Sin justicia: los abusos de las fuerzas de seguridad son una
práctica común en la provincia.
Por Juan Pascual
No hay desesperación. El procedimiento es familiar, los
ortivas también. Los ortivas se pasean por tu barrio, conocen a todos, todos
los conocen. El viaje en el patrullero es apretado. Vos y dos amigos tuyos,
hombro con hombro, viajando a la Sub Comisaría 12, sin saber por qué. Jamás los
ortivas te dicen por qué te llevan a la seccional, ni a vos, ni a tu vieja ni a
tu hermana ni a tu abuela ni a nadie que viva con vos. El barrio: Las Lomas, 15
cuadras al oeste de Blas Parera y Zeballos, entre el río Salado y el Camino
Viejo a Esperanza. Donde las bolsas de nylon salen rasposas de las calles de
tierra y el mundo, esa clausurada isla de donde no salís y a la que pocos caen
de visita, huele a mierda de gallina, zanja estancada, fogatas de basura, arroz
hervido.
El momento mismo de la detención suele ser el escenario de los apremios ilegales, que sobre todo se dan por la noche y la madrugada. Foto: Pablo Bertoldi
Sos carne de patrullero. Sobrepasar la avenida está
sancionado: pasando la frontera, la
Policía ni te deja caminar. No te acordás bien cuántas veces
te llevaron. Por eso: todavía no hay desesperación.
Es 25 de marzo, un tiroteo más acaba de terminar, lindo día,
20 grados, estabas en la calle, con tus dos amigos, ahora estás en la Sub 12, barrio Los Troncos. Y
no sabés por qué. Tus amigos tampoco. Te dicen que estás ahí por el tiroteo,
“abuso de armas”. Te reís, sin que se note. No tenías un caño encima cuando te
levantaron, tus amigos tampoco, ni siquiera te plantaron uno.
Son las dos de la mañana, hace nueve horas que estás en la
seccional y ahora sí estás cagado encima. Están los tres en bolas. Les pasaron
picana en el culo y en las piernas, les sacudieron con una tabla de madera en
las planta de las patas, les metieron la cabeza en una bolsa para que
asfixiarlos. Le prenden fuego a uno de tus amigos en la espalda y se lo apagan
después. Hacen sorteos, los ortivas, y el ganador recibe una tortura según el
número. Juegan a la lotería, cómo se entretienen. A uno de tus amigos le roban
el celular.
Son las dos de la mañana y los ortivas te llevan de nuevo a
Las Lomas. Estás solo con ellos. Te hicieron poner el calzoncillo y corrés por
las casas, que son ranchos, cuadras de ranchos, un país de ranchos donde vivís.
En el camino de Los Troncos a Las Lomas te pegaron. Parados al lado del
patrullero los ortivas fuman y charlan y te miran correr de un lado al otro,
una rata en calzoncillos muerta de frío. Desesperado, tenés que pegar una
tumbera. Te dijeron, antes de abrir la puerta del patrullero, que si conseguías
el arma te iban a dejar en paz: un arma para que te armen bien armada la causa
por la que te detuvieron, a vos y a tus amigos, a las cinco de la tarde, después
del tiroteo.
Nadie te pasa un fierro. Cuando volvés al auto te dan duro y
te bajan en un puente, no sabés cuál. No hay nadie. Te van a reventar y te van
a tirar después. “Te vamos a tirar”, te dicen. Te arrodillan. La pistola
reglamentaria se acerca a tu oreja, la sentís. Gatillan. Te van a matar.
(Le avisan a tu hermana que estuviste en el barrio, con los
ortivas, desencajado, pidiendo una tumbera. Tu hermana le manda un mensaje de
texto a la psicóloga del Centro de Salud de Las Lomas, Laura Delconte. Son las
tres de la mañana y Delconte se levanta para llamar a la comisaría, para ver
dónde están los pibes. La atiende el suboficial José García, que avisa que los
tres jóvenes no están en el lugar. Delconte escucha que alguien le dice a
García que no siga hablando, que no pase más información, que ella no tiene
nada que ver con el asunto).
Ya fue, no estás muerto. De vuelta a la Sub 12, tus amigos siguen ahí,
desnudos. El llamado de la psicóloga tuvo efecto; con el sol, salen los tres
camino a la División
Asuntos Juveniles. Salvados. Tu familia ya sabe qué pasó y
hay gente de afuera del barrio que te ayuda. Durante el día te liberan, a tus
amigos también, no sin antes pasar por el Juzgado. Declaraciones, pasillos
oscuros. Pero no sabés a dónde mierda volver, porque hiciste una denuncia penal
contra el personal policial de la Sub Comisaría 12.
Lo van a saber. Si la Policía te revienta, a callarse. A los fiscales
les cuesta poco planchar las denuncias –trabajan con los mismos canas– y
Asuntos Internos es la misma Policía controlándose a si misma. Todo es
demasiado próximo. ¿Y la
Secretaría de Control de las Fuerzas de Seguridad? Bien,
gracias.
