La calle, por José Luis Pagés
En el centro de la escena, ella, con el corazón traspasado
por el dolor de no saber en qué rincón del Ministerio perdió a su amado
Alberto. El jefe, el Segundo, tres escribientes, siete técnicos informáticos,
la encargada de personal y también el ordenanza, formaban el público que
rodeaba el escenario mientras ella bebía el agua de un vaso que sus manos
sostenían temblorosamente. De pronto el mismísmo ministro escoltado por dos
agentes de policía se sumó al cuadro. “¿Cuándo lo vio la última vez?”, preguntó
uno de estos. “El miércoles, antes del fin de semana largo. Lo busqué hasta el
cansancio y solo me fui después de haber subido y bajado diez veces por
ascensor y escalera. Revisé todos los rincones y no dejé nada por preguntar a
todos los que crucé en el camino” –dijo y agregó– “Me fui pensando que hoy lo
vería otra vez.” “¿De quién estamos hablando?”, “Mi prometido”, dijo ella. “Se
sentaba ahí, pero ya ve, la silla está vacía” El Ministro miró al Jefe buscando
una explicación… La encargada de personal, sin que nadie lo preguntara, sumó
para desconcierto de todos los presentes que “Ahí no se sentaba nadie, desde
que se jubiló Don Cosme”. “No mienta”, gritó ella, “Para usted Alberto era
invisible, como usted era para él”. Hizo un puchero y anunció, “Nos íbamos a
casar”. “Es verdad que ahí no se sentaba nadie”, sopló el ordenanza al oído del
jefe. Ella pareció adivinar el comentario y aportó una prueba. “Ahí dejó
olvidado su paraguas ¡Oh, mi Alberto!” “¿Este es su sello?”, preguntó el
Segundo “¿Alberto Gómez, encargado de despacho?” “¡Sí!”, se entusiasmó ella.
“Existen numerosos expedientes que salen de acá con el sello y la firma de
Alberto Gómez”, admitió el funcionario. “No tengo registrado a nadie con ese
nombre”, se atajó la Jefa
de Personal. “Ha desaparecido alguien de existencia dudosa, ¿cómo era?”
preguntó el Fiscal que había ingresado sin ser advertido. “Cabello crespo, piel
blanca, ojos negros…, ¡amoroso!”, “¿Sabe donde vive?”, “No, dijo ella, nos
veíamos acá o en el ascensor” “Bien”, dijo el fiscal dirigiéndose a uno de los
policías. “Escriba: Alberto Gómez, su paradero. Piel blanca, ojos negros, demás
datos se desconocen. Y para examinar lleve sello y paraguas. También a esta
mujer, incomunicada, hasta que diga lo que sabe”. Ella pareció desfallecer. El
Ministro dio media vuelta, dijo “¡Habrase visto!” y se retiró seguido de cerca
por el Jefe, el Segundo y la encargada de personal, con la cabeza gacha.
Publicada en Pausa #152, miércoles 22 de abril de 2015.
Pedí tu ejemplar en estos kioscos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario