ESPECIAL: DIEZ AÑOS SIN SAER | En un extraño juego, la literatura de Juan José Saer y las
pasiones deportivas –con el fútbol como estrella absoluta–, se conjugan en este
texto que nos regala el periodista Ariel Scher.
Por Ariel Scher
Los tres delanteros del Deportivo Saer se llamaban Nadie,
Nada y Nunca, pero ese no era el rasgo sobresaliente del equipo. No podía serlo
porque en el Deportivo Saer no había ni socio ni hincha ni jugador ni mozo que
no supiera de atrás para adelante y de adelante para atrás Nadie, nada, nunca,
novela cumbre de Saer, de Juan José Saer, el escritor santafesino que le daba
nombre, sentido, estilo y vida a cada pelotazo y a cada penal en ese club. Lo
sobresaliente, lo que de verdad resultaba sobresaliente, era que ni hinchas, ni
socios, ni jugadores ni mozos tenían la más mínima idea de si a Saer, maestro
del lenguaje y de los libros, talento mayúsculo que nació en 1937 y murió en
2005, le había gustado el fútbol.
“Le gustaba, desde luego que le gustaba”, vociferaba el tío
de Nadie, que se llamaba Juan o Pedro o José, pero ni Nadie ni nadie lo llamaba
de esa manera porque él exigía que le dijeran Tomatis, como el emblemático
personaje que Saer introdujo en muchos de sus textos.
“Le gustaba”, insistía, imbuido de su ser Tomatis y de su
entrenamiento como lector de Saer. Y, mientras analizaba partidos de la Copa América de Chile
–una Copa comenzada el día en el que se cumplían diez años de la muerte de Saer
en París–, recordaba que en Nadie, nada, nunca reluce un concepto del juego. Lo
enuncia un entrenador: “El fútbol es, antes que nada, armonía y combate”.
Otra imagen de Saer, también en la Costanera de la ciudad donde inició con su escritura.
Muchos le cuestionaban a Juan o Pedro o José o Tomatis esa
afirmación. Un mozo –alguien autorizado porque las obras de Saer traen unos
cuantos mozos– se la refutó feo con el dato de que Tomatis, justo Tomatis, se
manifiesta en La grande, la novela póstuma de Saer, “ridiculizando el deporte y
proclamando sin mentir que nunca había entrado en una cancha de fútbol”.
“No sé si lo suyo era el fútbol”, soltaba el mozo. Para él,
Saer, que abordaba cada cuestión aparentemente menor del mundo y la contaba
como si fuera el mundo entero, portaba el secreto para definir las cosas y,
entre las cosas, los deportes. Como certificado, ahí circulaba, entre los
ensayos de El concepto de ficción, un resumen saeriano del ajedrez: “El ajedrez
es una metáfora de la amistad aunque su decurso sea una batalla”. Y, para dejar
en claro que su condición de mozo no lo volvía un hablador sin pruebas como otros
mozos, rescataba a un personaje de Saer, Mauricio, quien, en Glosa, otra
novela, batalla afectuosamente en el ajedrez con cuatro rivales al mismo
tiempo.
Desde una visión u otra, en lo que sí coincidían socios,
hinchas, jugadores y mozos del Deportivo Saer era en que quienes representaran
al club debían comportarse sobre el césped respetando la lógica con la que Saer
edificó su literatura.
En ese punto, más que las percepciones del Tata Martino o de
Jorge Sampaoli, los deportistas aprendían el título del libro que la escritora
Florencia Abbate enhebró sobre Saer: El espesor del presente. Y, más que
especular sobre las magias de los pies de Neymar, se entrenaban en una
explicación de la especialista Beatriz Sarlo. Esta explicación: “Saer fue
siempre original porque eligió extenderse en la narración de acciones que,
habitualmente, la ficción calla o simplemente menciona. Se puede escribir:
‘ella cosió el botón’. Saer lo cuenta a lo largo de cuatro páginas”.
Un córner, en consecuencia, no implicaba para los muchachos
del Deportivo Saer un procedimiento más o menos mecánico por el que trataban de
que la pelota, en vez de estar en la esquina, llegara a la red contraria. No:
en el Deportivo Saer, más que el gol y más que el grito de gol, resultaban
determinantes la mirada del número 11 a la posición del número 10, y el efecto
de una brisa suave que desplazaba de derecha a izquierda los yuyos sobre los
que estaba apoyada la pelota y cómo esa pelota viajaba de unos yuyos a otros
yuyos, y el movimiento de cordones del botín diestro de un volante zurdo que
parpadeaba dos, tres, seis veces.
Nada de confundirse: de todo eso no brotaba un fútbol
agobiante o aburrido. Al contrario, ocurría lo mismo que con la literatura de
Saer: una delicia.
Por si alguien lo olvidó, el centrodelantero del Deportivo
Saer respondía al nombre de Nada. Un crack. Se emocionaba si jugaba Messi, si
aceleraba Agüero o si se contorneaba Alexis Sánchez. No obstante, le comentaba
a Nadie y a Nunca, los wines del equipo, que su ídolo, por encima de esas
superfiguras, era Pedro Gorosito, goleador del club Progreso en los años
cuarenta, según la presentación que le dedica Saer en Cicatrices, otra novela
enorme. Ídolo, sí, Gorosito porque no sólo destinaba su talento deportivo al
fútbol sino que lo expandía hacia la natación.
Santafesino y de río, narrador pormenorizado de remeros y de
remos en El entenado y en El limonero real, Saer le atribuye a Gorosito en
Cicatrices un mérito capaz de generar envidias en cualquier nadador: había dado
brazadas con el mítico Pedro Candioti, un prócer de las aguas abiertas que
llegó a las tapas de los diarios con sus hazañas. Un prócer de las aguas
abiertas mutado, además, en prócer literario porque nadó hasta alcanzar un
sitio en las páginas de Saer.
