Otro yo mismo, por Mari Hechim
Va cruzando el living hacia el escritorio que se encuentra
junto a la ventana. Afuera hace mucho
frío, por lo que todo está cerrado, en procura de que el poquito calor no se
escape del todo hacia las calles desiertas. El silencio de la siesta sólo es
interferido por un ruido remoto como de viento escabulléndose entre cavernas
altas y oscuras. Lleva un montón de hojas A4 y un par de libros, desde su
dormitorio hasta el escritorio donde se va a sentar para estudiar las clases de
la semana. Los padres duermen. La hija está en la escuela.
Ella desprecia totalmente los movimientos del caminar. Ha
pensado que sólo se trata de un transcurrir de un lado a otro; lo importante
está en cada lado. Esto es causa de que se traslade leyendo, desde pequeña. Ya en
colectivo, ya a pie, lee. Y ha notado que el tiempo vuela cuando uno lee algo
interesante, de modo que ya es costumbre. Inclusive en ese pequeño tramo que
ahora atraviesa, va levantando hojas y leyendo títulos, buscando los apuntes de
Historia de la Lengua ,
precisamente los de prehistoria.
Al pasar por el centro de la habitación, un rebullir de
hojas amenaza con descentrarse y volcarse hacia afuera. Se detiene un momento y
aparta el montón con los brazos, para acomodarlo mejor. Un viento helado,
proveniente de ningún lugar, cruza enérgico entre sus brazos y su cuerpo, con
un silbido espeluznante.
Se hiela. Mira alrededor buscando la ventana abierta y no la
encuentra. Se pregunta cosas que nadie puede responder. Con un temblor en las
piernas, se acerca definitivamente al escritorio y se derrumba sobre él. De
pronto el sol de julio se ha vuelto noche.
Publicada en Pausa #153, miércoles 6 de mayo de 2015
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