domingo, 31 de agosto de 2014

Padre de los gritos

Palo Pandolfo, en vivo en el Festival Invernal de la Cerveza.

Por Leonardo Pez
Foto: Leo Abalos

I. La carpa ruge al calor de los presagios: una AM, calor, luces, movimiento. Los cinco hermanos salen a escena. Mariano, Alito, Gerardo y Carlos vienen a cantar las historias de Palo, el mayor de todos. Se iban los 80, cuando un joven y enrulado muchacho gritaba “Tarado y negro” con una voz de ultratumba. Parecía a contramano, de otra galaxia, diferente. Es que en tiempos de la new wave, era más “esperable” o corriente, su canción “Ella vendrá”, obra de una oscuridad incuestionable pero con una impronta hitera que sirvió para que Don Cornelio y la Zona hiciera ruido en el ambiente rockero de la época. Después, vino la década de la canción: la fidelidad hacia una lírica oscura y densa lo arrimó a “visitar” otros géneros como el tango, sin dejar de experimentar nuevas voces y registros desde las llanuras de la bossa, del pop-rock, del reggae. Lo que no puede negarse es que Palo Pandolfo fue siempre un cantor en movimiento, trazando su camino con sangre y tensión, alumbrando desde la contradicción del ser, sabiendo que el amor es la base de la creación, pero que a veces el odio destraba. Después de una incursión hedonista en el “antojo” de la función-intérprete, Roberto volvió al oficio, a la orfebrería de la canción, como dice un amigo. El año pasado editó Esto es un abrazo, junto a sus cuatro hermanos. Esta y otras ofrendas vino a traernos a nuestra calurosa Santa Fe.

II. Cuando venimos al mundo, aprendemos la libertad gritando. El grito es la expresión primera, no racional, autóctona y autodidacta. De alguna manera, nacemos hijos y vamos pariendo acordes, símbolos que requieren una interpretación, damos a luz sonidos inquietantes. Palo Pandolfo, además de cantautor, es “padre de los gritos”. La trayectoria del poeta nacido a mediados de los 60 se desliza permanentemente entre las tensiones de la palabra: como refugio o como incertidumbre. Al trovador que desdobla y desgarra el universo de lo dicho, al Girondo del rock argentino, se le suma el hombre que le canta una balada a sus hijas, y en el medio de ambos sobrevuela el desenfado y la furia del cantante de rock. El recital del viernes  22 fueron 86 minutos (segundos más, segundos menos) de convergencia de estos tres Palo Pandolfo. El repertorio fue un juego bastante equilibrado entre los 80/90 y los 2000, o sea, entre las carreras en banda y como solista. A vuelo de pájaro (como dijera Birabent), podemos hablar de “Tazas de té chino”, el opus romántico “La misma suerte”, “Tanta trampa”, “Dame luz” y la inagotable “Ella vendrá”. Decir que lo que ocurrió entre la una y las 2:56: dieciséis canciones, una zapada sobre la base de Marley y el movimiento de un grupo de contorsionistas vestidas de negro sería un ejercicio injusto de la evocación. La música y la poesía nunca nos perdonarían un desplante así.

III. Sabina, un obrero de la canción, hace tiempo hablaba de romper la canción. Palo Pandolfo, al igual que otros cantautores y agrupaciones nacionales (Bochatón, Moretti, Aloras, Bléfari, Superlasciva, etc.), se mueve en el fangoso terreno que hoy se da en llamar “género-canción”. La propuesta no puede reducirse simplemente a la combinatoria de una “lírica florida” y de una “música-que-conmueva”. El cantautor es alguien que cuenta lo que pasa y lo que le pasa, lo cuenta cantando y gritando, lo dice porque es la única forma de sentirse vivo. Pandolfo asume el dolor del tango, la energía de la Pachamama, la furia del rock y la  alegría del sol, y desde ahí construye/destruye la canción. Decimos que construye porque crea, incorpora y revela. Destruye, sí, cada vez que se rebela (con la otra “b”) y reclama más humanidad y más amor. Porque este poeta oriundo de Buenos Aires sabe que la “rutina caracol” es el mayor peligro, la peor de las alienaciones posibles. Y de ella hay que librarse escribiendo, cantando y gritando como, cuando niños, queremos denunciar el peligro de lo desconocido.

Rock and roll y cervezas

El Festival Invernal de la Cerveza conjugó en sus dos fechas (22 y 23 de agosto) a la buena música con un público ecléctico, que quizá por primera vez abrió sus oídos a las estrellas locales: todo un acierto entonces.
En el predio de la Rural, tres carpas cobijaron a los amantes de la cerveza. A cada lado, la bebida y los puestos de comida; en el centro, las mesas y el escenario. Puntos para destacar: la delicada potencia de la Irish Red de Cerveceros Santafesinos y los choripanes de Paladar Negro Clásico. Quizá resulte pueril resaltar un choripán, pero la calidad de ese chimi fue memorable.
De a poco, los bebedores, concentrados en la tarea, comprendieron que el vaso se puede trasladar para así poder lograr una mejor aproximación al escenario. Las performances de Tristán Ulla –el rocker guitarrero y cantante que fuera fundador de La Cruda– el primer día, y de Particulares Rockin’Orquesta y Los Todopantalla, el segundo día, lograron movilizar a los advenedizos y cosechar merecidas vítores. Los Particulares parecen salidos del serial motoquero Sons of Anarchy. Su rock clásico cobija un espíritu rutero, lleno de calle y cabaret. Y Los Todopantalla inundaron el lugar con su erótica cadencia de brit pop litoraleño. Nico Cota, que cerró la última fecha, hizo explotar las caderas con su neofunk, curtido por su trayectoria junto a toda la familia Spinetta.

En Pausa #140, miércoles 27 de agosto de 2014. Pedí tu ejemplar en estos kioscos.

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