lunes, 8 de abril de 2013

José Pepe Serra: "El problema es dónde se pone el poder, no los zapatos"


La mirada de José Pepe Serra sobre el Papa Francisco.

Por Juan Pascual

Su trabajo como sacerdote fue tan profundo que todavía hay creyentes que le piden algunos segundos de su escucha, como si aún llevara los hábitos que  alguna vez dejó por amor y por política. Ejerció durante 23 años, se especializó en Sociología y Ciencias Políticas en Roma, fue vicerrector del Seminario, miembro fundador de la Universidad Católica de Santa Fe. Desde que se conformara en 1968, integró el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTC) y fue parte de su secretariado general en 1972. A fines de 1974 se hizo laico y se casó con su actual esposa, Mabel Busaniche, con quien compartiera el exilio de la dictadura y la militancia. Una mujer y la opción por los pobres era demasiado para una Iglesia que iba enterrando la Teología de la Liberación y el Concilio Vaticano II.
Tras 10 años en el exterior, sobre todo en Perú, donde nacieron sus hijos, José María Serra volvió a Santa Fe con su familia, a la casa que todavía habita en Guadalupe. Fundó Acción Educativa y comenzó su caminata por los barrios de la ciudad, siempre ligado a la educación en amplio sentido: desde los derechos de las mujeres a la alfabetización. También inició su actividad partidaria, cuyo punto máximo fue su participación en la Convención Constituyente de 1994. Hoy es asesor del diputado nacional Antonio Riestra, de Participación Ética y Solidaridad.
Respetado ampliamente por sus convicciones y su trayectoria, Pepe Serra es una voz autorizada para entender la noticia que sacudió al mundo: el Papa argentino.



