domingo, 15 de marzo de 2015

El contagio

La calle, por José Luis Pagés

El pensamiento público merece un análisis detenido, así que el Señor Secretario nos ayuda a interpretar el mensaje del día.
Todos llegamos a las seis cuando el Prefecto de Disciplina toma asistencia y nos revisa el cuello de la camisa, el largo del pelo, uñas y orejas. A las siete se enciende la pantalla y aparece Nuestro Guía Espiritual con su chaqueta blanca y sus galones dorados. Apenas termina el discurso el Secretario repite los párrafos salientes y a uno u otro pregunta si entendió bien. Recién entonces el Ordenanza en Jefe llega con el mate y nosotros hablamos de cualquier cosa para ayudar al paso de las horas.
Los compañeros nos turnamos para ocupar una silla, atender a las visitas o asomarnos al balcón que da a la Plaza del Pueblo.
La gente que sube la escalera olvida en el camino el motivo que la trajo al mostrador. No saben decir para qué nos necesitan de modo que nosotros no sabemos qué podemos ofrecer. De cualquier manera los recibimos con una sonrisa y los despedimos con una palmada. Se van agradecidos y prometen volver.
Esa es nuestra rutina mientras charlamos todo lo que nos viene en gana con la más absoluta libertad.
Pero hoy todo fue diferente, tan diferente que me quedé pasmado. El Gordo Díaz, que siempre estuvo entre los primeros, llegó a media mañana.
—Tarde –observó el Señor Secretario.
Agitado y sudoroso el Gordo se justificó:
—Cuando venía para acá vi cómo agarraron al cadete del almacén y a pesar de los gritos “¡Soy el Carlitos de acá a la vuelta!”, se lo llevaron igual.
—¿Quiénes hicieron eso? –se alarmó el Secretario.
—¡Esos de Ética Ciudadana lo engancharon al Carlitos!
—¡Usted no vio nada, no me venga con pavadas! –bramó el Secretario.
—No, no… le juro que vi cómo lo agarraban de los pelos y lo molían a palos.
—¡Silencio!
—Yo… –insistió el Gordo, pero el Prefecto de Disciplina escoltado por el Ordenanza en Jefe lo retiró por la fuerza.
Luego, lejos de buscar la escalera, el grupo giró a la derecha y se encaminó a la boca de un ascensor que se pagó, pero no se instaló nunca.
Mentí, dije que estaba en el baño cuando ocurrió el incidente y así pude salir. A los otros, a esos que vieron y escucharon, los inyectaron y dejaron en cuarentena.

Publicada en Pausa #149, miércoles 11 de marzo de 2015.
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