jueves, 27 de agosto de 2015

Las veteranas de guerra existen

Historias de las mujeres de la guerra de Malvinas, recogidas en un libro de Alicia Panero.


“En cada charla que doy me pasa que hay gente que me pregunta, y se pregunta, ¿cómo puede ser que nunca nos hayamos cuestionado qué hacían las mujeres durante el conflicto de Malvinas?, ¿qué pasó para que durante tres décadas el único nombre femenino vinculado a la guerra haya sido el de Margaret Thatcher? Nunca se nos ocurrió otro nombre, y uno de los objetivos de mi trabajo fue comenzar a dar a conocer esos nombres”, dice Alicia Panero, en la presentación en Santa Fe de su libro Mujeres Invisibles. Remoto Atlántico Sur, 1982.
Panero nació en Córdoba, es profesora de historia, trabaja en el Instituto Universitario Aeronáutico y es esposa de un militar y forma parte de una organización internacional llamada Mujeres de Paz en el Mundo. “Mi trabajo dentro de esa organización ha sido visibilizar a las mujeres que participaron del único conflicto armado internacional que tuvo la Argentina, donde hubo mujeres que han sido desconocidas hasta dentro de las propias fuerzas”, comenta la autora.
Malvinas es una herida profunda en la historia Argentina, una herida que sigue supurando dolor, angustia, vergüenza y orgullo. A lo largo de estos 33 años, libros, películas, programas de televisión, han rescatado las experiencias de los soldados que dejaron la vida, hayan muerto, o no, en las islas. Pero poco y nada se sabe de las mujeres que también fueron una parte de esta historia. “Durante muchos años, debido a la dictadura, la guerra de Malvinas fue un hecho vergonzante para quienes habían participado de ella”, dice Panero. “Nadie recuerda como volvieron nuestros soldados porque los ocultaron, la dictadura los escondió. A estas mujeres también, y por muchísimos años, les dio vergüenza contar que habían participado de la guerra, porque tenían miedo que se las vinculara a la dictadura”.
La mayoría de estas mujeres fueron enfermeras e instrumentadoras quirúrgicas que la Fuerza Aérea había comenzado a incorporar en 1980 con el rango de cabo primero. “Durante los días que duró el conflicto, esas mujeres, primeras militares de la Fuerza Aérea de la historia, estuvieron destinadas al hospital reubicable en Comodoro Rivadavia. A ese lugar arribaban todos los heridos en combate, los que provenían del territorio insular y de los barcos. Ellas eran las primeras en recibir a esos soldados heridos y cuentan que, aún hoy, después de 33 años, lo que más recuerdan es que cuando se abría la compuerta del avión Hércules, se escuchaban muchos gritos, los soldados que llamaban a sus mamás y el olor a la sangre... esto las atravesó y marcó para el resto de sus vidas”.
Además de estas mujeres, con rango militar, hubo muchas voluntarias que participaron activamente en los días de la guerra. En Comodoro Rivadavia, que durante el conflicto vivió permanente amenazada de ser bombardeada, las mujeres participaron en la defensa civil de la ciudad teniendo un rol fundamental en los operativos de oscurecimiento; también eran quienes asistían cada día a los hospitales a acompañar a los soldados que se encontraban allí, los entretenían, les leían y muchas veces fueron ellas quienes les dieron a sus familias la noticia de que estaban vivos, enviándoles cartas. “Muchas enfermeras civiles de la ciudad se llevaron a sus casas a soldados que recibían el alta pero que debían esperar a que las Fuerzas Armadas los enviaran a sus lugares de origen. La ciudad está llena de historias de mujeres que fueron madres transitorias de esos jóvenes soldados”, cuenta Panero.
A la imagen estremecedora de soldados adolescentes, sin preparación y abandonados a su suerte, hoy también se suman las historias de estas estudiantes de enfermería y asistentes que tenían entre 15 y 25 años, que todavía sabían poco sobre su trabajo y mucho menos sobre lo que estaban por vivir.

