lunes, 8 de diciembre de 2014

El séptimo sello

Otro yo mismo, por Mari Hechim

El gentil y dulce caballero un día pegó un portazo y se fue a la mierda. Ahí yo tuve un atisbo de qué sería el fin.
Yo era pequeña, pero no tanto. Nueve años es tiempo suficiente para saber qué está pasando en casa.
Y lo que pasaba era que mi padre era buen mozo, como se decía entonces, y mi mamá, muy celosa. Pero muy celosa. Ella controlaba cada minuto que él se tardaba al volver del trabajo. Ella señalaba el reloj y preguntaba de manera acusatoria. Él era paciente y contestaba farfullando alguna excusa que mamá parecía creer.
Vivíamos cerca de una esquina, pero él debía dar toda la vuelta por la otra, porque una señora que había sido novia de él, mil años antes, se había mudado cerca y mi madre no quería que pasara por allí. Y mi viejo se iba a tomar el colectivo dando la vuelta más larga, tranquilón.
Pero un día no sé bien qué pasó, hubo un breve griterío y chau, se fue mi viejo dando un portazo.
La puerta bramó, la casa tembló. En este punto del relato me recuerdo leyendo por primera vez el Apocalipsis. Allí se dice que cuando el ángel abrió el séptimo sello se hizo en el cielo un silencio como de media hora.
Cuando mi madre reaccionó y corrió a la puerta para buscarlo, mi viejo ya había desaparecido. Que la casa temblara es literal, yo veía las ondulaciones de las paredes que en alguna curva se acercarían demasiado y podrían aplastarnos.
Mi mamá se tendió en el sillón verde de cuerina que crujía de manera excesiva y se puso a llorar como una Magdalena.
Serían las ocho de la noche cuando ocurrió el evento.
Apareció la tía Nelly, no sé cómo, y su voz punzante resonaba desde otro lado, lo que dejó perfectamente indiferente a mi madre, que siguió con su llanto un rato largo.
Nadie cenó, nadie tenía hambre. Mis hermanos y yo nos mirábamos para sentirnos menos solos y hacíamos silencio para que el ritual del dolor no tuviera obstáculos.
A las once se escucharon unos pasos cerca de la puerta, que se abrió y dejó entrar a mi viejo. Nos miró un segundo y después siguió camino hacia la cocina, tan campante.

Publicada en Pausa #147. Pedí tu ejemplar en estos kioscos de Santa Fe y Santo Tomé.

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