Es posible que se confundan ciertas gentes para las que el
fútbol es sólo hacer más goles que los demás. Algunas de esas gentes hasta
acaso subestimen la comprensión del juego que distinguía al Deportivo Saer y no
se concentren en cuánta inteligencia circulaba allí en cualquier tiempo y
también ahora, que hay Copa América. Aun así, a esas gentes les hubiera
convenido concederle atención a las deliberaciones que socios, hinchas,
jugadores y mozos desplegaban antes, durante y después de los partidos. La
literatura de Saer les obsequiaba claves. Y ellos, desde esas claves, moldeaban
filosofía futbolera, poesía futbolera, o sea filosofía y poesía. Dominaban
todos que, por caso, en la novela La pesquisa, queda expuesta la preocupación
de Saer por una sociedad que “ha sustituido la plegaria por la compra a crédito
y la veneración de los mártires por la foto autografiada de un jugador de
fútbol”. Y, si Saer se había preocupado, ellos también.
Y más: Juan o Pedro o José o Tomatis solía sugerirle a un
mozo que quien averiguara por qué Saer, en el cuento Palo y hueso, resuelve que
un personaje le ordene a otro “llévelo al fútbol” encontrará el secreto
esencial de tamaña pasión de millones.
Porfiado, casi peleador, observador de los detalles a la
manera de Saer, el mozo retrucaba que si, en algún rincón permanecía guardado
el misterio del fútbol, ese lugar surgía en otro texto de Saer (del que no
largaría el título para que todos lo fueran a rastrear) en el que una ciudad va
siendo ocupada por una inundación. “Del otro lado de la avenida está el estadio
de fútbol”, redactó allí Saer, quien nació en Serodino, un pueblo, pero cuando
se radicó en Santa Fe capital se acostumbró a esperar un colectivo en la cancha
de Unión para ir en busca de una novia.
A Nunca, el wing izquierdo del ataque que compartía con
Nadie y con Nada, le sobraba devoción por el fútbol y por llevar las banderas
del Deportivo Saer a un campo de juego. No por eso mentía. Durante la primera
noche en la que socios, hinchas, jugadores y mozos del club se juntaron para
debatir sobre alguno de los partidos de la Copa América chilena,
confesó que de las aproximaciones de Saer al deporte sus favoritas no provenían
del fútbol. Elegía a Coria, el hombre de rings del cuento El taximetrista
(“Había sido boxeador amateur durante un tiempo, hasta que, durante una
discusión extraprofesional, le vació el ojo de una trompada a un entrenador,
incidente que interrumpió su carrera justo cuando se hallaba a punto de
incorporarse al profesionalismo”), al billar con el que largaba Cicatrices (“Estoy
inclinado sobre la mesa, haciendo deslizar el taco, listo para tirar. La
colorada y la blanca –mi bola es la de punto– están del otro lado de la mesa,
cerca del rincón”) y a la invocación a los Grand Slams que flotaba en La grande
(donde alguien “jugó en torneos internacionales de tenis llegando algunas veces
a las semifinales de Wimbledon y de Roland Garros”).
Pese a esas preferencias, su compromiso con el fútbol y con
las concepciones del Deportivo Saer gozaban de tal intensidad que jamás hacía
una gambeta con una pelota que no fuera multicolor porque así es la pelota que
rebota en La grande.
Unas horas antes del debut de Argentina en la Copa América , los
delanteros Nadie, Nada y Nunca elogiaron al mediocampo que los abastecía en el
Deportivo Saer y se pusieron de acuerdo en que, por más méritos que acumulara,
sería difícil que otro mediocampo, inclusive el de una selección, rindiera
mejor.
Entonces, intervino Juan o Pedro o José o Tomatis, al cabo
un experto, que sacudió el aire con un antiguo ejemplar de la revista El
Porteño en la que Osvaldo Soriano, entrevistado caracterizaba desde la cancha a
los grandes escritores de la época. Allí, se fundamentaba, con seriedad, con
sabiduría y con gracia, el motivo de un mediocampo exquisito. Lo proclamaba a lo
Ramón Díaz, Soriano: “A Juan José Saer lo pondría de ocho: es el que levanta la
mirada y avisa que se viene el contragolpe”.
Sobre aquella entrevista y sobre el enigma de la relación de
Saer con el fútbol polemizaron Nadie, Nada, Nunca, socios, hinchas, jugadores y
mozos del equipo hasta que Argentina entró al estadio para estrenarse en la Copa América.
Curiosamente, ni en esa circunstancia ni en ninguna otra se mostraron incómodos
frente a una situación innegable: hay quienes dudan de la existencia del Deportivo
Saer. “No existe para los que todavía no leyeron a Saer. Cualquiera que empiece
a leerlo, más temprano o más tarde se hará socio, hincha, jugador o mozo del
club”, argumentó Juan o Pedro o José o Tomatis. O ni Juan ni Pedro ni José y sí
Tomatis. Tomatis, por fin Tomatis porque esta vez el mozo lo enfocó casi
conmovido y le dio toda la razón.
Familia fútbol
El periodista y escritor Ariel Scher, junto a su hijo
Ezequiel, siguen día a día la
Copa América a través de una idea que comenzó el año pasado
en el Mundial de Brasil, a la que denominaron Familia Mundial. Ezequiel desde
Chile y Ariel desde Argentina buscaron la excelente excusa del fútbol para
escribir sobre literatura y otras yerbas. En esta oportunidad, Ariel Scher nos
deleita con un texto titulado originalmente Deportivo Saer, en referencia a
nuestro gran escritor.
Publicada en Pausa #156, miércoles 17 de junio de 2015
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