sábado, 16 de abril de 2011

Rudimentos (I)

Por Juan Pascual

1. Desde 1991 las dos primeras fuerzas orillaron el 40%.

2. En los armados de las precandidaturas justicialistas Obeid y Reutemann dejaron de ser referencias absolutas de decisión, no sus cuadros y estructuras. Binner es gobierno y lleva candidato. Son las figuras

dominantes desde 1991.

3. Miguel Torres del Sel es como un comodín, o el cero de la rula. Abarca el núcleo duro del voto anti K. Las encuestas lo ubica entre el 5% y el 10%.

4. Seis precandidatos con posibilidades, dos residuales, y uno impredecible: juega fuerte cualquiera que se arrime al 15% de los votos (sea por estimación o por haberlos recibido en otra elección).

5. En la interna abierta la boleta única resquebraja la relación de empuje y arrastre entre los precandidatos de diferentes categorías, propia del anterior sistema. Si no mide una figura relacionada, y estando en la situación opuesta, la decisión de apoyo de un intendente a un gobernador y viceversa (empuje, arrastre) es un acto libre de la necesidad.

6. En situaciones generales de crecimiento económico los oficialismos poseen más chances de continuidad (excepto que pertenezcan a un esquema anterior y en declive).

7. La presidenta jugaría, con variable efecto, para traccionar cualquiera sea el candidato ganador de la interna justicialista.



En la ponderación de los resultados del estudio de situación, de la historia de los triunfos y de la flexibilidad de las alianzas hay parte de los rudimentos del análisis político. Esa ponderación recae en escenarios, que se cierran y abren frente a las posibilidades de cada resultado. No hay elecciones sin ganadores y perdedores. Y la política sigue, puntuada por la contienda, el día después. De ello que el saber para esos cálculos tenga raíces en la gestión del Estado no sólo previa a las democracias modernas, sino a la ebullición institucional del siglo XIX. En aquel entonces había mucho menos de encuesta electoral e imagen pública y bastante más de bayoneta y conspiración; en todos los casos el problema era el mismo: construir para llegar, alistarse para vencer, prever el resultado posterior y seguir. Un saber de piezas móviles y con historia, en un tablero sin límites y plagado de voracidades, de acuerdo a reglas

siempre cambiantes, mediadas por el poder. Bien entendido, un arte. Este es un garabato, entonces, sobre el Frente Progresista.


Mario Barletta. Fue el primero en lanzarse. Tuvo momentos épicos de reconstrucción del radicalismo provincial –su último dirigente de relevancia en 2010 se fue a la B con Rosario Central– en el encuentro de San Lorenzo del año pasado, donde cosió su candidatura. Comprometió a la mayoría de los intendentes radicales y a algunos lords departamentales. La UNL en el radicalismo, blitzkrieg de gestión muy definida y activa, con una historia conjunta de más de 20 años y un Estado municipal a disposición. El socialismo dividido invitó a la oportunidad, más con un candidato en la ciudad que en 2009 clavó casi el 40%. Posee espacio mediático en Santa Fe, de ganar se puede ampliar a la provincia. No exhibe grandes apoyos de sectores económicos puntuales, tampoco su animadversión.

La dificultad, corriente ya, es la inserción en ese enorme pedazo de electorado que es Rosario, tierra del socialismo y su Estado desde 1989. La boleta única cae como ácido en los acuerdos territoriales. El justicialismo de nuestra ciudad no va dividido, como sucedía desde 2003 (y parte del radicalismo local sí se separa, tras el vice de Bonfatti, Jorge Henn).

De triunfar en la interna aparecería una expresión novedosa del radicalismo, de efectos en el partido nacional. En el trazado del eje de la elección general pesaría el candidato justicialista. Ninguno representaría la continuidad efectiva de los socialistas de la Casa Gris, cuya reacción cruzaría la derrota con el fin del proceso. En la postulación se conjugaría el propio proyecto radical con el freno al retorno del PJ. Ese último elemento puede terminar copando su estrategia, de acuerdo a cuánto más cerca o lejos esté el candidato justicialista de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, ya que éste se encontraría en una posición óptima para articular a nivel local la disputa nacional entre K y anti K bajo la clave peronismo/antiperonismo. Rubén Giustiniani reclamaría lugar y aportaría apoyo, en pos de lo que no obtuvo en 2007.


