Por Gastón Chansard
Nacer en Santa Fe te obliga (te obligan) a tomar una bandera
por siempre, y con más o menos pasión decir soy de Unión o de Colón. Diego
Barisone tomó la roja y blanca, amó el fútbol, se entregó a esos colores,
defendió la camiseta de la que era hincha en el fútbol profesional, y hasta
tuvo la fortuna de formar parte de las últimas dos grandes alegrías de su club,
los ascensos de 2011 y 2014. Como si fuese una ironía la última cancha que pisó
en su Santa Fe natal fue la de Colón, hace apenas dos semanas jugó en el
estadio del eterno rival y le regaló una gran sonrisa a Lanús (victoria 2 a 1).
Una semana después jugó en Buenos Aires, luego de jugar para
el Granate regresó a nuestra ciudad para visitar a su familia y amigos, como lo
hacía cada vez que podía. La vuelta a Lanús jamás se produjo. La historia del
final de una vida joven ya todos la saben. Las miserias de algunos comentarios
y la morbosidad a la orden del día, también. Pero lo más importante es que en
la memoria de una sociedad futbolera quedará un tal Diego Barisone, un buen
defensor nacido y criado Unión, con un gran futuro en una carrera que quedó
trunca, una mejor persona y un futbolista que provocó algo impensado: el respeto
enorme y compartido del pueblo tatengue y también del sabalero.
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