martes, 12 de mayo de 2015

Vairo

Médula, por Fernando Callero

Llego muy tarde a la noche a lo de Mari, una profe de lingüística de la facu y desde hace años amiga. Ella está en su cuarto echada en su cama viendo con fascinación una peli. En otra cama está María Delia, profe de gramática, pero ella no presta mucha atención a la película. Se levanta a cada rato, va y viene por la casa que a esta altura parece un pijama party. Mari está obsesionada con los fenómenos paranormales, parece que de eso trata la película. Me dice algo así como “perdí tanto tiempo sin darme cuenta que por esa dimensión circula lo más importante de la vida”. Yo la miro extrañado, porque ella siempre fue escéptica con esos temas, pero la cosa va en serio, no despega la vista de la pantalla. Se me ocurre entonces, como todo buen alumno de la Facultad de Letras, referirle el Manual de parapsicología, de Levrero. Ella me corrige la pronunciación, no me acuerdo si dice Levruar o algún otro disparate, y dice que sí. Entonces me viene a la mente un posteo de Facebook que ayer hizo mi hermana y le digo, “¿Vos creés que para que las cosas te salgan bien no tenés que contárselas a nadie?”. “Claro”, me dice. Y yo me siento peor que cuando leí ese post, porque suelo abrir la boca acerca de todo sin que me importe un pomo el éxito o el fracaso o la manipulación ajena de mis deseos. Me quedo mirando la tele. María Delia se prepara un té y se acuesta.
El escritor uruguayo Jorge Mario Varlotta Levrero (1940-2004).

“Mirá, yo suelo utilizar el método contrario. Todo este tiempo falté a la Facultad porque me estuve rehabilitando de un golpazo que me dí en la bici, caí en una fosa, quedé paralítico, y le dije a todo el mundo que me cruzaba que iba a volver a caminar, y acá me tenés, moviendo las piernas, manejándome otra vez en bici. Mi método es a la inversa. Me encargo de divulgar mis proyectos para después tener que sí o sí cumplirlos. Una especie de contrato engrupido que de esa manera me obligo a cumplir, porque soy muy vago”. No me contestan, en la película hay una escena terrible que anuncia el final y las tiene atrapadas. Me levanto del sofá desde donde vine manteniendo la charla y les digo que me voy. “Quedate”, me dice Mari, “es tarde para volver en bici”. De pronto se corta la luz. Yo salgo igual. Monto mi bici que dejé estacionada en el pasillo y arranco a ciegas para el lado de Bulevar. Cuando me quiero acordar un auto me persigue: “Chorro, chorro, devolvé la bici”. Pahhh, me equivoqué de bici, encima ésta está hecha mierda, pero como salí con todo el tema de la metempsicosis regulando en mi cabeza, no me dí cuenta.
Los tipos están furiosos, tengo miedo de frenar y dar explicaciones, hay mucha gente matando ladrones, así que vuelvo a lo de Mari dando un rodeo a contramano, dejo la bici ajena en el pasillo y monto la mía. Mi Vairo perfecta en la que me di el golpazo, pero lejos de relacionarla con el mal, la sigo amando profundamente.
Psicóloga. Psiquiatra. Interrupción pierna izquierda.
Lluvia. Parque inundado.
Ejercicios sifósis.

Publicada en Pausa #153, miércoles 6 de mayo de 2015
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