se miran con ironía y se reconocen como lo que son: una masa anónima que, no obstante, parece conocerse desde hace mucho, ya sea porque han coqueteado en las redes sociales o porque comparten las mismas ganas de expresar su descontento.
“Si no respetar el acuerdo común es estar fuera de la ley, entonces quien hoy está aquí y no lleva una máscara está cometiendo un crimen”, dice un Guy Fawkes pelado, envuelto en una bandera verde de Anonymous. “¿Y si no tiene plata para comprarla?”, replica otro enmascarado. “Y bueno, igual está cometiendo un acto de desobediencia ¿no?”.
Por suerte yo estoy a tono. Una chica de blanco me entregó una máscara que en el mercado no debe bajar de siete libras; a cambio solo pide posar para una foto. Otra chica se acerca y pregunta cuánto por otra máscara. El hada Guy Fawkes sonríe: “Es gratis, como lo serán todas las cosas en el futuro”. No hay ninguna duda: estoy en el lugar correcto.
La frase hace que las preguntas que me acaban de hacer en la frontera resuenen con mayor absurdo: ¿Cuánto dinero trae? ¿Cuántas cuentas bancarias tiene? ¿Dónde? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué?
Por un momento, me gustaría que la oficial de migraciones viera dónde estoy, pero mejor no, no vaya a ser...

Somos Anonymous
Otro cartel a lo lejos confirma la teoría: “¿Para qué pagar impuestos si se puede imprimir dinero?”. La respuesta es tan disparatada que asusta.
Muchos son jóvenes enojados, criados en el ciber-seno de la web. Pero no todos. Detrás de las caretas se adivinan rostros añejos de tanto activismo. “Desde los 60 que estamos protestando por esta mierda”, dice un Guy Fawkes de pelo blanco. Le creo.
Tampoco son punks sin nada que hacer. Se adivina gente que recién sale de la oficina, ciclistas, señoras grandes, gente en silla de ruedas. Cuerpos con un mismo rostro. Rostros que le dan cuerpo a una misma idea. El megáfono cambia de voz a cada rato, cada uno tiene algo que decir. Al compás de una orquesta de boca que hace de soundtrack, unos claman por la revolución, otros putean a la policía. Yo me quedo con lo que dijo un Anonymous sin máscara: “No me puedo quedar en mi casa, tomando cerveza, estupidizando mi cerebro, mientras hay gente acá”. Tan simple como eso.
El frío ya empieza a calar los huesos, pero la banda no se ablanda. Al contrario, decide tomar el monumento principal de la plaza al ritmo de la batucada. La columna del almirante Nelson, que se alza imperial desde el centro de la plaza, queda tapizada de banderas. En el centro, un trapo gigante con una frase que resume todo en tres palabras: We are Anonymous.

Londres, 5 de noviembre
Los relojes que rodean la plaza dan las nueve. La multitud se alborota y empieza la movilización con un grito que no es de guerra sino de fiesta. Un viejito desenmascarado se acerca con una bolsa de supermercado y ofrece unos muffin de chocolate deliciosos. Otra vez sin precio. Para todo lo demás existe MasterCard.
Lindo tour de bautismo. Es la primera vez que camino por Londres y lo hago por el medio de una de las principales calles, tomada por gente que explota de la felicidad. Estoy segura de que no es por la careta.
Los típicos colectivos rojos de doble piso se detienen y le abren paso a la horda de Guy Fawkes que marcha decidida hacia Parlamento: 400 años más tarde que el original (*). Turistas y locales toman la inédita foto, que se completa con un helicóptero dando vueltas a vuelo bajo.
Downing Street. El acceso al número 10, residencia oficial y oficina de trabajo del primer lord del Tesoro y del primer ministro del Reino Unido, está resguardado por decenas de policías. “Shame on you, shame on you” (vergüenza te debería dar, en criollo), grita el enjambre que rodea a los agentes de Westminster.
Frente al Parlamento esperan tres camiones de la policía, listos para trepar a los insubordinados. No pasan ni tres minutos y empiezan los correteos. “Shame on you, shame on you”, le gritan a los policías que intentan cobrarse un detenido.
Luego regresa la calma. La orquesta de boca sigue soltando beats para el que se anime a rapear, pero la multitud empieza a perder fuerza de a poco y la revolución queda en un sueño del que mañana se reirá la prensa.
Huyo buscando refugio del frío húmedo y mientras paso por el Palacio de Buckingham, las rimas pegajosas aun repican en la cabeza: “Remember, remember, the fifth of November...”.


(*) Guy Fawkes fue un conspirador católico que, a principios del siglo XVII, planeó derribar el Parlamento inglés con explosivos y asesinar al rey Jacobo I, a sus familiares y al resto de la Cámara de los Lores. Tenía 35 años cuando fue ejecutado, el 31 de enero de 1606, por negarse a delatar a sus cómplices. Sus rasgos fueron recobrados por el cómic –luego llevado al cine– V de Vendetta.

Publicado en Pausa #105, disponible en los kioscos de Santa Fe y Santo Tomé.

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