“No las querían ahí”
Más allá de la contención, el afecto, el abrigo brindado por estas mujeres a los soldados, ninguna de ellas estuvo exenta del trato hostigador y machista por parte de las Fuerzas Armadas. En el libro se rescatan anécdotas como la del Almirante Irizar, buque hospital durante la guerra, donde al principio no les hablaba nadie, porque se decía que las mujeres a bordo traían mala suerte; o una donde un comandante, en un traslado de Buenos Aires a Comodoro Rivadavia, tuvo que llevar a la cabina a cinco mujeres de la Fuerza Aérea porque no paraban de gritarles cosas machistas y “piropos” subidos de tono.
Estas mujeres fueron las primeras en tomar contacto con la realidad de lo que pasaba en las islas. Cuando el resto de la sociedad Argentina recibía el “estamos ganando” o “los soldados van a volver más gorditos de lo bien que están comiendo”, ellas los recibían con síntomas de congelamiento, mal alimentados, abandonados a la falta total de previsión. “Esto es algo que la dictadura ocultó, dándoles ordenes precisas de que no hablen de eso ni de su trabajo durante la guerra, ocultándolas también a ellas mismas. Cargar con la visión de la guerra y no poder hablar de eso es algo que las marcó profundamente”.

Veteranas de guerra
De las más de 24 mil pensiones de veteranos de guerra que paga el Estado no son más de 10 las mujeres beneficiadas en esa categoría. Al respecto, Alicia Panero explica que “en la ley argentina, solo es considerado veterano de guerra el que estuvo dentro de cierto perímetro de las islas y por eso ellas no entran en esta categoría”. En tanto, las que sirvieron en los centros de la Fuerza Aérea son reconocidas simbólicamente como “veteranas” por esta institución, pero en los hechos no reciben la pensión vitalicia otorgada a los militares y civiles que estuvieron en el teatro de operaciones.
Con el rector Albord Cantard de un lado y la profesora Ana Copes del otro, Alicia Panero narró la historia de las argentinas en la guerra.

Las mujeres de la guerra sufrieron los mismos problemas que los hombres: las pesadillas, el estrés post traumático, una vida marcada para siempre. En el libro, Panero comparte historias como la de Alicia Reynoso, una ex enfermera que, luego de haber sufrido un accidente cerebrovascular en 2010, mencionó a su terapeuta que la estaba “pasando tan mal como en la guerra”. Nunca antes había mencionado el haber participado del conflicto: “Ignorar ha sido una forma limpia de borrar existencias. En Argentina el concepto de veteranos solo incluye hombres, no hay conciencia social de la enorme tarea de las enfermeras que 30 años después, por este trabajo y por sus propias luchas, comienzan a hacerse visibles”.

Madres del silencio
Uno de los capítulos del libro, la autora lo dedica a quienes ella llama las madres del silencio, y al respecto expresa que “en Argentina tenemos madres del dolor, de tragedias como la de Once, de Cromañon, ni hablar de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, pero no tenemos madres de Malvinas, y esa es otra pregunta que deberíamos hacernos e intentar respondernos”.
Muchas de estas madres transformaron su dolor en un mensaje de paz. Una vez finalizado el conflicto se conformó la Comisión de Familiares de Caídos en la Guerra de Malvinas para iniciar las tratativas para la construcción del Cementerio Militar Argentino en Darwin: “Esa comisión, formada en su mayoría por mujeres, lograron un hecho único en la historia universal: que por primera vez el Reino Unido autorizara, en un territorio de su administración, la sepultura de soldados muertos en combate del ejército adversario”.
Las guerras, y Malvinas no fue la excepción, dejan en la invisibilidad a las mujeres y hacerlas visibles es un mensaje de paz que aporta al diálogo permanente. “Estas madres, hermanas, novias, esposas, son aún hoy sostén de esos soldados que volvieron, son puentes entre la guerra y la vida, son ellas las que siguen encontrándose con ese soldado al que la ropa de combate no abrigó en las islas pero que les camufló el alma y se las llenó de frío”, cerró Panero.

Publicada en Pausa #160, miércoles 26 de agosto de 2015
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