jueves, 27 de octubre de 2011

2 x 1: Zizek en Wall Street y Tagmanini en Budapest


Palabras de Zizek en Wall Street

“Somos todos perdedores, pero los verdaderos perdedores están allí, en Wall Street. Fueron rescatados con millones de nuestro dinero. Nosotros somos llamados ‘socialistas’, pero aquí siempre hay socialismo para los ricos. Ellos dicen que no respetamos la propiedad privada, pero en el crack de 2008 se destruyó más propiedad privada, conseguida con gran esfuerzo, que si todos los presentes se pusieran a hacerlo día y noche durante semanas. Nos dicen que somos soñadores. Los verdaderos soñadores son quienes piensan que las cosas seguirán indefinidamente siendo como son. Nosotros no somos soñadores, sino los que estamos despertando de un sueño que se ha convertido en pesadilla.
No estamos destruyendo nada. Sólo estamos siendo testigos de cómo el sistema se destruye a sí mismo. Todos hemos visto la clásica escena de los dibujos animados en la que un gato se acerca a un precipicio y sigue caminando, ignorando que está sobre el vacío. Sólo cuando mira hacia abajo y se da cuenta, se cae. Esto es lo que estamos haciendo aquí. Estamos diciendo a los chicos de Wall Street ‘¡eh, miren abajo!’.
En abril de 2011 el gobierno chino prohibió que apareciesen en TV, films o novelas todas aquellas historias que hiciesen referencia a realidades alternativas o viajes en el tiempo. Esta es una buena señal para China, puesto que significa que la gente aún sueña con alternativas, así que hay que prohibir este sueño. Aquí no se piensa prohibir nada de eso, porque el sistema en el poder incluso ha suprimido nuestra capacidad para soñar. Fíjense en las películas que vemos todo el tiempo. Es fácil imaginar el fin del mundo: un asteroide que destruye toda la vida y ese tipo de cosas. Pero no se puede imaginar el fin del capitalismo. Así que, ¿qué es lo que hacemos aquí?
Déjenme contar un viejo chiste de los tiempos del comunismo… Un tipo de Alemania del Este fue enviado a trabajar en Siberia. Sabía que su correo sería supervisado por los censores, así que le dijo a sus amigos: ‘Establezcamos un código. Si la carta está escrita con tinta azul, entonces lo que en ella se dice es cierto. Si está escrita con tinta roja, es falso’. Transcurrido un mes, sus amigos recibieron su primera carta. Estaba escrita por entero en azul y decía: ‘Todo es maravilloso aquí. Las tiendas están repletas de buena comida. Los cines pasan buenas películas occidentales. Los apartamentos son grandes y lujosos. La única cosa que no se puede comprar es tinta roja’. Así es como vivimos. Tenemos todas las libertades que queremos, pero nos falta la tinta roja: el lenguaje con el que articular nuestra no-libertad. La manera en que se nos enseña a hablar acerca de la libertad –la guerra contra el terrorismo y demás– falsifica la libertad. Y esto es lo que están haciendo aquí: nos están dando tinta roja a todos.