Antonio Bonfatti. Simple: es el candidato oficial del gobierno provincial, en el cual es ministro de

Gobierno. Más allá de cualquier uso partidario de las finanzas públicas, como mínimo tiene presencia en todos los actos del Estado provincial (y recibe como impacto directo cualquier crítica o tropiezo de gestión). Cuenta con un pack vasto, diversificado y profundo regido por el núcleo de los socialistas de la Casa Gris.

Su riesgo es la transmisión del carisma: el gesto que lo asociaría a Binner frente al elector. Rubén Giustiniani se interpone allí con un dique sólido: su alto nivel de conocimiento y, también, una parte importante del partido. Algo muy valioso territorialmente, sobre todo ahora que la UCR restringió el acceso a sus parroquias e intendencias.

En el paso de la gestión rosarina a la provincia, el socialismo se amplió en el ejercicio de la administración. Nuevos y viejos saben el horizonte que entraña la caída del candidato en la interna. Para algunos, Rosario. Para otros, la lata de acomodarse a un nuevo ordenamiento más o menos extraño. En la general jugarían tras una referencia que evite el desbande.

Pero si Bonfatti llegara a la candidatura reforzaría su oposición continuidad/pasado, la cual tiene su resistencia a caer en una estructuración K/no K: con sus diferencias, la gestión provincial socialista y el oficialismo nacional se han llevado y, además, el pasado no le parece apetecer del todo a los precandidatos del PJ mismo.

En 2009 mucho del voto ruralista se volcó a Reutemann, no al socialismo: ¿no habrán perdonado el intento de 2008 de actualizar Ingresos Brutos al campo y habrán apreciado un antikirchnerismo más decidido? Bajo esa regla, frente a Bonfatti sería Omar Perotti el contendiente mejor parado (por ser el menos K), quien entonces también disfrutaría diferencialmente de la tracción de un pronunciamiento

de la presidenta.


Rubén Giustiniani. Su gran interrogante es ¿cuántos de mis votos son míos?

Camino a la elección de 2009, Giustiniani contaba con un 20% a 25% en las encuestas, sin recibir de Binner la transmisión carismática, que sólo se abrió en las últimas semanas y con la cual se produjo el rush que lo llevó al 40%. La demora en la unción fue comentada. Ese 25% previo no tanto. En el 2007 Giustiniani llegó al 34% de los votos santafesinos como vice de Elisa Carrió; Binner había marcado casi el 49% dos meses antes. Desde la largada de las precandidaturas, las encuestas que circulan en medios retroalimentan a sus partidarios y a su imagen: lo muestran bien parado en la interna, arriba del 20%.

El colectivo de los socialistas de siempre que no encontraron lugar en Casa Gris se nuclea a su alrededor. Con ellos, su porción del partido, con su territorio y militantes. No pierde demasiado con una derrota interna, a diferencia de Bonfatti y Barletta. Junto con Agustín Rossi, es una figura de gran penetración en los medios nacionales: aporte significativo en tiempos de boleta única.

En esa exposición catódica se mostró como el ala más anti K del socialismo. Por ello, si bien puede introducir sus elementos propositivos propios con una intención de continuidad socialista, corre riesgos en el planteo de cuál es la línea de la confrontación con el PJ. Su triunfo en la interna es la prueba inmediata de la no continuidad del oficialismo provincial en ejercicio del gobierno. Y su profunda oposición al kirchnerismo le da al otro lado movilidad y pie para pisar y articular el eje del debate, sobre todo a las expresiones más K, que se potenciarían con el apoyo de la presidencia.

Careciente de anclajes ejecutivos directos en los municipios pesados, el senador extendería sus brazos y su necesidad a quienes sustentarían su fuerza: sus pares derrotados y la UCR, buscando un nuevo tren. Esa sería una diferencia cualitativa de estructuras respecto del justicialismo.


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