jueves, 22 de agosto de 2013

Un país normal para todos y todas

Por Licenciado Ramiro

La pobreza es un hecho. Existe. Y en tanto y en cuanto exista capitalismo, ella no va a desaparecer: es la condición necesaria para su funcionamiento. Por eso, cuando lean o escuchen a un político en campaña hablar de “pobreza cero”, llámelo mentiroso… A menos que, claro, sea candidato por el Partido Comunista. Sin pobres no hay alguien que necesite imperiosamente trabajar y, por ende, que esté en condiciones de aceptar ser explotado (ya lo dijo Carlitos de Tréveris hace más de 150 años).
Incluso la pobreza existe aunque pretendamos que no la vemos. Está ahí, siempre. Parafraseando al saber meloso popular: aunque [nos hagamos los que] no la veamos, la pobreza siempre está. Y por hacernos los sonsos, y como hacemos con muchas otras cosas que no nos gustan, la naturalizamos. ¿Qué significa naturalizar? Lo obvio resultaría decir “convertirlo en parte de la naturaleza”. Eso, dándole una vuelta de rosca, sería lo mismo que decir “hacerlo algo necesario, que excede la cultura, es decir, que está ahí porque así la naturaleza lo dicta. Por lo tanto, nos guste o no, es y está… Como la muerte.”
Ahorramos algunas palabras si decimos, directamente, que la pobreza, al naturalizarla, ya pasa a formar parte del paisaje de una ciudad. Es decir, si no fuera tan fea podría formar parte de cualquier postal, igual que los árboles, los monumentos, las hojas en el asfalto en otoño, etc., y al lado de todo ello, iría, también, una madre clamando por una moneda para comer; un adolescente aspirando poxi de noche para no sentir el frío de dormir en invierno en una plaza; una familia hurgando la basura para comer desperdicios ajenos.
Yo sé que estoy diciendo cosas que, tal vez, son harto conocidas y no despabilo a nadie. Pero no por ello voy a dejar de decirlas, porque si no despabilo a nadie con una escena tan horrorosa como una madre a gritos en una vereda céntrica con su hija llorando rogando por un poco de dinero para comprar “algo” de comida y un montón de personas pasando por al lado como si eso ya fuera parte de la cotidianeidad pues, entonces, resulta necesario seguir insistiendo sobre lo obvio: esa escena, tan desagradable, ya forma parte de lo que podemos esperar ver cuando salimos a la calle… y eso es, aún, más desagradable. Pasar por ahí y hacer de cuenta que no pasa nada es una mierda.
También podríamos pensar que es la única manera que tenemos, los seres humanos, de sobrevivir al espanto: naturalizándolo. Al menos con la muerte funciona en parte. Pero la pobreza no es algo del orden de lo necesario (podría, con otro sistema político, económico, social y cultural no haberla) y sin embargo nos creamos toda una serie de estrategias y/o actos para poder tolerarla. Por ejemplo, al pasar por al lado de esa señora desesperada uno comienza a sacar temas de conversación con quien esté caminando porque pasar por allí en silencio haría mucho más incómodo el andar. O bien, si uno va solo, podría gesticular un “no” con la cabeza gacha, ya que eso es preferible a toparse con los ojos vidriosos de la niña hambrienta.
Luego, y esto tal vez suene un poco polémico, existen otras estrategias que consisten en crear, difundir y fijar prejuicios hasta que se convierten en una verdad tan irrefutable como irreflexiva de tanta repetición. ¿Ejemplo? “Es más cómodo pedir que trabajar.” ¿Otro? “Y, si yo les doy plata después andá a saber qué hacen con eso. Seguro se la gastan en droga y alcohol”. No hay dos sin tres: “Salen a pedir con los hijos porque la gente les tiene más lástima y entonces les dan más plata.” Y así podemos seguir con miles de frases que, creo, son estrategias que la sociedad del capitalismo fabricó para que a los sujetos que ha creado en sus poco más de 200 años de historia se les haga más tolerable algo tan desagradable como que existan pobres e indigentes; o sea, individuos que se mueren porque son pobres.
Tampoco voy a ser tan necio de negar que existen diferencias cualitativas entre un grupo de estrategias y otro… Ya sea porque en uno domina la culpa y en el otro el cinismo o lo que sea. Sin embargo, creo que ambos cumplen la función ya dicha: que podamos soportar lo insoportable, al tiempo que esa naturalización sirve a los fines de que se puedan seguir reproduciendo las condiciones de producción de pobreza y de tipos (como yo) que podamos soportarlo. Algunos más, otros menos pero, al fin de cuentas, lo hacemos. De otro modo, este mundo sería imposible…
Ah. Y el domingo pasado hubo elecciones.

Publicada en Pausa #119, miércoles 14 de agosto de 2013

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