Hay un peligro. No se enamoren de ustedes mismos. Lo estamos pasando bien aquí, pero recuerden: los carnavales son baratos, lo que importa es el día después, cuando tengamos que volver a nuestra vida normal. ¿Habrá cambios entonces? No quiero que alguna vez recuerden estos días como ‘Oh, éramos jóvenes y fue muy bonito’. Recuerden que nuestro mensaje fundamental es que tenemos derecho a pensar alternativas.
No vivimos en el mejor de los mundos posibles, pero hay un largo camino por delante. Nos enfrentamos a preguntas ciertamente difíciles. Sabemos lo que no queremos, pero, ¿qué es lo que queremos? ¿Qué organización social puede reemplazar al capitalismo? ¿Qué nuevo tipo de líderes queremos? Recuerden: el problema no es la corrupción o la codicia. El problema es el sistema, que nos fuerza a ser corruptos. Estén atentos no sólo a los enemigos, sino a los falsos amigos que actúan para diluir este proceso. De la misma manera en que les dan café sin cafeína, cerveza sin alcohol o helado sin grasa, tratarán de convertir esto en una inofensiva protesta moral. Un proceso descafeinado. Pero la razón por la que estamos aquí es que estamos hartos de un mundo donde sea suficiente para sentirnos bien reciclar latas de Coca Cola, dar un par de dólares de caridad, comprar un capuccino Starbucks que da el 1% a los niños hambrientos del tercer mundo. Después de que hayan subcontratado el trabajo y la tortura, después de que las agencias matrimoniales subcontraten a diario hasta nuestra vida amorosa, podemos ver que durante un largo tiempo permitimos que nuestro compromiso político también fuera subcontratado. Lo queremos recuperar.
No somos comunistas, si el comunismo significa el sistema que colapsó en 1990. Recuerden que hoy esos comunistas son los capitalistas más eficientes y crueles. Hoy en China tenemos un capitalismo que es aun más dinámico que el capitalismo norteamericano, pero que no necesita democracia. Esto significa que, cuando critiquen al capitalismo, no permitan que los chantajeen con la idea de que están en contra de la democracia. El matrimonio entre la democracia y el capitalismo se ha acabado.
El cambio es posible. ¿Qué es lo que percibimos hoy como posible? Sólo sigan los medios. Por un lado, en lo que respecta a tecnología y sexualidad, todo parece ser posible. Puedes viajar a la luna, puedes volverte inmortal con la ayuda de la biogenética, puedes tener relaciones sexuales con animales o lo que sea. Pero, miren el campo de la sociedad y de la economía. En ambos, casi todo se considera imposible. Si querés subir un poquito los impuestos para los ricos, te dirán “Imposible, perdemos competitividad”. Si querés más dinero para la salud pública, te dicen “Imposible, esto significa un Estado totalitario”. Algo falla en un mundo donde se te promete la inmortalidad pero en donde no se puede gastar un poco más en la salud pública. Puede que debamos marcar nuestras prioridades directamente ahí. No queremos niveles de vida más altos; queremos niveles de vida mejores. El único sentido en el que somos comunistas radica en que nos importan los bienes comunes. El bien común de la naturaleza. El bien común de lo que es privatizado por la ley de propiedad intelectual. El bien común de la biogenética. Por esto debemos luchar. El comunismo fracasó absolutamente, pero los problemas de los bienes comunes permanecen.
Te dicen que aquí no somos norteamericanos. Los fundamentalistas conservadores que reivindican ser verdaderamente norteamericanos necesitan que se les recuerde algo: ¿qué es el cristianismo? Es el Espíritu Santo. ¿Qué es el Espíritu Santo? Es una comunidad igualitaria de creyentes conectados por el amor mutuo y que sólo tienen su propia libertad y responsabilidad para hacerlo. En este sentido, el Espíritu Santo está aquí ahora. Y allí en Wall Street hay paganos que están adorando ídolos blasfemos.
Así que sólo necesitamos paciencia. Lo único que me atemoriza es que un día nos vayamos simplemente a casa y después nos reunamos una vez al año, tomando una cerveza y recordando nostálgicamente ‘qué buen rato que pasamos aquí’. Prometámonos que este no será el caso.
Sabemos que las personas a menudo desean algo pero no lo quieren realmente. No tengan miedo a realmente querer lo que desean. ¡Muchas gracias!”

Transcripción de la intervención de Slavoj Zizek en la ocupación de Wall Street, a partir de la versión castellana de roarmag.org y del original inglés en occupywallst.org



Budapest: fuegos de Oktubre

Por Francisco Tamagnini


“Te prefiero igual, internacional…”
Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, “Fuegos de Oktubre” (1987)

“Esto no es un restaurante”, dijo Nicolás, con tono lacónico, y cortó. Con esas palabras el encargado de la Embajada Argentina en Hungría sentenció que sin DNI no había manera de extender mi pasaporte y derrumbó de una patada mi sueño de unirme a los indignados de Wall Street.
Sin embargo, el hueco en la panza duraría sólo unos minutos. A tres clicks de distancia, había una asombrosa noticia esperándome: el 15 de octubre, la indignación se extendía a los cinco continentes. Mis ojos apenas podían creer lo que veían en el monitor. Sitio tras sitio, red tras red, el llamado se propagaba en lenguas de fuego: Toma la calle, Take the square, Siamo Indignati, Occupons la Défense, Világ Forradalom, Occupy London, Occupy Europe, Occupy Russia…
Intenté tomarlo con calma, pero no pude, porque eso era justo lo que venía anhelando desde hace tres años, cuando le escribí al Loco W en Santa Fe para que me dijera cómo carajo se hacía para comprar los dominios de internet www.globalrevolution.net y www.revolucionglobal.net (y sus respectivos .com y .org). La idea era simple: canalizar el descontento mundial en una sola página e iniciar la cuenta regresiva. Al final no lo hice, pero la idea me quedó rebotando en el marote y fue plasmada en un bosquejo que nunca vio la luz.

