viernes, 7 de noviembre de 2014

Estamos todos juntos separándonos (II)

Mil mates, por Fernando Callero

Primera parte, clic acá

II. Los signos

Uno de los primeros relatos de los que tengo memoria son los signos del zodíaco, o el horóscopo, como le decíamos y le seguimos diciendo en nuestra familia.
Mi madre y sus hermanas eran fanáticas del horóscopo, tema recurrente en las reuniones de mates que ellas cultivaron mientras vivían todas en el mismo barrio. Después la familia explotó en direcciones distintas, unos fueron a parar a Posadas, otros a Córdoba, nosotros a Santa Fe. Pero antes de la diáspora, que tuvo que ver con trabajo y estudio, nuestra familia era una gramilla que expandía subterráneamente sus transmisores como neuronas conectándose entre sí y con otras familias, políticas o de conocidos, con los que entrábamos en conversación. Carpas junto al río donde a la noche, alrededor del fuego, los grandes jugaban al Dígalo con mímica. Bueno, esos mayores, antes que nada, se habían preguntado o encargado de averiguar los signos. Los niños escuchábamos todo ese alboroto desde las carpas.
Cuando conozco a alguien y enseguida me llama la atención, no puedo evitar el lugar común de preguntarle por el signo. “¿De qué signo sos?”. Y no podría definirme como un cultor de la astrología, ni siquiera como un conocedor básico, es decir, el zodíaco nunca se me presentó como objeto de reflexión, quizás hasta hoy, sino que circula de manera espontanea en mi subjetividad de manera atávica, familiar, por ciertos rituales de palabra que se practicaban entre mi madre y mis tías los sábados a la mañana en la cama grande. Un murmullo sostenido y el ataque de una carcajada, ciertos puntos de concentración máximo donde apenas se interpretaban, desde la pieza de al lado, los caracteres suprasegmentales, tremenda palabra, de la entonación: un asunto oscuro, una alegría contenida, algún secreto.
Un puchero, como dice Viktor Shklovski del Quijote, una olla en la que coexisten formas heterogéneas de lengua: novela. La tele, la radio, las revistas, las charlas.
Las charlas en la cama grande de cualquiera de las hermanas de mamá, pero sobre todo la de casa, era un punto donde todo este material se cruzaba.
Los signos del horóscopo se citaban con naturalidad en contextos de perfiles físicos y psicológicos de vecinos, análisis de casamientos, nacimientos, separaciones (las primeras en Concordia a partir del “destape” de los 80 y de un disco  paradigmático del Puma Rodríguez: Dueño de nada).
No podría definir lo que sé de los signos en general ni de cada uno de ellos en particular, que es la parte más interesante (soy escorpio, vengativo y generoso, no soporto a leo, pomposo y vanidoso, me enamoro de cáncer porque me hace el aguante, de una chica sagitario prefiero estar a mil años, géminis me puede aunque sufra, acuario que reviente en su burbuja, capricornio y aries van a Buenos Aires, yo me quedo en Empalme. Tauro dicen que los hay, yo no conozco a nadie).

Publicada en Pausa #145. Pedí tu ejemplar en estos kioscos de Santa Fe y Santo Tomé.

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