jueves, 19 de diciembre de 2013

Guitarras del barrio

Diez años de La Gran 7: la fuerza sin descanso del rock.

Por Marcelo Przylucki

Nada más que celeste bajaba del techo abierto del Mercado Progreso, mientras mucha gente con remeras de la banda cruzaba el lugar, haciendo llamadas por teléfono, trasladando cajas, afinando instrumentos. El escenario era un gigante, alzado como una fortaleza, con los clásicos telones ilustrados con el arte del disco (cuyo encargado histórico es el ilustrador Sebastián Farías). La puesta fue similar a aquella ofrecida en la accidentada fecha en el Club Ferroviario a fines de 2008, cuando a causa de la lluvia hubo que desarmar todo rápidamente y tocar sólo con los equipos en el galpón del lugar: “Hoy temprano cuando cayeron algunas gotas tuvimos miedo”, confesaría luego el frontman Emiliano Haquín. Fueron pocos los que obedecieron estrictamente a los anuncios que indicaban el comienzo para las 18.00; hicieron bien los que se tomaron más tiempo, el calor no suele ser amena condición para las esperas. Sin embargo, los que ya estaban solucionaron el problema haciendo mover a la barra.
Foto: Bárbara Favant

La previa se musicalizó con sonidos que han operado como fecundadores de la banda: Los Piojos, Las Pelotas, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, intensas influencias evidentes en los inicios gransieteros. A las 19.20, Malpaso, oriunda de Córdoba, se encargó de calentar los oídos con un rock prolijo, renovando a cada canción su pertenencia a la camada de bandas cuyo estandarte es El Bordo. El ruido colaboró al incremento del público. De repente, las promotoras no daban abasto reiterando descuentos y la barra estaba activada a más no poder.
Mientras las luces bajaban, el murmullo hacía el camino inverso. Luces y humo componían una simulación de una tormenta arenosa, rojiza, densa, como las Nubes de tierra que titulan el nuevo trabajo de La gran 7. Unas sombras alzan los instrumentos y de pronto ya está sonando un clásico de la primera época, del demo Adoradores de Fiyol (2005): “El Final” fue el encargado de inaugurar la velada de los diez años. Palmas y banderas, el calor ya no era una excusa, otra vez había ese clima de un grupo de amigos músicos que calentaron cada escenario de la ciudad y que se embarcaron en caravana a tantos otros distritos. “Esencia” comenzó a sonar inmediatamente después: “No se puede vivir sin preguntar, sería muy difícil no entenderte”, comienza y se confirma como uno de los temas que figuran inmejorablemente al segundo álbum, El alma de las cosas (2010). “Quiero” y “Llegaría” (Vida descartable, 2007, disco debut) siguieron como un estallido  cuya mecha se encendía con cada arreglo de Nicolás Fabre, primera guitarra. Luego llegó la oportunidad de escuchar algo de lo nuevo, “Lo que fue y será”.
Otros músicos de la ciudad se acercaron a compartir la noche o simplemente a dejar sus felicitaciones, amigos y ex integrantes de la banda hicieron lo propio e incluso más, ya que para interpretar uno de los punteos más pregnantes de aquel primer disco, Nicolás Ribas volvió a oficiar de guitarrista principal durante lo que duró “Tarde”: “Infinitamente agradecido con los chicos, que siempre me tienen en cuenta y me ayudan a continuar sintiéndome parte de esto, por suerte salió todo bien”, se confesó uno de los miembros emblemáticos de la primera hora de La gran 7. Nicolás Bustamante, cantante de Malpaso, y Marcelo Cornut, quien fuera reemplazante de Ribas, se sumaron a los festejos desde arriba del escenario.
A esta altura, ya todos se habían descontracturado: los seguidores de siempre y los nuevos celebraron a viva voz cada estribillo, los problemas de sonido ya estaban corregidos, la banda estaba entrada en calor y animosa de repasar su década, en la que pisó escenarios míticos como Willie Dixon (Rosario), Captain Blue XL (Córdoba), TheRoxy Live y el Teatro de Flores (Buenos Aires). La despedida comenzó a hacerse manifiesta al aproximarse a la veintena de canciones tocadas (fueron 29 en total). “Tuviste abril” y “Mi ficción”, otros clásicos, daban cuenta de que la recta final estaba cerca. Más todavía cuando algunos reflectores se oscurecieron para que suenen las bajoneras “Me hacés” y “Sol (No tenés perdón)”, que logró pintar también la postal familiar cuando Camila y Julieta D’Agostino saltaron a las tablas a saludar a todos, especialmente a su papá Marcelo, baterista de la banda: “La verdad que la cantidad y la intensidad de las emociones de hoy son indescriptibles. Incluso recibiendo abrazos de gente que no cruzamos hace un montón y que hoy nos vuelven a acompañar, eso es lo más lindo que nos llevamos hoy” confesó a Pausa uno de los miembros fundadores tras el show. Micrófono mirando a los sudados y gritones protagonistas del agite en el campo, para la introducción de “Vida descartable”, arrancó el que siempre se va último, con el último soplo de Emanuel Haquín, armonicista y saxofonista.
Desde las primeras recorridas por programas locales y presentaciones en El Birri o El Club del vino hasta las fechas con Cielo Razzo, Las Pelotas y The Wailers (los músicos de Bob Marley), La gran 7 se convirtió en la banda más convocante de la ciudad. Los micros a Esperanza, Rosario y Buenos Aires van repletos, suerte con la que tantos otros tantos no contaron.
Esta primera década no sólo no encuentra a los muchachos dormidos, sino que renueva sus ánimos de redoblar esfuerzos por conformar las grillas más importantes: “Un disco, giras por lugares en los que ya estuvimos y por nuevos como Vera y Reconquista, y el show de hoy, redondean un año magnífico para nosotros. Y el año que está por empezar nos va a encontrar intentando darle más difusión a la banda con fechas en Cosquín y en la Costa Atlántica”, concluyó D’Agostino.


Publicada en Pausa #127, miércoles 4 de diciembre de 2013

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