A los pocos días te ven y te dicen, los ortivas, “¿así que
vos me denunciaste?”. Y el lunes 6 de abril te vuelven a detener. Sos un blanco
móvil. Y tu vida y la de tus amigos ya tenían valor de saldo en la feroz
intemperie de la pobreza y la violencia del Estado.
El apriete
Se habrán asombrado mucho los oficiales de policía de la Sub Comisaría 12. De
los 515 santafesinos que sindicaron abusos por parte de las fuerzas de
seguridad del Estado, entre el 1º de noviembre de 2013 y el 4 de abril de 2015,
310 no hicieron luego ninguna denuncia formal en la Justicia. Es el 60%
de los casos. El dato proviene del Registro Provincial de Torturas, Malos
Tratos, Penas Crueles Inhumanas o Degradantes, Abuso Policial y Malas Prácticas
del sistema judicial, que es confeccionado por el Servicio Público Provincial
de Defensa Penal comandado por Gabriel Ganón. ¿Por qué no se acude a la Justicia ? Las víctimas lo
explican con sencillez: el 42% expresó que teme nuevas represalias y el 14%
evaluó que hacer la denuncia empeoraría su situación como detenidos.
Los tres jóvenes de Las Lomas –cuyos nombres resguardamos–
cuentan con el patrocinio legal de Ganón y el apoyo de Delconte y la licenciada
Silvana Acevedo, trabajadoras del Centro de Salud del barrio y firmantes de la
querella en curso. El expediente todavía está desandando vericuetos
tribunalicios para que el Servicio Público Provincial de Defensa Penal pueda
constituirse como representante en contra de los oficiales que protagonizaron
los hechos del 25 y 26 de marzo pasado. El camino es arduo: a la Justicia no le place ir
en contra de la fuerza; magistrados y policías actúan como dos extremos de una
misma máquina de abandono y represión.
Dado que a los tres jóvenes la Policía les armó una causa
por abuso de armas, quedaron en manos del Juzgado de Menores N°1 a cargo de la
jueza Ana María Elvira. Tras estar en la División de Asuntos Juveniles, los menores fueron
trasladados al Juzgado donde relataron su atroz periplo: lo mejor que se
ocurrió a Elvira fue dejarlos detenidos “para preservar su integridad física”,
según cita Ganón. “La jueza Elvira no solo no tuvo la actitud para poner en
conocimiento de la fiscalía en turno estos brutales hechos sino que les hizo
saber a los propios policías que habían sido denunciados, por lo cual anoche
(lunes 6 de abril) estos agentes los volvieron a detener y torturar, luego de
amenazarlos”, narró Ganón a Rosario/12.
El Registro de Torturas de la Defensoría ofrece más
datos. Todos se corresponden con la historia de los jóvenes de Las Lomas: el principal abusador es la Policía y los que sufren su azote son jóvenes varones pobres.
Como muestra: de los 187 casos relevados en la provincia entre el 18 de
diciembre de 2014 y el 4 de abril de 2015 –período comprendido en el último
informe publicado–, 169 son hombres. El 55%, en el mismo período, tiene 29 años
o menos (y no hay datos sobre el 25% de los casos) y el 58% llegó, como máximo,
a tener estudios secundarios incompletos. En el 92% de los 515 casos
registrados (328 entre el 1° de noviembre de 2013 y el 15 de diciembre de 2014
y los 187 del último informe) las víctimas identificaron como abusadores a
oficiales de las fuerzas de seguridad de la provincia (personal de comisarías,
Comando Radioeléctrico, Tropa de Operaciones Especiales, Policía de Acción
Táctica, Infantería, entre otras).
El verdugueo impacta en el cuerpo. Sobre los 515 casos, el
42% denunció golpes y el 34% golpizas. Además hay balazos de goma, submarino
seco, picana, puntazos y uso de gas pimienta y abusos sexuales. El desamparo se
funde con el armado de causas o la falta de atención médica, las exigencias de
dinero y hasta el hostigamiento a los abogados defensores.
Los apremios pueden darse en varios lugares. Lo que puede
arrancar como cocazos en la detención y amenazas en el patrullero, sigue con
duchas frías en la comisaría o patoteos en un descampado. El 52% de los hechos
ocurre en la vía pública, al momento de la detención, y el 27% en las
comisarías. La Policía
actúa a la vista de los vecinos o en el mismo lugar de trabajo.
Capaz alguna vez los viste.
Año tras año
“La falta de fiscalías especializadas en Violencia
Institucional o unidades fiscales específicas dificulta la realización de
investigaciones estratégicas de este tipo de denuncias de graves afectaciones
de derechos humanos”, señala el primer informe del Registro de Torturas. La Policía parece actuar con
la certeza de estar lejos de terminar rindiendo cuentas en Tribunales. Si bien
no son todos casos de gatillo fácil, las balas de las fuerzas de seguridad
mataron a más personas (16) que los delincuentes en ocasión de robo (15) en los
primeros ocho meses de 2015, en Rosario.
Cada año los hombres de azul marcan su protagonismo. En 2013 fue el paro policial, en 2014 el sanguinario aumento de la cantidad de
homicidios en La Capital.
En 2015, la cana manda su mensaje por medio de una cacería
abierta.
Publicada en Pausa #162, miércoles 23 de septiembre de 2015
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