Brasil marcha, primero al ritmo del aumento en el transporte público y, ahora, por una multiplicidad de reclamos difícil de diferenciar. Actualidad y claves del conflicto.
Por Emilia Spahn
Con las llamadas “Ven a la calle” del 17 de junio, difundidas masivamente en las redes sociales, Brasil tuvo la mayor manifestación popular desde 1992, cuando renunció el presidente Fernando Collor de Mello. Era ya el quinto acto en rechazo del aumento del boleto del transporte público.
Dos semanas atrás iniciaba la movida cuando unos 5.000 manifestantes acudieron a la convocatoria realizada por el Movimiento Pase Libre, que desde hace casi una década lucha por el acceso irrestricto al transporte público y la gratuidad del pasaje. Con la consigna “si la tarifa no baja, la ciudad va a parar” la protesta se repitió cuatro días consecutivos en São Paulo y extendiéndose a Río de Janeiro y Belo Horizonte. El salto abismal en la cantidad de adheridos se produjo como reacción a la represión por parte de la Policía Militar que signó el cuarto encuentro.
Los medios de comunicación masivos acusaban a los participantes de vandalismo; con la inmediata narrativa que se construyó en las redes sociales a través de videos y fotografías del accionar de la Unidad Antidisturbios de la Policía Militar, la movilización logró una total legitimidad, sobre todo en las clases medias: los uniformados no dudaron en detener arbitrariamente centenares de personas y disparar gases lacrimógenos, gas pimienta y balas de goma apuntadas directamente a los rostros de los manifestantes y periodistas que cubrían los hechos.
El lunes 17 de junio más de 250.000 personas ocuparon las calles de distintas ciudades en repudio de la represión en São Paulo, sumándose a la reivindicación de la reducción del costo del pasaje y encontrando en los 20 centavos de aumento un argumento para opinar sobre el uso de los fondos públicos. En este sentido, no es casual que la multitudiaria movilización tenga lugar en el inicio de la Copa de las Confederaciones, en vísperas a la Copa del Mundo y las Olimpíadas.
Si bien el objetivo principal de la manifestación fue la revocación del aumento del pasaje, la protesta aglutinó a sectores que hasta entonces no habían acompañado la demanda original y que incluyeron más pautas, enfocadas en el pedido de mayores recursos para educación, salud y cultura, el repudio a la corrupción y al desvío de dinero público e incluso la reivindicación del derecho a la protesta mismo.
Desde el 17, las marchas se multiplicaron. Hubo actos en 538 ciudades brasileras y en más 73 ciudades de países del exterior. En siete ciudades capitales y al menos 11 del interior paulista ya se anunció reducción en la tarifa del transporte. Con la revocación de los últimos aumentos anunciados, el costo de los pasajes de ómnibus urbano oscila entre R$ 2,60 y R$ 3,00, un equivalente a 6,17 y 6,52 pesos argentinos.
En São Carlos, una pequeña ciudad del interior de São Paulo, el intendente decidió que las instituciones gubernamentales y los locales comerciales del centro cierren más temprano de lo habitual el 20 de junio, anticipándose a la primera marcha en la ciudad, no sin antes anunciar por la radio la reducción de la tarifa del pasaje, suprimiendo un aumento de 10 centavos de diciembre de 2012. Más de 15.000 personas se concentraron esa tarde para movilizar junto a los millones que salieron a ocupar las calles en distintos puntos de Brasil.
“Un país desarrollado no es donde el pobre tiene un auto sino donde el rico usa el transporte público” declaraba una estudiante. Por su parte, un joven sostenía que “la accesibilidad al transporte no se va a garantizar en tanto sea un monopolio en manos de una empresa tercerizada”. Una mujer acompañada de sus hijos expresaba “el país verdaderamente va a cambiar cuando se garantice a la periferia el derecho a la ciudad” y agregaba “queremos mejores condiciones de movilidad urbana, pero también acceso a una buena educación, a una buena salud”.
La multiplicidad de reclamos se hacía evidente en la lectura de los carteles que levantaban los convocados, en su mayoría jóvenes de clase media. Al frente de la caminata, una pancarta donde se expresaban peticiones en relación a un transporte justo. Cerca, otros reclamos vinculados a los últimos cortes de financiamiento municipal a organismos de cultura, instituciones en contra de la violencia contra la mujer y al hospital escuela donde realizan prácticas los estudiantes de medicina. A nivel macro, reclamos en contra de los gastos por la Copa en detrimento de inversiones en otras áreas y el repudio a la reciente ley impulsada por Marco Feliciano, presidente de la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados, que autoriza a los psicólogos a ofrecer tratamientos para “curar” a los homosexuales.
En otra de las ciudades del interior paulista, lejos de la fuerte represión policial que marcaba a las grandes capitales, tuvo lugar la primera muerte ocurrida desde el comienzo de la movilización. En Riberão Preto, un empresario atropelló con su automóvil a la multitud que se manifestaba en las calles: hirió a 12 personas y mató a Marcos Delefrate, de 18 años.
La ampliación del movimiento y el desplazamiento de las pautas iniciales generó confusión en muchos de los manifestantes, más acentuada en los grandes centros urbanos donde hubo quienes reaccionaron autoritariamente contra la participación de partidos políticos. En muchos lugares los ciudadanos expresaron temer la instauración de un Golpe de Estado. Los medios que habían criminalizado las manifestaciones, reivindican ahora las demandas por la corrupción política y el derroche de fondos públicos, caracterizando al movimiento como un rechazo a la presidencia vigente. Los sectores conservadores, por su parte, no perdieron la oportunidad para intentar disputar el significado de las protestas.
La noche del viernes 21 Dilma Rousseff dio su primer discurso en relación a los hechos, transmitido por la red nacional de radio y televisión. En apenas diez minutos legitimó las manifestaciones, considerándolas expresión de una sociedad democrática, y solicitó que se sostengan como movimientos sin violencia. Planteó la necesidad de una reforma política, de elaborar un Plan Nacional de Movilidad Urbana que privilegie el transporte colectivo y de dialogar con los movimientos sociales que participan de los reclamos. También hizo referencia a los cuestionamientos respecto al uso de los fondos públicos, aclarando que los gastos del Estado en los eventos deportivos luego serán retribuidos al país. Respecto a las demandas sociales, se comprometió a destinar en educación el dinero recaudado por la explotación de petróleo y a traer médicos del exterior para ampliar el Sistema Único de Salud. Para culminar, hizo hincapié en la importancia de concretar la Copa del Mundo en Brasil, exponiendo una gran preocupación por el rechazo expresado en la secuencia de marchas.
En un país más rico, menos desigual, donde las estadísticas confirman progreso en una década de políticas de inclusión social, se crearon mayores expectativas entre los habitantes y, simultáneamente, mayor capacidad de reclamo. Los brasileros salieron a la calle a acompañar a los movimientos que desde hace tiempo realizan una lucha sostenida, en una tentativa de recuperar participación en las decisiones y proponer una mudanza en las prioridades políticas. El Partido de los Trabajadores, gestión actual, históricamente ha avanzado en ese camino y ahora, a un año de las próximas elecciones, la población le exige el desafío de conseguir concretar reformas estructurales. Rousseff ya anunció que llevará a plebiscito una reforma política, y que se reunirá con Pase Libre. La clave de las transformaciones se encuentra en la calle y en la democracia.
Publicado en Pausa #116, a la venta en los kioscos de Santa Fe y Santo Tomé.
2 comentarios:
Linda nota, aunque no me parece que tildar de "autoritario" el hecho de que la movilización no haya dejado intervenir a los partidos políticos en una marcha en contra de la corrupción y a favor de una reforma política. Se esta evitando el clientelismo y el oportunismo, es una necesidad de orden evitar que los dirigentes de los partidos hagan mérito con una movilización popular. Arriba el Pausa!
Para mí es autoritario que en una movilización manifestantes le quiten a otros manifestantes las banderas que llevan y las prendan fuego en medio de la marcha, por lo cual el término se me hace sumamente apropiado. Además no se trata de la "movilización" vs. "los partidos políticos": los partidos políticos también participaban de la movilización. Con esto no estoy negando que se trate de oportunismo, ni que esos grupos minoritarios con su participación intenten disputar el significado que se va forjando en torno a las protestas.
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