domingo, 7 de junio de 2015

Que sea la última vez

Otro yo mismo, por Mari Hechim

Doña Irene y don Pepe vivían en una casa de enfrente y tenían una pequeña panadería.
La calle en la que yo vivía era una gran casa. Sobre todo las que rodeaban la mía, que estaba a mitad de la cuadra. Era el 4559 de 9 de Julio, entre Pedro Ferré y Díaz Colodrero. Los chicos entrábamos y salíamos de cada casa vecina como si se tratara de la nuestra propia. Los de al lado a la izquierda tenían un par de bebés y la Porota, su madre, no tenía un gusto especial por mantener los pisos relucientes y los muebles sin polvo, lo cual no significaba demasiado para nosotros. Al lado de ellos, vivían dos mujeres, madre e hija. La mayor era una señora voluminosa y enérgica, ella sí una apasionada de la limpieza, y la menor era profesora de matemática en una escuela católica y le decíamos la Señorita. Según sabíamos, ella nunca había tenido novio porque, al parecer, su señora mamá era soltera y no se lo permitió nunca. A mí me encantaba sentarme en el umbral de su casa las nochecitas de verano, y conversar con ellas.
En cambio, los de la cuadra de enfrente eran otro mundo. Y ni qué decir de quienes vivían cruzando las esquinas. Posiblemente la mayor cercanía con quienes vivían a la izquierda de mi casa provenía del hecho de que, siguiendo por ese lado, te acercabas a la casa de la tía Maruca, que vivía enfrente, y de la abuela paterna, la abuela Zakía, que vivía un poco más allá, con su hija Nelly y sus numerosos hijos, mis primos.
Todos los días, al levantarnos, mamá nos mandaba a hacer las compras del día. A mí me gustaba ir a la panadería de enfrente, a comprar un kilo de pan y cinco de bizcochos. Yo salía corriendo, porque me gustaba, y al ir cruzando me alcanzaba la voz de la vieja: “Traete algunas galletitas y no corrás”.
Doña Irene era una señora rubia de ojos claros, un poco inclinada hacia adelante, mirando como al suelo todo el tiempo. La Señorita había dicho que el panadero no era trigo limpio, moviendo la cabeza de lado a lado con pesar. Él nunca estaba cuando yo iba de compras. Pero a la tardecita, solía salir a la vereda con su gran panza –salía en camiseta en verano– y su vaso de cerveza, y se sentaba en una silla bajita y de vez en cuando reclamaba a los gritos otro vaso, a su mujer. Ella aparecía enseguidita con otro vaso con el líquido dorado, y se volvía para adentro en un santiamén.
Hasta que empezamos a escuchar los gritos. Ocurrían de noche, y fueron creciendo en frecuencia en poco tiempo. Mi madre se acercaba sigilosamente a la ventana, entreabría apenas la persiana, y miraba a través hacia la panadería y no veía nada. Y a nosotros nos sacaba carpiendo de allí. “Tendríamos que hacer algo”, decía, y retorcía las manos estrujando el delantal de cocina.Mi papá la abrazaba y mascullaba las cosas horribles que él podría hacerle al hijo de puta. Y noche tras noche, el griterío no se hacía hábito y causaba terror.
Cierta vez, más temprano que de costumbre, se oyó un grito tremendo que atravesó la tarde como un rayo. Pero era la voz de un hombre, no de doña Irene. Igual causó un estremecimiento generalizado, que hizo que todos saliéramos a la puerta, para ver de qué se trataba. Furtivamente, como una rata, salió doña Irene de la panadería, llorando, y se dirigió sin mirar a nadie a la casa de una amiga que vivía al lado, doña Kuki.
Después supimos la historia. Doña Irene está planchando, con esas planchas de hierro de antes, pesadas, que debías controlar para que no se recalentaran, y viene este marido que tiene y se pone a gritarle, mal, que no sé qué no compraste cerveza, y se da vuelta y ella agarra y le estampa la plancha en la espalda desnuda, un rato demasiado largo para el espanto de él, que sale corriendo al baño. Y ella se entristece tanto de verse haciendo semejante cosa, que la tristeza la aniquila. También sospecho que salió llorando porque el olor de piel humana quemada no es como aroma de jazmines. Él no volvió a pegarle nunca más.

Publicada en Pausa #155, miércoles 3 de junio de 2015
Pedí tu ejemplar en estos kioscos

No hay comentarios: