martes, 13 de agosto de 2013

La ciudad que se volvió desastre

La tragedia de Rosario abre una herida en la mayor ciudad de la provincia, cuya magnitud sólo la dará el paso del tiempo. Impresiones desde el corazón de los hechos.

La magnitud del estallido que derrumbó mucho más que una torre el martes 6 en Salta 2141, casi bulevar Oroño, en el centro de Rosario, la dará el paso del tiempo. A una semana es posible arriesgar algunas hipótesis sobre su incidencia en una clase política que se aprestaba a poner en marcha el juego de la silla cinco días después y en una sociedad que más que nunca exigió a los medios de comunicación certezas. En especial los medios electrónicos jugaron un papel preponderante dentro de la galaxia periodística, que incluye los canales porteños y las redes sociales (ver recuadro). Lo rosarino se opuso el resto: el porteño, a los que se acusó de no respetar el duelo. Las preguntas se sucedieron: ¿Cómo van a hacer el cacerolazo en medio de esta tragedia? ¿Cómo van a decidir jugar al fútbol en medio de este dolor? ¿Cómo van a votar después de esta explosión? ¿Por qué los movileros porteños no respetan el dolor y los locales sí? El hecho se produjo a poco de una elección, lo que abrió múltiples conjeturas sobre su normal desarrollo. El domingo por la noche quedó claro que los resultados de los comicios fueron los acostumbrados. El desembarco de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner un día después de la catástrofe hizo que siguieran las especulaciones con respecto a su presencia, con anuncio de créditos para los damnificados a cuatro días de la votación. Un día más tarde el gobernador Antonio Bonfatti subió la apuesta y añadió subsidios para las víctimas con vida: 20 mil pesos para alquiler y la posibilidad de acceder a un crédito de hasta 50 mil pesos a devolver en 60 meses y con un interés de 5%. Si bien el perfil bajo primó entre los actores políticos –incluso se vio a un sobrio e inaudito secretario de Seguridad de la Nación Sergio Berni– quedó claro que no hay inocentes.

Sucio gas
Rosario reúne casi medio millón de viviendas hasta el último censo de 2010 aunque como toda gran urbe crece deforme y sólo el 40% tiene acceso a la red de gas. Si bien se siente pueblo, aloja millonarias torres de departamentos que prescinden del servicio de gas y optan por sistemas eléctricos. Sus privilegiados balcones miran el río Paraná y sus contrafrentes a un sinnúmero de casas de barrios periféricos que esperan desde hace años que lleguen las ahora temidas cañerías de Litoral Gas, una empresa de capitales compartidos entre los holdings Suez-Tractebel SA y el grupo Techint con la que el Estado privatizó las redes en 1992.
Entre ambos puntos, cientos de usuarios saturaron a fines de la semana pasada las líneas telefónicas de las decenas de gasistas matriculados que pueden ser convocados con el visto bueno de la es empresa de gas estatal. A los pedidos para constatar el buen estado de las conexiones domiciliarias se añadieron cierres preventivos de los propios vecinos. “Regulador”, “válvula”, “llave” son palabras que poblaron de repente toda conversación callejera o diálogo entre consorcistas. Kilómetros enteros de cañería latieron debajo del piso caminado a diario y se convierten en debate mediático breve pero efectivo: el miedo se instaló.
La mirada se posó en las oficinas administrativas de Litoral Gas, ubicada a una quincena de cuadras del epicentro de la explosión. ¿Qué tan seguido y exhaustivo son los controles? ¿Cómo inspeccionan los edificios más antiguos? El martes 6 por la tarde, a pocas horas del estallido, la Justicia allanó las oficinas para verificar si en el sistema informático había reclamos del edificio de Salta al 2100. El Estado, abocado a la tarea de rescate y ordenamiento urbano, todavía no instó a la empresa a dar cuenta del resto de la ciudad cuyo boom de la construcción apañado por la soja del campo exigía inversiones en obras.

El palacio y la calle
El capítulo judicial se produce en el marco de aceitadas relaciones entre el Poder Judicial y el Poder Ejecutivo, que se pusieron a trabajar en conjunto después de mirarse con recelo los primeros años del socialismo en el poder y empezaron a seducirse con la llamada causa de los Monos, en el marco de la investigación que se realiza a nivel provincial sobre las redes de narcotráfico y que tantas controversias generaron entre el gobierno santafesino y la Nación, siempre amplificadas por rencillas político-partidarias.
Así, un primer intento por sacar la investigación de la Justicia correccional y depositarla en la de Instrucción fue descartado: había pocas probabilidades de una acusación de mayor gravedad que la de un hecho “culposo”, más allá de algún “dolo eventual”. En principio, todos apuntaron al gasista que estaba arreglando un regulador en la entrada del edificio, Carlos García, como el máximo si no el único responsable de tamaña catástrofe. Pero está claro que la empresa Litoral Gas, concesionada en los años del reutemenemismo, deberá enfrentar reproches judiciales. El andamiaje que empiezan a armar en el Ministerio Público con pedidos de declaraciones informativas para los gerentes va en ese sentido para, en un futuro, poder lanzar imputaciones contra la firma.

