sábado, 20 de junio de 2015

El Deportivo Saer mira la Copa

ESPECIAL: DIEZ AÑOS SIN SAER | En un extraño juego, la literatura de Juan José Saer y las pasiones deportivas –con el fútbol como estrella absoluta–, se conjugan en este texto que nos regala el periodista Ariel Scher.

Por Ariel Scher

Los tres delanteros del Deportivo Saer se llamaban Nadie, Nada y Nunca, pero ese no era el rasgo sobresaliente del equipo. No podía serlo porque en el Deportivo Saer no había ni socio ni hincha ni jugador ni mozo que no supiera de atrás para adelante y de adelante para atrás Nadie, nada, nunca, novela cumbre de Saer, de Juan José Saer, el escritor santafesino que le daba nombre, sentido, estilo y vida a cada pelotazo y a cada penal en ese club. Lo sobresaliente, lo que de verdad resultaba sobresaliente, era que ni hinchas, ni socios, ni jugadores ni mozos tenían la más mínima idea de si a Saer, maestro del lenguaje y de los libros, talento mayúsculo que nació en 1937 y murió en 2005, le había gustado el fútbol.
“Le gustaba, desde luego que le gustaba”, vociferaba el tío de Nadie, que se llamaba Juan o Pedro o José, pero ni Nadie ni nadie lo llamaba de esa manera porque él exigía que le dijeran Tomatis, como el emblemático personaje que Saer introdujo en muchos de sus textos.
“Le gustaba”, insistía, imbuido de su ser Tomatis y de su entrenamiento como lector de Saer. Y, mientras analizaba partidos de la Copa América de Chile –una Copa comenzada el día en el que se cumplían diez años de la muerte de Saer en París–, recordaba que en Nadie, nada, nunca reluce un concepto del juego. Lo enuncia un entrenador: “El fútbol es, antes que nada, armonía y combate”.
Otra imagen de Saer, también en la Costanera de la ciudad donde inició con su escritura.

