La calle, por José Luis Pagés
El mal tiempo llegó para quedarse, dice la radio. Apenas
despierta se asoma al patio y la voluntad flaquea. La casa está para quedarse,
pero en Argentina el voto es obligatorio. De pronto se siente tan frágil y
enfermo como el Licenciado Vidriera. Contrariado, lucha contra la tentación de
regresar a la cama. Es domingo, pero los gatos que ignoran el calendario
reclaman su alimento y ponen en marcha la rueda de la rutina, la higiene
personal, el mate ritual. Dos años atrás renovó documento de acuerdo al nuevo
protocolo orwelliano de la
identificación antropométrica, sin embargo su domicilio en el padrón electoral
no cambió, es el mismo de 40 años atrás. Para votar deberá cruzar la ciudad y
además sospecha que tropezará con viejos vecinos y eso lo acobarda. Siente que
lo empujan al centro de la escena cuando todavía no aprendió el libreto.
¿Viajará al pasado y emprenderá una aventura de consecuencias
impredecibles? Busca razones que le
ayuden a afrontar y superar el reto homérico y la primera que se le ocurre es
ir a votar para que un día nadie se sienta obligado ejercer su derecho. ¿Acaso
no fue San Martín el Libertador de América? Pero acá ningún programa impulsa
semejante locura. La defensa de las libertades –salvo unos pocos– no figura en
la agenda política porque para la mayoría de los argentinos el voto universal
antes que un derecho es un deber patriótico. Solo le quedan para elegir las
propuestas de uno o dos de los candidatos menos publicitados, porque los más
expuestos en los medios lo llenaron de vergüenza ajena. A las nueve, una
claridad ambigua ingresa en el comedor y las últimas sombras que rodean la mesa
se levantan y se van, pero regresarán cuando termine este día, entonces junto a
ellas escuchará los resultados. De pronto, cuando decidió cambiar sus ropas de
invierno por las de verano, la temperatura bajó.
El taxista dice: “Tá lindo pal locro”. El siempre asoció el
locro con las fiestas patrias. Está claro que el taxista vive una fiesta patria
cuando en la radio se suceden las voces de los candidatos que hasta ayer
revolearon mortajas, se lanzaron polvo de ángel y finalmente se atacaron con
humores cadavéricos. La danza macabra continúa. Ahora se amenazan con acciones
penales, discuten al nivel de la farándula porque son parte de la farándula
misma y no ocultan el desprecio que sienten los unos por los otros. Unos se
quejan de la lluvia, otros denuncian obras inconclusas y todos –con el agua al
cuello– recelan de todos. Para esta noche de narices blancas se anuncian
fraudes y otras turbulencias en gran parte del país. Sin embargo en algo están
de acuerdo los candidatos, se muestran felices con la gran fiesta de todos.
Contra lo esperado, no encuentra en la cola de espera a otro conocido que no sea el flaco aquel, amigo de
amigos que ya no están. Se reconocen y se estrechan las manos. Minutos después entra al cuarto oscuro y se
demora como cualquiera lo haría ante una mesa de saldos y retazos. Finalmente
pone su voto en el sobre, el sobre en la urna, el documento en el bolsillo y
sale a la Plaza
de Las Banderas. Ahora el cielo se ve más oscuro, el aire es más frío y
entonces se dice que en un día como este bien vale una tallarinada.
Publicada en Pausa #159, miércoles 12 de agosto de 2015
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