El Lugar Barrial de Ajedrez celebró su primera década de
trabajo junto a los pibes del barrio.
Por Ileana Manucci
La inundación de 2003 marcó tristemente a la ciudad. Vidas
perdidas, hogares perdidos, sueños perdidos. Huellas que permacerán para
siempre, de una u otra forma, por una u otra razón.
Pero siempre de esas historias de pérdida, dolor, injusticia
y varias sensaciones y sentimientos más, surgen esas otras historias que
pudieron resignificar el sufrimiento para seguir adelante y transformarlo en
algo más.
Nuevas generaciones de purretes se acercan para aprender a jugar y estar con amigos, mientras que las viejas camadas ahora los instruyen.
Cuando Atahualpa Larrea, un niño de apenas 6 años en aquel
2003, se encontró por primera vez con un tablero de ajedrez luego de que el
agua se tragara sus otros juegos y juguetes, nunca imaginó que 10 años después
esa experiencia que, según dice, cambió su vida, también cambiaría la de
cientos de chicos y chicas. “A nivel personal fue un crecimiento muy grande, yo
cuando tenía 7 u 8 años competía, jugaba torneos, lo hacía como un deporte. Con
la creación de este espacio comencé a ver al ajedrez de otra forma, ya no como
un deporte, sino como algo social, inclusivo, al alcance de todos. El ajedrez
desde siempre, culturalmente, había sido sólo para gente de cierto nivel
económico, era un deporte de elite, entonces la idea de crear este lugar libre
y gratuito rompió un poco con esa concepción”, dice Ata, hoy un adolescente de
18 años. “Después de 10 años ha significado un cambio de mentalidad muy grande
en los chicos, en el barrio y en la ciudad, porque esta idea del ajedrez social
se fue replicando en otros lados, de hecho hoy hay unas 10 escuelas similares a
ésta, y también pudimos ver esta idea replicada en el resto del país y
Latinoamerica”, celebró.
Marcela Faraone, madre de Atahualpa y una de las fundadoras
del LBA, recuerda que cuando en 2005 su hijo les preguntó por qué en el barrio
no había una escuela de ajedrez, la decisión fue hacerla ellos mismos. “En su
momento esto era un gran desafío porque era la primera escuela de ajedrez libre
y gratuita de la ciudad”, dice Marcela. “Hoy ya hay varias más y acá nosotros
tenemos unos 80 pibes de entre 4 y 26 años participando de las actividades que,
de a poco, fueron sumándose, además del ajedrez. A lo largo de estos años hemos
tenido talleres de computación, de plástica, de música, hip-hop, tango,
folclore. Vamos siempre buscando esas cosas que a los chicos les van
interesando para poder engancharlos y que vengan. También valoramos mucho que
en estos 10 años pasaron por acá muchos practicantes, que han hecho sus tesis y
trabajos para las facultades e institutos, eso fue armando un grupo humano muy
lindo y valioso”, destacó la madre.
El LBA funciona en Mendoza 4261, en un ex Hogar Escuela que
fue levantado por la
Fundación Eva Perón y desmantelado durante la última
dictadura militar. En 2003, los vecinos de Santa Rosa reabrieron este espacio
que se encontraba abandonado para darles un lugar a los chicos y chicas del
barrio.
“Nosotros lo limpiamos, lo pintamos, lo recuperamos. Con el
correr del tiempo pudimos ir revitalizándolo, y hoy el gobierno provincial lo
está manteniendo y usándolo también para dar talleres y actividades”, comenta
Juan Larrea, padre de Atahualpa. “Nosotros sentimos que cumplimos un rol
fundamental, el de ser custodios de este lugar que es tan significativo para el
barrio, porque acá en la década del 70 vivían amigos nuestros, pibes del
barrio. Sentimos satisfacción de que pudimos hacer que este lugar permanezca en
el tiempo a pesar de los intentos de hacerlo desaparecer o transformarlo en
otra cosa que tuvieron algunos gobiernos. Pero acá estamos, y manteniendo el
espíritu con el que fue creado: para los niños y niñas. Creemos haber sido
nosotros, como asociación, un granito de arena que aportó a eso”, cerró.
Crecer jugando
El LBA cumple un rol social muy importante en Santa Rosa de
Lima, más allá de la práctica del ajedrez. En 2005, cuando la ciudad todavía se
recuperaba del paso del agua y de una de las crisis más profundas que vivió el
país, este lugar acogió a los pibes que además de la necesidad de un espacio de contención, tenían hambre. Juan
grafica esto con claridad: “todavía seguimos dando la copa de leche, pero en un
principio necesitábamos 50 litros para atender a todos los pibes, hoy
preparamos sólo 10 litros. Con eso vemos que todavía hay una fracción de esta
población que necesita la alimentación y otra muy importante que ya puede
acceder a ella en sus casas”. Marcela arroja otro dato que agrega más claridad
sobre el valor que este tipo de lugares tienen en barrios como Santa Rosa:
“nosotros vemos que como espacio de contención social esto ha funcionado, los
chicos van por el buen camino, muchos han formado sus familias, hay una gran
cantidad que está en la facultad y eso es muy valioso, porque el barrio tiene
70 años y cuando arrancamos con este proyecto había solamente 14 egresados de la facultad, ahora sólo de
nuestro grupo de chicos tenemos unos 14 estudiando y algunos a punto de
recibirse. Eso nos llena de orgullo y de ganas de seguir apostando”.
Muchos de esos chicos y chicas que en 2005 se encontraron
por primera vez con los tableros negros y blancos, con los peones, alfiles,
torres y demás, hoy ya adolescentes y jóvenes, son quienes están tomando la
posta de la comisión directiva del LBA, organizando torneos y llevando sus
conocimientos y experiencias a otras escuelas en la ciudad y alrededores. “Hay
muchos chicos que están ejerciendo como instructores en las escuelas públicas
en distintas ciudades, pero este año salió un artículo que estipula que si no
estás federado no podes ejercer como instructor, y eso es complicado para nosotros
porque federarse implica mucho dinero, nosotros somos ajedrez social y por eso
estamos intentando que se nos reconozca como ONG, para que las nuevas camadas
de chicos que se van formando también puedan tener la posibilidad de ser
instructores, que haya igualdad de oportunidades con el resto”, comenta
Marcela. Y Atahualpa agrega: “creo que hoy se ha cumplido uno de los objetivos
que tiene LBA, que es brindarles a los chicos oportunidades de inserción
laboral. Gran parte de quienes comenzaron acá como alumnos, con 8 o 10 años, se
están desempeñando como instructores de ajedrez en las escuelas públicas y
además vuelven acá para seguir colaborando con este proyecto”.
Publicada en Pausa #162, miércoles 23 de septiembre de 2015
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