Graciela García y María Claudia Albornoz, dos luchadoras por
la memoria y la justicia por el 2003.
Por Ezequiel Nieva
Foto: Olivia Gutiérrez
Foto: Olivia Gutiérrez
Primero las inundaron y las abandonaron. Después, cuando se
juntaron con otras y con otros, cuando se organizaron para reclamar justicia y
verdad, las persiguieron, las amenazaron, les pintaron los dedos y les armaron
causas judiciales. Les infiltraron las marchas. Como a las Madres, las trataron
de locas.
Ellas siguieron. Sabían cómo, por qué y para qué. Perder el
miedo les dio fuerza y forjó su identidad. Aprendieron que si hay inundados,
hay inundadores. Con esa verdad llegaron hace diez años a la Plaza 25 de Mayo. Plantaron
sus banderas y clavaron las cruces de sus muertos. Con ese símbolo, señalaron
las culpas.
Y de nuevo: las dispersaron, las quisieron comprar con
reparaciones de mentira, les robaron las cruces. Ellas respondieron volviendo a
la plaza. Se organizaron y de esa organización, que les ayudó a sostener sus
reclamos en el tiempo, emergieron los grupos de inundados que batallan desde
2003 por memoria, verdad y justicia.
Graciela García y María Claudia Albornoz participan,
respectivamente, de la Marcha
de las Antorchas y de la
Carpa Negra de la
Memoria y la Dignidad. Ellas plantean sus verdades en la
plaza: el recuerdo de los muertos de las inundaciones, la necesidad de que se
haga justicia para sepultar una década de impunidad. Y avisan que no se van a
ir porque ya no tienen miedo.
Primer paso: perder el miedo
Se dice fácil, pero lograrlo es otra cosa. Graciela explica
cómo fue perder el miedo: “Enfrentándolo. Nosotros nos enfrentamos con lo peor.
Después de lo que nos pasó, ¿a qué le íbamos a tener miedo? Nos enfrentamos con
el horror. Y esa madrugada se me armó el rompecabezas. Y ahí me di cuenta de
que el miedo que todos tuvimos cuando abandonamos nuestras casas había que
combatirlo con la lucha”.
“Cada uno hizo su proceso, pero hay cosas que son comunes”,
sigue Graciela. “¿Qué te podía pasar peor de lo que te había pasado? Yo no
perdí ningún familiar; sí vecinos. Primero tuvimos que pararnos. Eso fue lo
primero que hicimos para perder el miedo. Y eso constituyó identidad. Estábamos
de pie. No nos íbamos a arrodillar por un colchón. Sentadas podemos esperar la
justicia, pero de rodillas no. Habernos enfrentado con el dolor fue perder el
miedo”.
María Claudia tiene una idea similar: “Escapamos de una
trampa mortal y eso nos puso en el espacio público. Aprendimos que no hay más
miedo. Y cuando fuimos descubriendo las mentiras de los que no tienen
escrúpulos, más seguras estábamos. Nos pintaron los dedos, nos metieron en
cana. Nos vapulearon, nos quisieron hacer desaparecer del espacio público. Y no
pudieron”.
“Nosotros, en la medida en que nos damos cuenta de que no
pudieron doblegarnos, menos miedo les tenemos”, continúa la referente de la Carpa Negra.
“Aprendimos que la plaza es nuestra. Y también la Casa de Gobierno, los
Tribunales, la
Legislatura... Podrá haber mercenarios inescrupulosos que nos
digan que nos tenemos que ir. Podrán tener el poder ese ratito, pero al poder
lo tenemos nosotros. Y ya no hay miedo”.
Los motivos de la lucha
Desde lo cercano, lo más pequeño, hacia lo macro. Los inundados
entendieron que en 2003 hubo una afrenta deliberada. Para explicarse cómo
salvaron el pellejo tuvieron que aprender ingeniería, descifraron la industria
de la corrupción en la obra pública, el negocio de la asistencia. Conocieron de
cerca la miseria de la política. Ellos saben que no los inundó el río Salado:
fueron los inundadores.
Con esas verdades en proceso de construcción, iniciaron una
pelea desde lo íntimo hacia lo público. “La decisión de luchar me la dio que se
hayan metido con mi casa y con mi barrio”, dice María Claudia. Graciela aporta:
“En la plaza estamos con principios y valores, por eso vinimos a ocupar el
lugar público: para mostrar nuestra lucha”.
“Los inundados pedimos justicia desde un principio porque
entendemos que hay responsabilidades que tienen que pagarse”, retoma María
Claudia. “Los que cometieron errores criminales, los tienen que pagar. Ahí nos
hermanamos, nos entendimos. Y luego en sostener una memoria activa. No una
memoria sonsa, para llorar, sino una memoria activa: una memoria que lucha y
que grita verdad”.
En los grupos de inundados piensan que mientras haya
impunidad no habrá ninguna posibilidad de construir una memoria real, completa,
de la tragedia. “Queremos justicia porque sabemos que tenemos razón. Pero se
nos escapan los inundadores. Sigue esa matriz de impunidad que hay que
destrozar. Queremos que haya memoria, pero con verdad y justicia”, completa
María Claudia.
