miércoles, 12 de agosto de 2015

Sin título, ni nada

Variopinta, por Federico Coutaz

Lo primero es el ínfimo chispeo de una pava en el fuego. Es madrugada de lunes o martes, ruidos lejanos, como efectos sonoros y mucho sueño. Después el mate humeante, los cigarrillos, los apuntes desparramados en la mesa y tu risa rebotando en el eco de la noche. Esa carcajada que rompe la charla susurrante. Si caía yerba en la fotocopia, ya estaba, por las dudas, las velas de Nidia, puro amor.
Mañana en el garaje, otro mate, los criollitos y alguien llega a cada rato. Un rayo de sol entra por las claraboyas y se enreda en tus rulos.
Una vez caminábamos tarde, volviendo de los bares y nos bardearon desde un balcón, yo les leí a los gritos unas páginas de ese libro espantoso (que por respeto y superstición no puedo nombrar), alguien se asustó y agitaba para que nos fuéramos, vos te reías con ganas, te reías sin parar y la vida era así, ridícula y divertida.
No entiendo cómo, pero te me morís a cada rato. Sacudo la cabeza, me rasco, puteo y nada, tu nombre y nada. Silencio. Vacío. Silencio. Un abismo sin música ni luz, ¿te acordás?
A veces me exasperaba tu generosidad sin límites, tu generosidad sin vos. Pero es cierto que supe aprovecharme y que te debo tanto que prefiero no hacer cuentas.
Los diarios hablaron de vos y no cantamos. Tus dedos largos, tu abrazo fuerte. Tus ojos rojos de llanto apenas.
Y todas las fotos que tanto odiabas,  qué tiempo raro… Me guardo la tuya, tapándote la cara, como una boluda, como siempre…
Escuché o leí “hondo pesar” y “última gira”; cómo nos hubiéramos reído. Fue un verdadero éxito el velorio, lo sabías. Hasta llovió y hubo sol, arco iris y luna azul, ¡caete de culo!
Cómo te quiero, la puta madre, cómo duele, dónde estás.

Publicada en Pausa #159, miércoles 12 de agosto de 2015
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