—¿Qué implica la elección de un Papa de Latinoamérica?
—Se desplaza un papado que siempre estuvo en Europa, y en Roma como cabeza de un Imperio y de un formato de sociedad. Es un cambio estratégico. Europa está en una seria crisis, con decrecimiento y problemas insalvables, porque son problemas del capitalismo. Nuestro continente va a ser parte de una nueva fuerza, donde está la mayoría de los 1.200 millones de católicos del mundo. Es un desafío para la institución haber salido de Europa, donde está el Vaticano y su desgaste, e ir hacia un continente que hace tiempo que está requiriendo nuevos posicionamientos, los que ya alguna vez se tomaron: en el Concilio Vaticano II, en las Conferencias de Medellín y de Puebla aparecían nuevas posiciones, que no llevaron a un cambio institucional de la Iglesia.
—¿Cómo evalúa la elección?
—Había otros candidatos más progresistas, como el canadiense. No el brasileño, más conservador. Angelo Scola, el Arzobispo de Milán, representaba a la curia romana, con todo su escándalo. Hay razones para la elección de Bergoglio. En primer lugar, sus condiciones propias: sabe gobernar y tiene detrás a los jesuitas, puede recomponer la organización del Vaticano. Tiene una edad (76 años) por la que no va prolongar tanto el papado; Wojtyla asumió con 58. Puede hacer un recambio interesante, vamos a ver. Bergoglio arrastró los votos del anterior Cónclave, cerca de 40, los de los latinoamericanos y los de los jesuitas. De todos modos, los cardenales que hay, casi todos, han sido elegidos durante los 30 años de papado de Juan Pablo II y de Ratzinger, una Iglesia y una ideología determinadas. La elección está dentro de ese marco. Creer que Bergoglio es diferente...
—¿Cómo caracteriza esa Iglesia y esa ideología?
—Juan XXIII convocó al Concilio Vaticano II, que luego Pablo VI clausuró. El Vaticano II no comienza pensando a la Iglesia como institución. Cambia la lógica. El primer tema es la Iglesia como pueblo de Dios. A ese debate lo instalaron los latinoamericanos, como Helder Cámara y Evaristo Arns. Se discutió si la Iglesia católica era, es, la única Iglesia de Jesucristo. Por un lado, las otras Iglesias cristianas no lo son, y por amor, caridad, solidaridad, comunión fraterna se las acepta. Por el otro, el texto canónico del Vaticano II, que trabaja el tema del “es”: en la Iglesia católica subsiste la Iglesia de Jesucristo... como en otras Iglesias también puede subsistir. Subsiste si es fiel al mensaje de Jesús. Dios no es un debate de propiedad privada. El Vaticano II resguarda que la construcción de Dios sea fiel a un pensamiento no sólo de ortodoxia, sino de ortopraxia: quien dice que ama a Dios y no ama a su hermano, no ama a Dios. Porque es Dios de todos, de los que creen y de los que no creen. Otro aspecto es la instalación de “Bienaventurados los pobres”. La Iglesia tomó la doctrina de “Bienaventurados los pobres” como si la caridad fuera la mejor virtud; Jesús no quería la pobreza. Hemos machacado con la caridad y no tenemos el coraje de buscar la igualdad, en donde los pobres no terminen siendo el gran negocio de quienes se han apropiado de casi toda la riqueza, en una brecha que se profundiza. Se ha mimetizando la Doctrina Social con una aceptación pasiva: trabajar con los pobres sería ayudar a que salgan de la pobreza, pero dándoles resignación, no combatiendo la pobreza como un mal del egoísmo. Juan Pablo II es elegido como sucesor de un Papa cuya muerte no está esclarecida. Y tiene una primera entrevista con el presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, en Alaska. Después, comienza un barrido de todo el Episcopado mundial donde estaba la Teología de la Liberación. La Iglesia entra en la línea del Consenso de Washington, instalando un Episcopado conservador, los que resistían al Vaticano II.
—Sos contemporáneo del Papa.
—Yo lo he conocido: tenía jesuitas compañeros en el MSTC, del cual Bergoglio no formó parte. El MSTC es un movimiento intraeclesial, nace después del Vaticano II: queríamos que se implemente. Era una Iglesia que se pensaba que iba a distribuir el poder, nosotros queríamos que se hiciera, que se pusiera en práctica. Que pusiera su mirada en los pobres. Había toda una sensibilidad por los movimientos del mundo en ese momento. Había cerca de 500 sacerdotes al principio; era un movimiento sólo de sacerdotes, puramente eclesial. Bergoglio resistió, pero no porque no se metiera política.
—¿Cómo considera la relación de Bergoglio con la dictadura?
—Horacio Verbitsky denuncia una cosa que yo padecí. Yo me salvé porque ví que un cura me iba a señalar y me escapé a la tarde; allanaron el lugar a la noche. La Iglesia tenía gente que decía que estaba bien lo que hacían los militares, que ayudaban a las personas para que tengan una muerte tranquila y luego vayan al cielo. No se puede negar esto. Al caso Bergoglio hay que analizarlo en relación con lo que era el Episcopado argentino. Un sector se había jugado, por eso mataron varios obispos. Y otro se silenció. La Iglesia en general fue cómplice. Y Bergoglio en ese momento era poder: era Superior Provincial de los Jesuitas. Si vos me preguntás si denunció a Orlando Yorio y Francisco Jalics o no, yo te puedo decir que nosotros, los sacerdotes del Tercer Mundo, pedimos para que a ellos les encuentren una diócesis que los reciba. Y no los recibían. Bergoglio se movió como la mayoría de los obispos argentinos. Y los milicos, cuando sabían que un sacerdote no tenía respaldo, decían “este es nuestro”, porque ahí estaba para ellos el germen de la maldad.
—¿Qué pasará con la Iglesia argentina?
—Los nuevos obispos que nombre van a ser de su hechura: los elige él. Lo cual no quiere decir que no vayamos a tener un Episcopado más progre que el que ahora tenemos. Lo segundo: Bergoglio sale de la escena argentina, aunque sea un Papa argentino. Él es jefe de Estado. Se tiene que entender con Irán, con los judíos, con el mundo. Puede ser que la Iglesia local se vea fortalecida en algunas financiaciones y algún nombramiento.
—¿Qué opina sobre el viraje que hicieron los oficialistas?
—Está de por medio el poder. La puesta en escena que hubo para esto demostró que hay muchas fuerzas interesadas en su usufructo. Ahora todos son cristianos... Se traslada a la gente, para que diga “Mirá qué bien, tenemos un Papa”. Tenemos a Maradona, a Messi... Nos falta tener una astronauta y Argentina está realizada. No debemos mistificar. Yo admiro que Bergoglio siempre haya ido en ómnibus, que se pague el hotel, lo que sea, pero eso no hace a la cuestión. El problema es dónde se pone el poder, no los zapatos. La Iglesia que apareció es el poder: es la alineación de más de cien delegaciones que tienen la misma relación. Y yo no sé si eso es el reino de Dios.

Textuales

= A veces escucho a los cristianos y tienen un discurso de sometimiento. Eso no nos hace bien. Si la Iglesia es una comunidad, lo que hay que decir es que es una comunidad de poder, excesivamente clerical, machista.
Hemos de preguntarnos, nosotros los católicos, por qué la mayoría de los pobres son hoy evangélicos. Por qué las comunidades de pueblos originarios, cuyos abuelos fueron católicos, hoy son evangélicas. Yo trabajo en Las Lomas y Santo Domingo: está lleno de Iglesias evangélicas, pero sólo un curita va de vez en cuando, no hay uno instalado.
= Lo mejor que podría hacer la Iglesia, en Argentina, es separarse del Estado. Y trabajar con las comunidades. Yo me alegraría si la Iglesia regalara el Estado Vaticano. Porque es el gran problema: el poder del dinero. Y no es que la Iglesia deje de ser la Iglesia, al contrario: que sea la Iglesia de Jesucristo, como comunidad, como pueblo de Dios, con organización, pero que deje de tener semejante marca clerical con base en el poder económico.
= La Iglesia forma parte de una crisis mucho más profunda, civilizatoria. No nos hacemos cargo de un mundo que tiene fecha fija de autodestrucción. La presencia de la técnica, el avance de las ganancias: hay una ignorancia de los verdaderos problemas, que pasan por el medio ambiente y el hambre. La elección de un Papa en una época como ésta sería muy importante si marcara una ruptura civilizatoria.

Publicado en Pausa #110, disponible en los kioscos de Santa Fe y Santo Tomé.

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