Graciela coincide: “Sin verdad y sin justicia, la memoria no
tiene contenido. La verdad nosotras la construimos semana a semana, haciendo el
ritual”. Habla de las marchas que repiten todos los martes y todos los 29 desde
julio de 2003. Es su ritual: encienden las velas, leen los nombres de sus
muertos –los que reconoció el Estado y los que no–, cruzan hacia Tribunales
para pedirle a la Corte
Suprema que haga justicia, repiten el reclamo frente a la Casa Gris y al final
vuelven a las cruces.
Por qué y cómo
Para María Claudia, “la verdad es construida desde lo que
nos fue pasando y lo que fuimos aprendiendo. Al principio quedamos impactados;
después comenzamos a descubrir la verdad, aprendiendo sobre obras, sobre
negociados, sobre defensas. Construimos la verdad con pruebas objetivas. La
verdad primero nos pegó. Entró el agua; nos inundaron. Nadie nos sacó, salimos
cómo pudimos. De ahí en más, tratamos de conservar la memoria en función de esa
verdad”. Y luego continúa “No nos importa nada. Donde nos tengamos que parar,
vamos a decir la verdad: la que fuimos construyendo desde el principio. La
plaza es nuestra. El espacio público lo hicimos nuestro. Fuimos protagonistas
de la lucha por la justicia. Marchamos, acampamos en la plaza, dormimos,
comimos asados, estuvimos en navidades y años nuevos. Hicimos nuestro el
espacio público”.
Graciela agrega: “En Santa Fe la pacatería es algo que nos
identifica, en cualquier barrio. Hemos ido moldeándonos. Por ejemplo, si se
acerca un policía yo ya sé qué hacer. Antes de todo esto, a mí me llegaba una
citación y me sorprendía; ahora ya no. A mí me hace feliz ir por la peatonal
haciendo una marcha, o escrachando a alguien. Aunque lo esté haciendo sola.
Pero más lindo es cuando salimos todos”.
“Los inundados con nuestra lucha vinimos a alborotar el
gallinero”, continúa Graciela. “Porque hubo luchas de mucho tiempo, que no hay
que olvidar: la lucha de los trabajadores, de los bancarios, de los maestros.
La diferencia es que ahora, cuando ven cuatro o cinco inundados, ya saben que
les vamos a alborotar el gallinero. Desde el poder, en todos los ámbitos, ya lo
saben. No sé si somos temidos, pero le tienen miedo a lo que podamos decir”.
“Tienen miedo de que no tengamos miedo”, remata María
Claudia.
Los símbolos
Según María Claudia, hay un punto de contacto entre ellas,
mujeres que pelean en el espacio público, con las Madres de Plaza de Mayo:
“Nosotras salimos a la calle porque se metieron con nuestro hogar y en ese
hogar están nuestros hijos. Tocaron una cuestión muy íntima: nuestro hogar y
ese otro hogar ampliado que es el barrio. Son cuestiones muy importantes; la
casa y el barrio son la identidad”.
Uno de los símbolos de la inundación son las cruces blancas
clavadas en el centro de la plaza. Explica Graciela: “Con las cruces queremos
significar las culpas por las muertes provocadas por la inundación. ¿Quién
provoca la muerte? No es caprichoso querer encontrar al culpable. En la medida
que fuimos construyendo la verdad, las cruces tienen ese significado: señalar
las culpas”.
Una de las frases escritas en esas cruces dice: “No podrán
tapar sus culpas, las muertes los condenan”. Graciela completa: “Nuestro
mensaje para la sociedad es que los inundadores tienen que pagar con cárcel”. Y
cuenta que decidieron hacerlas de madera porque “es un material que se
deteriora con el tiempo, como la memoria. Entonces, la propuesta fue
comprometernos a cuidar eso que se deteriora, la cruz de madera, para cuidar la
memoria y que no se deteriore”.
Sus historias
María Claudia Albornoz es peluquera, psicóloga social,
militante barrial, activista por los derechos de las mujeres y referente
principal de la Carpa
Negra. Tiene 48 años y un hijo de 15. Vivían con la madre de
María Claudia, que ahora tiene 87, en una casa de barrio Chalet. En ese barrio
nació y allí volvió en 2002.
El barrio nació como un plan de viviendas bajo el primer
peronismo y fue creciendo como los barrios de los trabajadores, a fuerza de
sacrificio. “Hasta 1959 se llamó barrio Sudoeste. Había canillas públicas donde
la gente buscaba agua para sus casas. Y mucho barro” dice María Claudia.
Graciela García vivió siempre en barrio Roma, sobre calle La Rioja. Está jubilada,
es bibliotecaria y trabajó como administrativa. Es hija de verduleros y recuerda
con emoción el sacrificio que hicieron para que pudiera estudiar. En 2003 vivía
con sus tres hijos, de 25, 22 y 13 años. Sus padres tenían 75 y 73 y vivían
casa de por medio.
Para Graciela, de la Marcha de las Antorchas, abril es especial: en
ese mes cumple años y también ese mes murió su padre, en 2006.
Publicada en Pausa #111, miércoles 10 de abril de 2013
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