Médula, por Fernando Callero
Llego muy tarde a la noche a lo de Mari, una profe de
lingüística de la facu y desde hace años amiga. Ella está en su cuarto echada
en su cama viendo con fascinación una peli. En otra cama está María Delia,
profe de gramática, pero ella no presta mucha atención a la película. Se
levanta a cada rato, va y viene por la casa que a esta altura parece un pijama
party. Mari está obsesionada con los fenómenos paranormales, parece que de eso
trata la película. Me dice algo así como “perdí tanto tiempo sin darme cuenta
que por esa dimensión circula lo más importante de la vida”. Yo la miro
extrañado, porque ella siempre fue escéptica con esos temas, pero la cosa va en
serio, no despega la vista de la pantalla. Se me ocurre entonces, como todo
buen alumno de la Facultad
de Letras, referirle el Manual de parapsicología, de Levrero. Ella me corrige
la pronunciación, no me acuerdo si dice Levruar o algún otro disparate, y dice
que sí. Entonces me viene a la mente un posteo de Facebook que ayer hizo mi
hermana y le digo, “¿Vos creés que para que las cosas te salgan bien no tenés
que contárselas a nadie?”. “Claro”, me dice. Y yo me siento peor que cuando leí
ese post, porque suelo abrir la boca acerca de todo sin que me importe un pomo
el éxito o el fracaso o la manipulación ajena de mis deseos. Me quedo mirando
la tele. María Delia se prepara un té y se acuesta.
El escritor uruguayo Jorge Mario Varlotta Levrero (1940-2004).
“Mirá, yo suelo utilizar el método contrario. Todo este
tiempo falté a la Facultad
porque me estuve rehabilitando de un golpazo que me dí en la bici, caí en una
fosa, quedé paralítico, y le dije a todo el mundo que me cruzaba que iba a
volver a caminar, y acá me tenés, moviendo las piernas, manejándome otra vez en
bici. Mi método es a la inversa. Me encargo de divulgar mis proyectos para
después tener que sí o sí cumplirlos. Una especie de contrato engrupido que de
esa manera me obligo a cumplir, porque soy muy vago”. No me contestan, en la
película hay una escena terrible que anuncia el final y las tiene atrapadas. Me
levanto del sofá desde donde vine manteniendo la charla y les digo que me voy.
“Quedate”, me dice Mari, “es tarde para volver en bici”. De pronto se corta la
luz. Yo salgo igual. Monto mi bici que dejé estacionada en el pasillo y arranco
a ciegas para el lado de Bulevar. Cuando me quiero acordar un auto me persigue:
“Chorro, chorro, devolvé la bici”. Pahhh, me equivoqué de bici, encima ésta
está hecha mierda, pero como salí con todo el tema de la metempsicosis
regulando en mi cabeza, no me dí cuenta.
Los tipos están furiosos, tengo miedo de frenar y dar explicaciones,
hay mucha gente matando ladrones, así que vuelvo a lo de Mari dando un rodeo a
contramano, dejo la bici ajena en el pasillo y monto la mía. Mi Vairo perfecta
en la que me di el golpazo, pero lejos de relacionarla con el mal, la sigo
amando profundamente.
Psicóloga. Psiquiatra. Interrupción pierna izquierda.
Lluvia. Parque inundado.
Ejercicios sifósis.
Publicada en Pausa #153, miércoles 6 de mayo de 2015
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