martes, 12 de noviembre de 2013

La cultura le responde a la violencia

El sociólogo mexicano Héctor Castillo, creador de modelos de intervención aplicados para integrar a jóvenes en situación marginal, habla sobre la experiencia de su “Circo Volador”.

Por Marcela Perticarari

El bigote típico y el uso frecuente del pinche cabrón en su vocabulario delatan enseguida la nacionalidad de Héctor Castillo, coordinador de la Unidad de Estudios sobre la Juventud del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México y creador de Circo Volador, una experiencia de acercamiento a jóvenes excluidos a la que definió como “un trabajo desde el subterráneo, que es donde están las problemáticas juveniles”.
Castillo llegó a Santa Fe para participar de la Sexta Conferencia Provincial de Políticas de Juventudes, organizada por el Gabinete Joven de la Provincia el pasado 18 de octubre bajo la consigna “30 años de Democracia, 30 años de elecciones”, y llevada a cabo en un marco de numeroso público que llegó desde todos los puntos de la provincia.
Hector Castillo abrió su oreja a los jóvenes de ese mar urbano llamado México DF: comenzó en una radio y hoy es un modelo de intervención.

En primer lugar, el sociólogo señaló que “cuando hablamos de jóvenes acostumbramos a decir ‘los jóvenes mexicanos’ o ‘los jóvenes argentinos’, pero los jóvenes no existen, no son un grupo social único: son muchos grupos sociales con orígenes, necesidades y capacidades diferentes. Sí tienen una característica, y es que se están agrupando de muchas formas, cosa que no pudimos hacer las generaciones anteriores que tuvimos que luchar en contra de las autoridades. La libertad no se gana gratuitamente, se gana a pulso, con lucha y trabajo. Y ahora, de grande, mi función es abrir estos espacios, darles el micrófono, abrir el juego a nuevas formas de educación, de inserción laboral, a las nuevas culturas que se están generando en las comunidades juveniles para a aprender a socializar los valores de amistad, solidaridad, futuro, esperanza, sueños, deseos, ganas, respeto, honestidad. La tarea del sociólogo es dar la palabra, escuchar y tratar de apoyarlos en su desarrollo”.

Un gran circo volador
Sobre la experiencia, Héctor Castillo contó que “en 1987, en el Distrito Federal de México, había un problema severo provocado por los medios masivos de comunicación, que habían declarado la guerra a las pandillas juveniles. Entonces el gobierno de la ciudad fue a la universidad y pidió un sociólogo que se pueda meter con las pandillas. Como yo había sido barrendero, chofer de camión de basura, cartonero y comerciante ambulante, me metí en ese mundo y encontramos que los medios de comunicación tenían una serie de adjetivos calificativos para los jóvenes en general: drogadictos, asesinos, violadores, alcohólicos y vagos. Incluso hoy en día la mayor parte de los jóvenes se detiene por un delito que no está escrito en ningún Código Civil: la portación de cara. Ser moreno, petiso y pobre es peor, porque la policía detiene y extorsiona”.
Los fines de semana llegaba el punto crítico en el DF, donde las detenciones alcanzaban a miles de jóvenes que empezaron a organizarse, y las muertes entre los dos bandos no tardaron en llegar. “Tuvo que llegar una política pública para ver qué estaba pasando”, señaló el sociólogo. Tras ocho meses de investigación, la universidad entregó un diagnóstico donde aparecieron 1.500 pandillas en la parte central de la ciudad y 2.300 en la zona metropolitana, en un radio controlado por 200 policías. Y de los 32 millones de jóvenes menores de 29 años que había, 15 millones eran pobres. “¿Cómo no se iban a volver soldados, halcones o sicarios si ganaban 200 dólares a la semana? Cuando se habla de narcotráfico o crimen organizado, es el resultado de un proceso estructural del país. Me preguntaron qué hacían ante ese panorama y les dije: soy sociólogo, no mago. Y empecé a pensar cómo entrar en contacto con estos jóvenes”, añadió.
Y continuó: “Necesitaba tener un mecanismo de comunicación con todos y volví a los medios de comunicación. Había una radio oficial que no pasaba la música de esos jóvenes y reproducía los mensajes del gobierno. Pedí esa estación, cambiamos la música y empezamos a mandarles saludos a las pandillas, que tenían nombres como Bastardos, Cerdos y Mierdas. Tenía a dos trabajadoras sociales que atendían sus llamados y les sacaban información que yo iba poniendo en mi mapa, así empezaba a conocer los personajes. Los sábados por la noche hacíamos un programa donde denunciábamos las detenciones ilegales y traíamos a los jóvenes para darles el micrófono, algunos lo usaban para insultar al presidente. Entonces los sábados transmitíamos y los lunes por la mañana yo iba a pedir perdón al Ministerio del Interior, a explicarles que se trataba de un proceso de investigación, que esos jóvenes buscaban confianza y respeto. En la semana recorríamos los barrios para conseguir información. Decidimos que no íbamos a trabajar sobre los problemas de los jóvenes y empezamos a conocer sus habilidades, sus potencialidades, sus sueños, abordando las cosas reales y las acciones que se pueden hacer”.
Después de cuatro años de hacer radio, Héctor Castillo y sus colaboradores entraron en contacto con muchos jóvenes y el proyecto demandó la creación de una asociación civil que les permitiría trabajar de manera más organizada: “Se llamó Circo Volador porque andábamos en una combi de un barrio a otro con otras siete personas que usaban su mismo lenguaje, los conocían y todos teníamos apodo de animal”. Con parte del material clasificado, Circo Volador presentó un nuevo proyecto cuyo objetivo era apoyar la profesionalización de los jóvenes a través de la realización de actividades que consistían en producir una serie radiofónica, organizar ciclos de videos, ofrecer clases de música y talleres de serigrafía para jóvenes no profesionales. Tras la consolidación de esa propuesta, se creó el primer observatorio de la juventud que permitió la detección, profesionalización y presentación de las distintas manifestaciones culturales juveniles con un mismo lenguaje, lo que redundó en conseguir un mayor grado de integración social de los grupos juveniles con el resto de la sociedad.
“Necesitábamos un espacio donde aterrizar ese circo. Conseguimos un lugar abandonado para recuperarlo y así empezaron a llegar las segundas generaciones de jóvenes”, recordó Castillo. El sitio elegido fue un cine abandonado que en 1997 comenzó a operar como Centro de Arte y Cultura Circo Volador, con un equipo de trabajo conformado por 25 jóvenes. En principio se plantearon tres conceptos de operación: la promoción de participación popular, la organización autogestiva de las actividades culturales y el desarrollo plural de los grupos sociales en relación con sus propias necesidades. Allí se dictaron cursos de capacitación en áreas como electricidad, plomería, albañilería, pintura, iluminación, sonorización, grabación y producción radiofónica. Además se realizaban charlas y conciertos masivos de bandas nacionales. En el año 2000, el centro cultural fue clausurado con un argumento ridículo: no contaba con estacionamiento para 240 autos. Al año siguiente, con el espacio cerrado, se inició la transmisión radiofónica de Jóvenes en Monitor y en 2002 se logró la reapertura con numerosos eventos culturales que buscaban promover el debate sobre la juventud en el gigante DF.
Hasta 2010 se realizaron cerca de 230 talleres artísticos y productivos. Una gran cantidad de jóvenes se fueron integrando a proyectos periféricos del Circo Volador y uno de ellos, relacionado al graffitti como movimiento urbano, logró el respaldo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Actualmente, numerosos convenios con entidades locales e internacionales consolidan y colaboran con la reorganización de la labor iniciada en los 90.

