lunes, 29 de octubre de 2012

Intransferible


Por Horacle (*)

No te puedo transferir el paso equivocado o el precipicio de los sueños, descansar en el campo de lo eterno.
Darte el pecado, la serpentina redonda de las calles oscuras.
No van a estar las luces de los perros pariendo en los zaguanes. El cajón de manzanas fermentadas en la cárcel. La operación ridícula para ser lo que no fuimos. La paciencia modesta de un juzgado con trapos hechos corbatas. El pasillo que no te acompaña en todas las pesadillas.
La paz del segundo que sólo desinfla lo boludo. El sombrero que recoge bananas en el sol de los estúpidos. La medalla que me dieron por haberme salvado de la muerte. El crédito impagable que te embarga el futuro. El caramelo tirado en el suelo.
No te puedo transferir el nivel de la media para pasar ridiculeces. La voz áspera de la mañana abrazada en piernas despeinadas. El bigote escondido en el bolsillo como una piedra. Intoxicaciones de almohadas separadas o casi incomunicadas. El molino huérfano que te miente pensando por nosotros.
No puedo darte la ausencia de una mamá, de un hijo, de un hada o un tercer domingo de octubre. Un yacaré en el triángulo de la mentira.
Las flores amarillas en fuegos celestes de la madrugada.
No te voy entregar el poder de la muerte, la sinceridad transparente.
No te voy a dar la espalda para que conozcas el crucifijo de poderes.
No te voy a transferir el miedo, porque es una serpiente que se desangra en las medias. La argolla que te queda grande en el dedo.
No te voy a enseñar a oprimirte la cabeza cuando ella se encuentra en el oeste y matarte cuatro horas con solo balazo.
No te puedo dar el birrete obligatorio o la desaparición de la noche espesa.
No puedo darte la represión del crecimiento, los rulos para pensamientos lacios.
No intento transferir una noche de caravana o un sueño de parado.
Tampoco puedo dejar pasar el tiempo para mirarte. Un semáforo en rojo que atraviesa la velocidad del segundo. Una pistola fundida en la Setúbal, donde desangro mi condición de hombre. Una cocina sin horno o una heladera sin puerta.
No te puedo dar mi escape, mi cinturón rojo, ni el fruto de lo prohibido. El estar libre para desafiarte. Darte la infelicidad inútil para que te dejen entrar en tu casa.
No puedo darte la regla de la cortesía o un saludo secreto.
La paciencia del pensamiento eterno.
No te puedo dar el maniático suicida para parecer cualquier persona. Dejarte un planeta de culpas para volver a la tierra después de 43 meses.
Es simple, no te puedo transferir lo que ya no existe, porque ya fue hecho.


(*) Esta columna va dedicada a nuestro amigo, el Horacle: HH que hache, hache nada. El Horacle participó del arranque de Pausa con sus ringtones literarios. Poeta artesano, con el cual tuve la oportunidad de compartir plazas del 29 de abril, momentos de radio, algún que otro escabio y palabras de amigo.
Falleció el 22 de septiembre pasado, en Córdoba.
La mejor manera de despedirlo fue compartir con ustedes sus versos. “De cuántos laberintos y silencios está hecha la palabra”.
Adrián Brecha

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