Quemando la turbina
Durante una semana, no pude concentrarme en otra cosa. El tiempo apenas me alcanzaba para visitar los sitios y esos perfiles que por fin le daban una razón de ser a Facebook. Desempolvé unos diseños que estaban esperando una remera y en el patio encontré unas lonas con ganas de disfrazarse de bandera. El Photoshop y la mano creativa de mi chica hicieron el resto. Mi alter ego en las redes sociales estuvo más activo que nunca y sólo me restaba elegir una ciudad, pero fue fácil: Budapest, mi capital europea favorita.
Sin mucha esperanza “aventé la bolita” (como dicen los mexicanos) en un post de Couch Surfing para averiguar quién se unía, pero también para ver las reacciones. Y a pesar de las advertencias, no tardó en convertirse en un “forobardo”. Hice lo posible por mantener la decencia, pero la postura radical de un colombiano de 22 años me puso a la defensiva y mostré los dientes bien afilados. Valió la pena, porque entre tanta mierda encontré dos perlas: Val y Noèmi.
Como lo sospeché desde un principio, terminé siendo el único con cien por ciento de posibilidades de hacer el viaje, pero al menos logré arrastrar al cuñadito.
El tren desde Croacia fue eterno, sobre todo en el último trayecto, en el que los campos húngaros parecían no tener fin, pero el cielo despejado en el destino pagó con creces cada una de las veinte horas que duró la travesía. Y no obstante mi creciente aversión por las grandes urbes, fue un placer volver a caminar por Budapest.

Un instante
La cita fue a las 8 pm en un bar del centro que eligió Noèmi para disfrutar de unos tragos revolucionarios la noche del 14 y la suerte quiso que en ese mismo lugar estuviera Norbi, el personaje central de una de las primeras crónicas que escribí para Pausa.
El nombre del antro resumía su fatídico destino: “Instant”, un bar-ruina, como llaman a los antiguos edificios que están esperando su demolición, pero que mientras tanto son acondicionados para funcionar como pubs y llevan nombres como “Presente” o “Ahora”. Lejos de estar en ruinas, el bar me dejó con la boca abierta por su diseño. Tenía el baño más limpio y perfumado de todos los que he meado en mi alcohólica vida y, sobre todo, el bar me sorprendió con una de mis grandes pasiones: ¡un flipper!
A la cita no acudió ni el uno por ciento de los invitados, pero fue todo un éxito por el sólo hecho de conocer a Noèmi. La húngara fue la primera en contestar el post y se encargó de coordinar a los escasos activistas. Su español nicaragüense me cautivó casi tanto como su experiencia en tierras sandinistas. El otro asistente fue un neozelandés, cuyo nombre aún no puedo mencionar (menos escribir) y los raros amigos de Norbi completaron la fiesta.



El 15-O
La alegría y el día soleado fueron el mejor remedio para la resaca. Cambié la remera por otra con un mensaje menos violento, doblé la bandera con cariño y partimos hacia el punto de pre-encuentro. Además de Noe, aparecieron un húngaro, tres chicas y cuatro chicos más de diferentes nacionalidades.
Cuando llegamos al punto de encuentro oficial, Noe se bajoneó porque no había más que unos viejitos manifestándose contra los partidos políticos, pero ni bien saqué el trapo, empezaron a acercarse. Primero un húngaro a tomar fotos, luego la chica del pelo bonito, uno y otro, hasta que llegó la noticia de que estábamos en el lugar incorrecto. La emoción de la rubia cuando nos ayudó a mover la bandera fue el primer gran regalo del día.
Ya en el lugar indicado, continuaron los obsequios: un taller para armar carteles, varios círculos de debate y, de fondo, el constante sonar de los tambores.
Manoteé los mejores palos y el trapo adquirió dimensiones de buen estandarte (de mi parte), mientras las cámaras no paraban de documentar. En ese rato, adquirí las tarjetas de presentación más geniales que he recibido en los últimos años, todas de sitios web enfocados en buscar soluciones al caos actual.
Así se fueron tres horas de impaciente espera hasta que se prendieron las antorchas y alcancé mi clímax. Noe seguía enojada porque no estábamos ni cerca de llegar a los tres mil “Me Gusta” que el evento acaparó en la web, pero para mí, que no tenía altas expectativas, el par de cientos que fueron era más que suficiente.
La marcha hasta la Plaza de la Libertad, en el corazón del distrito financiero de Budapest, no fue gran cosa, porque me la pasé con una mano sacando fotos y con la otra tratando de mantener en alto el estandarte. Allá nos esperaba un recital y una declamación de consignas que no pude entender.
Salvo por la entrevista que me hicieron y en la que me obligaron a hablar de la situación política en la Argentina (perdón, pero tuve que mencionar a Proyecto Sur), no pasó nada extraordinario. El verdadero debate lo tuvimos después, entre el grupo que se escabulló a comer un gulyás y tomar unas birras.
Hoy, 16 de octubre, escribo estas líneas desde el escritorio de Val, un ex yanqui que no participó en la marcha pero que nos invitó a su casa de campo para continuar el debate. Su experiencia en filosofía y su visión budista de la vida me están ayudando a poner en perspectiva lo vivido durante el fin de semana, pero para una reflexión más sesuda, estimado lector, tendrá que esperar hasta la próxima entrega.

Publicado en Pausa #85, todavía a la venta en los kioscos

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