viernes, 10 de octubre de 2014

El relato

La calle, por José Luis Pagés

Una vez escribí un cuento tan  ridículo que mis mejores amigos –todos menos ella– me abandonaron. Moríamos de hambre y yo lamentaba mi suerte cuando la vi buscar entre los libros como en el mostrador de una carnicería. “Con un capítulo de los Buddenbrook tenemos para un banquete”, me dijo. “Me conformaría con un almuerzo suculento al estilo de La Montaña Mágica”, acepté. Fuimos a la cocina y asestó un golpe de hachuela sobre un grueso volumen de Mann y unas letras oscuras salpicaron mi camisa. “Ya ves”, me reprochó, “por culpa de tus relatos extravagantes hoy no tenemos una moneda”. “Apenas conté la conversación que tuve con un ganso”, me defendí.  No sé si fue por esa contrariedad o por el humo acre de la hornalla, pero me saltaron las lágrimas. Ella se envalentonó y trepó a la mesa al grito de “los gansos no hablan”, y agregó: “Te voy a enseñar la literatura que esperan los condenados de la tierra”. “Una vez un gaucho y el demonio se enfrentaron en una payada”, “Qué bien”, me admiré, “eso es profundamente realista”. “Otra vez”, siguió, “¡Un niño cayó de un árbol y en pájaro se convirtió!” Ya no me interesaban los ricos Buddenbrook y sus delicadezas gastronómicas. “Después, Coquena que es un duende que tiene una mano de plomo y otra de lana…”, “Y pensar”, me decía yo, “que todavía hay tipos que escriben cosas tan alejadas de la realidad, verdaderos disparates para deleite de unos pocos…”. Ella seguía ahora con la historia de una serpiente emplumada. “Mi bife de chorizo”, reclamé. “Eso estaba en el libro que vendimos ayer”, concluyó.

En Pausa #143, miércoles 8 de octubre de 2014. Pedí tu ejemplar en estos kioscos.

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