miércoles, 1 de octubre de 2014

Into the wild

El equipo de Polo a Polo llegó al extremo norte de Alaska para iniciar una aventura continental que los llevará desde el Círculo Polar Ártico a la Patagonia argentina.


Otra vez este maldito río. Pienso en las turbulencias de La Setúbal y en sus incontables peligros. Pero no hay forma. El Teklanika me hace temblar las gambas.
Ni los 16 mil kilómetros que manejé desde México hasta Alaska, ni la varada al norte del círculo polar ártico, me alarmaron tanto como estos escasos metros que me separan del “santuario del viajero”.
Sé que es una tremenda idiotez. Chris McCandless hubiera dado todo por cruzar para este lado, pero yo insisto en sumarme a la horda de ilusos que va en sentido contrario, arrastrada por la crónica de una muerte anunciada.
El inusual “verano indio” ha dilatado la caída del invierno. El otoño es idílico, pero amenazador. El hielo que custodia al Denali se empecina en bajar por esta cuenca que se ve desde el espacio.
Hace apenas una semana, sentí la furia de sus aguas glaciares. Después de varios intentos de cruzar con mis “chaparros” amigos mexicanos, me aventuré solo. No llegué ni a la mitad. Solo unos pasos y caí arrodillado ante su majestad.
Esta vez vengo “preparado”, con una cuerda de dudosa procedencia y un bote inflable de 30 dólares, que no inspira ni un paseo en una Pelopincho. Encima, una inevitable ruptura amorosa agrega toneladas a una mochila que nunca estuvo tan pesada.
Pero acá estoy y me veo del otro lado. Confiado en que la mecha de este sueño solo está húmeda y que una brisa suave encenderá la chispa adecuada.

La estampida
Buscar información sobre el Stampede Trail es adentrarse en un mar de inseguridad. El sitio web más completo, con coordenadas satelitales y demás, está descontinuado desde 2010. Año fatídico, el de la última víctima mortal.
Los consejos son apreciables, pero todos acaban en uno: “cuando llegues al río, medítalo, no vale la pena arriesgar la vida”. Bien, gracias.
La caminata empezó tarde, después de una noche de terrible desvelo. Pero fue tranquila. Un spot perfecto para acampar, un crepúsculo inspirador y el regalo más preciado de la noche alaskeña: la aurora boreal.
Fue mi revancha. Hacía seis años que la había perseguido en el otro fin el mundo. Más de un mes de espera en Laponia, territorio saami. En aquella ocasión, los verdes fueron fugaces y la cámara no ayudó. Esta vez, gracias a la ayuda de dos amigos entrañables, tuve un lente más decente.
Emma, Robert y Chai (la perrita de la expedición) han caído rendidos. Pero yo me aferro a ese espectáculo nocturno como si fuera un augurio de victoria. El Jack Daniel’s ayuda a mitigar el frío del cuerpo, pero los vientos helados que soplan desde el otro lado del Atlántico, me congelan el alma.
La mañana nos recibe con un poema de sol y hielo. Novatos, continuamos cambiándonos de calzado en cada charco, hasta que la realidad se terminó por imponer a la fuerza: caminar con los pies congelados o avanzar a paso de tortuga.
Un riachuelo helado y otro más. Una interminable y dulce tortura.

La advertencia
¿Este será el Savage? Nos preguntamos en cada arroyo que amaga con convertirse en río.
“El Savage va a ser una probada de lo que les espera en el Teklanika”, habían dicho los dos rubios que vimos al inicio del camino. Ellos lo habían logrado, pero sus rostros desencajados no podían ocultar el susto que se pegaron. “La vuelta estuvo wild, los ríos crecieron. Pero ustedes son tres, les va a ir mejor”. Sí, cómo no.
El verdadero Savage nos recibió con una advertencia. Mis compañeros pasaron de largo, pero yo me detuve en un montículo de piedras que resultó ser un memorial: “Claire Ackermann. 14 August 2010. Rester C’est Exister. Voyager C’est Vivre” (“Quedarse es existir. Viajar es vivir”).
Recién ahora, mientras escribo esto en la comodidad de un hogar prestado, me atrevo a indagar. Googleo su nombre y el rostro de la sueca aparece en primer plano, pero ya no es el de la foto que está ahí. Ya no hay sonrisa. Ya no hay vida. La historia en pocas palabras: un sueño, dos personas, un error fatal.
Pero para entonces estoy más preocupado por pasar el río. Le doy vueltas y vueltas y no encuentro el punto seguro. Mis años de boy scout, de nadador, de clavadista improvisado, se acaban acá.

La prueba
Sé que puedo, incluso nadando y arrastrando la mochila. El agua está helada, pero la temperatura ambiente aguanta como para no caer en la hipotermia. Sin embargo, no estoy solo. Sobre mis espaldas cargo la responsabilidad de las personas (y el animalito) que más admiro en esta vida.
Finalmente, me decido. Elijo el tramo más corto, pero el último metro y medio es intenso. Ya en el agua, me doy cuenta de que es mejor soltar el palo que hace de báculo y lanzarme con la esperanza de que esa rama me aguante.
Y lo hace. Doy un salto y me sujeto de la punta de ese pinito que se resiste a ser arrastrado por el río. En una fracción de segundo, la corriente me azota contra la costa. Subir requiere esfuerzo, pero es lo de menos, ya estoy del otro lado.
La adrenalina retarda los escalofríos y me las arreglo para pasar bultos hasta que llega mi ropa seca.
Ahora es el turno de Robert. El mosquetón anclado al jean y que sea lo que sea. De un tirón, lo arrastro hasta la rivera, pero no lo puedo subir. La soga está atorada en una rama. Estoy tranquilo, porque lo tengo agarrado de un brazo, pero su desesperación es lógica. Al final, opta por lo más sencillo: se desprende el pantalón y sube en pelotas. ¡Corten! La cámara deja de filmar.
Es hora de Chai. Los nervios de su mamá no me dejan otra que cruzar el río de regreso. Esta vez opto por caminar por un punto que parece más bajo. El agua me llega hasta los muslos y me hace tambalear, pero aguanto.
Pongo a Chai en su mochila y al agua pato (y perro). Una sumergida rápida y estamos del otro lado.
Ahora solo falta Emma. Está al punto del llanto, pero se atreve. No requiere mucha ayuda. Es hora de secarse y seguir camino.

No pasarás
Mientras me pregunto si elegimos el mejor punto para cruzar, veo un recipiente de plástico pegado a un árbol. La curiosidad me mata. Lo abro y hay una libreta y una lapicera. Son los nombres de gente que ha cruzado por ahí. Hay registros hasta en agosto, el mes más temido. Mis respetos.
Comienzo a caminar con la esperanza de que el Savage haya sido el Teklanika, pero una hora y media más tarde, nos recibe el monstruo.
Ya sin fuerzas, buscamos los puntos adecuados. Es en vano. Caminamos río arriba la milla recomendada, y aunque el agua se divide en varios brazos, su fuerza no disminuye. Mejor esperar a mañana.
Al día siguiente, el milagro no llega. Intentamos cruzar por “la playita” que vimos ayer, pero no podemos. Intento solo. Nada. Otra vez el agua y el temblor que se convierte en lágrimas.
Derrotado, emprendo el camino de regreso. Tengo que dejarlo ir, pero no puedo: el próximo fin de semana, lo intentaremos otra vez...

Más info: www.poloapolo.net

En Pausa #142, miércoles 24 de septiembre de 2014. Pedí tu ejemplar en estos kioscos.

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