De orines y elefantes
El sábado 10 por la tarde el juez Correccional Carlos Curto, a cargo de la investigación por el siniestro, se sube a su auto y responde las apresuradas preguntas de los movileros. No está en Salta al 2100 o en Tribunales sino en el Parque Independencia, también ubicado sobre el bulevar Oroño.
—Como rosarino, Curto, ¿puede darnos una reflexión de lo que está pasando? —pregunta un notero.
—No lo puedo creer —responde Curto y cierra la puerta.
Se trata de otra investigación. Horas atrás uno de los carros de “La vuelta al mundo” del parque de diversiones que se encuentra en el lugar se desprendió y dio muerte a dos primas de 12 y 14 años. El impacto hirió a otras siete personas que hacían cola en el juego durante una celebración anticipada del Día del Niño realizada por un puñado de gremios, entre ellos, el de peones de taxis.
El domingo al mediodía otra esquina céntrica suma a la sensación de que la orina de un dinosaurio fluye sin detenerse por las calles de Rosario. Un freno se traba, hace fricción con un neumático, el fuego crece y la humareda vicia los alrededores de un colectivo en pleno recorrido por el microcentro. No hay heridos y la unidad de transporte volverá, mantenimiento de por medio, en pocos días a la flota.
Esa noche el fuego vuelve a tomar las pantallas de la televisión local. Esta vez a pocos kilómetros de Rosario, sobre la ruta 18. Cerca de la vecina localidad de Acebal un choque frontal entre dos autos ocasiona siete muertos y tres heridos. Cinco de las víctimas fatales mueren calcinadas.
Ambos hechos nutren las teorías cósmicas entre periodistas sobre lo que pasa en Rosario. La gran diferencia entre esos sucesos y lo que ocurre con el siniestro de Salta al 2100 es precisamente eso: que todavía ocurre. Los escombros se retiran con delicadeza y esperanza de que la tragedia –tal como ocurre en la literatura– incluya un milagro. Finalmente no ocurre: el lunes 12 a la noche, a casi una semana de la explosión, los familiares reconocieron los restos de los últimos tres ausentes –hallados bajo los escombros ese mismo día– y terminó así la primera parte de una historia con final incierto y lejano.
Hubo 21 muertos y más de 60 heridos. Casi 1.100 viviendas se vieron afectadas, 240 de ellas con gran cantidad de daños materiales, además de las dos torres que quedaron en pie, que serán demolidas. La explosión provocó el derrumbe de un edificio de nueve pisos, colapsó los dos linderos, que conformaban un mismo bloque de 60 departamentos, comprometió a otros dos ubicados en la misma cuadra, y destrozos en torres, casas de varias manzanas a la redonda, convirtiendo al siniestro en el peor desastre de la historia de Rosario.

Profesionalismo y una excepción
La tele rosarina recobró protagonismo a partir de su mayor cantidad de horas de transmisión en directo a expensas de la radio: la noticia de una devastadora explosión era (casi) imagen pura. Los portales de noticias locales siguieron la dinámica que imprimió la pantalla chica, casi como si al fin hubiesen llegado los canales de cable que emiten noticias desde Buenos Aires para todo el país, pero especialmente para Buenos Aires. Y en esa cantidad de minutos por llenar hubo errores, claro, pero primó cierto sentido profesional para no propagar la infinidad de rumores que esparcen las redes sociales. Aunque en esa retroalimentación constante hubo de todo y para todos: dos periodistas se hicieron eco en una radio de la versión de que había treinta muertos apilados en un estacionamiento cercano al edificio siniestrado y lo afirmaron. Un funcionario municipal los trató de mentirosos al aire. Y uno de esos periodistas, que demostraron tener sólo una fuente, no tuvieron mejor idea que traicionar el off the record… ¡e identificar la fuente!

Una herida en la ciudad
La esquina de Salta y bulevar Oroño, al igual que los demás puntos del perímetro establecido por las autoridades, lleva un vallado y es custodiado por personal de la Guardia Urbana Municipal (GUM), una fuerza de orden desarmada. El ingreso está restringido a los vecinos afectados en distintos niveles por el estallido y a los familiares de personas desaparecidas que esperan novedades de la búsqueda. También permiten el ingreso a los periodistas arrojados a registrar todas las historias (im)posibles. Esa intersección es el único punto a nivel de la calle desde donde se puede ver la imagen acostumbrada a “disfrutar” en películas de guerra o noticias del medio oriente. La empatía hizo que cientos de rosarinos se llegaran hasta ese punto para entregar bolsos con donaciones aun cuando los voceros oficiales explican que no hace falta nada. A tres horas del estallido el centro de salud municipal y base de operaciones recibió una cantidad de dadores de sangre solamente soñada por un vampiro. El silencio, peticionado por los rescatistas para no entorpecer con la búsqueda de vida, se hace fuerte en manzanas donde lo habitual es el bullicio de los after office o el movimiento de rutinas de ejercicio para muchos citadinos. La esquina se volvió un balcón para ver la herida de la ciudad sin el recorte de la cámara televisiva.

Informe: Agustín Aranda, Carlos Retamal y Daniel Schreiner, desde Rosario especial para Pausa


(Una versión editada de este artículo se publica el miércoles 14 de agosto de 2013 en la edición #119 del periódico Pausa, a la venta en estos kioscos)

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