Muchos le cuestionaban a Juan o Pedro o José o Tomatis esa afirmación. Un mozo –alguien autorizado porque las obras de Saer traen unos cuantos mozos– se la refutó feo con el dato de que Tomatis, justo Tomatis, se manifiesta en La grande, la novela póstuma de Saer, “ridiculizando el deporte y proclamando sin mentir que nunca había entrado en una cancha de fútbol”.
“No sé si lo suyo era el fútbol”, soltaba el mozo. Para él, Saer, que abordaba cada cuestión aparentemente menor del mundo y la contaba como si fuera el mundo entero, portaba el secreto para definir las cosas y, entre las cosas, los deportes. Como certificado, ahí circulaba, entre los ensayos de El concepto de ficción, un resumen saeriano del ajedrez: “El ajedrez es una metáfora de la amistad aunque su decurso sea una batalla”. Y, para dejar en claro que su condición de mozo no lo volvía un hablador sin pruebas como otros mozos, rescataba a un personaje de Saer, Mauricio, quien, en Glosa, otra novela, batalla afectuosamente en el ajedrez con cuatro rivales al mismo tiempo.
Desde una visión u otra, en lo que sí coincidían socios, hinchas, jugadores y mozos del Deportivo Saer era en que quienes representaran al club debían comportarse sobre el césped respetando la lógica con la que Saer edificó su literatura.
En ese punto, más que las percepciones del Tata Martino o de Jorge Sampaoli, los deportistas aprendían el título del libro que la escritora Florencia Abbate enhebró sobre Saer: El espesor del presente. Y, más que especular sobre las magias de los pies de Neymar, se entrenaban en una explicación de la especialista Beatriz Sarlo. Esta explicación: “Saer fue siempre original porque eligió extenderse en la narración de acciones que, habitualmente, la ficción calla o simplemente menciona. Se puede escribir: ‘ella cosió el botón’. Saer lo cuenta a lo largo de cuatro páginas”.
Un córner, en consecuencia, no implicaba para los muchachos del Deportivo Saer un procedimiento más o menos mecánico por el que trataban de que la pelota, en vez de estar en la esquina, llegara a la red contraria. No: en el Deportivo Saer, más que el gol y más que el grito de gol, resultaban determinantes la mirada del número 11 a la posición del número 10, y el efecto de una brisa suave que desplazaba de derecha a izquierda los yuyos sobre los que estaba apoyada la pelota y cómo esa pelota viajaba de unos yuyos a otros yuyos, y el movimiento de cordones del botín diestro de un volante zurdo que parpadeaba dos, tres, seis veces.
Nada de confundirse: de todo eso no brotaba un fútbol agobiante o aburrido. Al contrario, ocurría lo mismo que con la literatura de Saer: una delicia.
Por si alguien lo olvidó, el centrodelantero del Deportivo Saer respondía al nombre de Nada. Un crack. Se emocionaba si jugaba Messi, si aceleraba Agüero o si se contorneaba Alexis Sánchez. No obstante, le comentaba a Nadie y a Nunca, los wines del equipo, que su ídolo, por encima de esas superfiguras, era Pedro Gorosito, goleador del club Progreso en los años cuarenta, según la presentación que le dedica Saer en Cicatrices, otra novela enorme. Ídolo, sí, Gorosito porque no sólo destinaba su talento deportivo al fútbol sino que lo expandía hacia la natación.
Santafesino y de río, narrador pormenorizado de remeros y de remos en El entenado y en El limonero real, Saer le atribuye a Gorosito en Cicatrices un mérito capaz de generar envidias en cualquier nadador: había dado brazadas con el mítico Pedro Candioti, un prócer de las aguas abiertas que llegó a las tapas de los diarios con sus hazañas. Un prócer de las aguas abiertas mutado, además, en prócer literario porque nadó hasta alcanzar un sitio en las páginas de Saer.
Es posible que se confundan ciertas gentes para las que el fútbol es sólo hacer más goles que los demás. Algunas de esas gentes hasta acaso subestimen la comprensión del juego que distinguía al Deportivo Saer y no se concentren en cuánta inteligencia circulaba allí en cualquier tiempo y también ahora, que hay Copa América. Aun así, a esas gentes les hubiera convenido concederle atención a las deliberaciones que socios, hinchas, jugadores y mozos desplegaban antes, durante y después de los partidos. La literatura de Saer les obsequiaba claves. Y ellos, desde esas claves, moldeaban filosofía futbolera, poesía futbolera, o sea filosofía y poesía. Dominaban todos que, por caso, en la novela La pesquisa, queda expuesta la preocupación de Saer por una sociedad que “ha sustituido la plegaria por la compra a crédito y la veneración de los mártires por la foto autografiada de un jugador de fútbol”. Y, si Saer se había preocupado, ellos también.
Y más: Juan o Pedro o José o Tomatis solía sugerirle a un mozo que quien averiguara por qué Saer, en el cuento Palo y hueso, resuelve que un personaje le ordene a otro “llévelo al fútbol” encontrará el secreto esencial de tamaña pasión de millones.
Porfiado, casi peleador, observador de los detalles a la manera de Saer, el mozo retrucaba que si, en algún rincón permanecía guardado el misterio del fútbol, ese lugar surgía en otro texto de Saer (del que no largaría el título para que todos lo fueran a rastrear) en el que una ciudad va siendo ocupada por una inundación. “Del otro lado de la avenida está el estadio de fútbol”, redactó allí Saer, quien nació en Serodino, un pueblo, pero cuando se radicó en Santa Fe capital se acostumbró a esperar un colectivo en la cancha de Unión para ir en busca de una novia.
A Nunca, el wing izquierdo del ataque que compartía con Nadie y con Nada, le sobraba devoción por el fútbol y por llevar las banderas del Deportivo Saer a un campo de juego. No por eso mentía. Durante la primera noche en la que socios, hinchas, jugadores y mozos del club se juntaron para debatir sobre alguno de los partidos de la Copa América chilena, confesó que de las aproximaciones de Saer al deporte sus favoritas no provenían del fútbol. Elegía a Coria, el hombre de rings del cuento El taximetrista (“Había sido boxeador amateur durante un tiempo, hasta que, durante una discusión extraprofesional, le vació el ojo de una trompada a un entrenador, incidente que interrumpió su carrera justo cuando se hallaba a punto de incorporarse al profesionalismo”), al billar con el que largaba Cicatrices (“Estoy inclinado sobre la mesa, haciendo deslizar el taco, listo para tirar. La colorada y la blanca –mi bola es la de punto– están del otro lado de la mesa, cerca del rincón”) y a la invocación a los Grand Slams que flotaba en La grande (donde alguien “jugó en torneos internacionales de tenis llegando algunas veces a las semifinales de Wimbledon y de Roland Garros”).
Pese a esas preferencias, su compromiso con el fútbol y con las concepciones del Deportivo Saer gozaban de tal intensidad que jamás hacía una gambeta con una pelota que no fuera multicolor porque así es la pelota que rebota en La grande.
Unas horas antes del debut de Argentina en la Copa América, los delanteros Nadie, Nada y Nunca elogiaron al mediocampo que los abastecía en el Deportivo Saer y se pusieron de acuerdo en que, por más méritos que acumulara, sería difícil que otro mediocampo, inclusive el de una selección, rindiera mejor.
Entonces, intervino Juan o Pedro o José o Tomatis, al cabo un experto, que sacudió el aire con un antiguo ejemplar de la revista El Porteño en la que Osvaldo Soriano, entrevistado caracterizaba desde la cancha a los grandes escritores de la época. Allí, se fundamentaba, con seriedad, con sabiduría y con gracia, el motivo de un mediocampo exquisito. Lo proclamaba a lo Ramón Díaz, Soriano: “A Juan José Saer lo pondría de ocho: es el que levanta la mirada y avisa que se viene el contragolpe”.
Sobre aquella entrevista y sobre el enigma de la relación de Saer con el fútbol polemizaron Nadie, Nada, Nunca, socios, hinchas, jugadores y mozos del equipo hasta que Argentina entró al estadio para estrenarse en la Copa América. Curiosamente, ni en esa circunstancia ni en ninguna otra se mostraron incómodos frente a una situación innegable: hay quienes dudan de la existencia del Deportivo Saer. “No existe para los que todavía no leyeron a Saer. Cualquiera que empiece a leerlo, más temprano o más tarde se hará socio, hincha, jugador o mozo del club”, argumentó Juan o Pedro o José o Tomatis. O ni Juan ni Pedro ni José y sí Tomatis. Tomatis, por fin Tomatis porque esta vez el mozo lo enfocó casi conmovido y le dio toda la razón.

Familia fútbol
El periodista y escritor Ariel Scher, junto a su hijo Ezequiel, siguen día a día la Copa América a través de una idea que comenzó el año pasado en el Mundial de Brasil, a la que denominaron Familia Mundial. Ezequiel desde Chile y Ariel desde Argentina buscaron la excelente excusa del fútbol para escribir sobre literatura y otras yerbas. En esta oportunidad, Ariel Scher nos deleita con un texto titulado originalmente Deportivo Saer, en referencia a nuestro gran escritor.

Publicada en Pausa #156, miércoles 17 de junio de 2015
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