“Un hombre maduro”
En su visita al programa Caídos del Catre (Radio Nacional Santa Fe), Héctor Castillo también habló de Circo Volador, que “ya se convirtió en un hombre maduro de 25 años”. Desde su punto de vista, “hay cosas que en América Latina siguen estando vigentes: la escuela no le interesa a los jóvenes y hay deserción, la familia está desarticulada y gran parte del empleo es informal. La alta cultura tampoco les dice nada y empiezan a generar sus propias identidades. Algo no estamos haciendo bien, entonces hay que abrir espacios de participación y crear nuevos agrupamientos de contención social. Me interesa desarrollar modelos de intervención con jóvenes en situación de violencia porque ése es el problema central de América Latina. Cuando cambiamos el paradigma, ellos se convierten en actores estratégicos, les damos peso en la sociedad como capital social de cambio. Lo que tenemos que hacer es formar ciudadanos, no clientes políticos para los partidos”.
“En estos 25 años encontramos que se podía sistematizar la experiencia en un modelo de intervención llamado Jóvenes y violencia: qué hacer con ellos, una guía metodológica para acercarse al problema y construir un modelo en cada comunidad que permita conocer la realidad y entender el capital social para poder desarrollarlo con los propios músicos, graffiteros, grupos de estudiantes, cómo enfrentar con eso el asunto de la violencia y cómo ligarlo con los aparatos estatales que tienen esos espacios para lograr visiones de mediano y largo plazo. Lo interesante es la memoria y que haya un registro de esa actividad. Desde el punto de vista de la sociología, construimos un modelo de intervención que nos llevó a trabajar en distintos estados de México como Tijuana, Ciudad Juárez, Nogales y Tamaulipas; intervenimos en Brasil y esta idea se convirtió allí en política pública. También nos cruzamos con cárteles como Los Zetas y aprendimos que nuestro nivel de investigación, el papel de los medios, el compromiso estatal y nuestra propia acción tienen limitaciones”, repasó Castillo.
Consultado por la fórmula para mantener la atención de los jóvenes a largo plazo, el sociólogo analizó que “ya le dimos el micrófono a cuatro generaciones de jóvenes. Los primeros decían ‘ya no quiero más policía’ y hoy dicen ‘necesitamos más apoyo para crear espacios culturales’. Hubo una transformación en los mensajes, que siguen siendo de rebeldía y demanda social, pero hay colectivos agrupados alrededor de actividades culturales, artísticas, educativas y de empleo”. Y cerró la entrevista señalando que “Circo Volador es una especie de utopía hecha realidad, la única forma que le dio un sentido importante a mi vida”.

Publicada en Pausa #125, miércoles 6 de noviembre de 2013

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