domingo, 7 de junio de 2015

La colmena

La calle, por José Luis Pagés

Mucho había sufrido en la vida a causa de sus reiterados fracasos, así que ahora, cuando se demostraba a si mismo que había logrado acallar para siempre los reproches que lo atormentaron largos años con un trabajo perfecto, sonrió satisfecho y salió a la calle. Estaba dispuesto a seguir con su diaria rutina como si nada lo hubiera sacado de escuadra, sin heridas, sin fisuras, con buenos cimientos. Por ahora él seguiría siendo para los demás el que siempre fue, un estropajo, pero en su fuero íntimo el secreto de su liberación lo hacía fuerte. En el volquete de la esquina dejó caer dos grandes bolsas de residuos –las últimas– y sin más siguió camino a La Colmena, la industriosa empresa donde los iguales no sólo no daban nada por él sino que lo tenían como al mayor de todos los zánganos. Sin embargo él siempre había sido el primero para controlar el ingreso y egreso de los otros. Entonces era como Cronos, el Dios del cuaderno para la firma, la ficha y el reloj, mientras despaciosamente bebía su taza de café. Entonces, uno de dos que coincidieron esa misma mañana en la ventanilla dijo al pasar: “¿Viste que encontraron una pierna en el basural?”. Entonces sus manos temblaron y el café salpicó el cuaderno, y una mancha oscura imprimió su camisa, el pantalón, la corbata. Sus compañeros de La Colmena cruzaron una mirada comprensiva y él entendió que para ellos nunca dejaría de ser el torpe de siempre, el zángano mayor.

Publicada en Pausa #155, miércoles 3 de junio de 2015
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