Dos santafesinos, Mariano Peralta y Diego Gentinetta,
salieron el 15 de septiembre de 2013 a pedalear por Sudamérica. Aquí, un
balance de los primeros 9 mil kilómetros.
Por Diego Gentinetta
Hace ya poco más de un año salimos de Santa Fe con la loca, pero firme, idea de recorrer
Sudamérica en bicicleta. Los doce meses de viaje nos encontraron en Venezuela,
más precisamente en Maracay. Tendidos ambos en sendas hamacas no quisimos hacer
el balance que sí nos vemos obligados a realizar para el periódico que usted
tiene en su mano. Cual borracho en Año Nuevo, los recuerdos se amontonan y
darles un orden a través de las palabras, merced de no aburrir a los
interlocutores, se vuelve una tarea compleja. Pero si pudimos pedalear más de
9000 kilómetros, podremos llevar adelante, con algo de dignidad, la tarea de
resumir lo vivido y aprendido a lo largo de seis países.
Gentinetta, Peralta y sus esforzadas posaderas de festejo en Cabo de la Vela, Colombia. La dupla sueña con su retorno triunfal a la ciudad.
En Argentina nos movimos con soltura por ser terreno conocido. Fue una larga despedida antes de pisar por primera vez tierra ajena: Bolivia. Allí fue donde menos contacto con la gente establecimos, donde más
rápido nos vieron pasar y donde más veces nos gritaron, con una especie de
burla y desprecio, “Gringos”. Ajeno a ello, pudimos observar un país con rasgos
muy diferentes al nuestro, con una identidad indígena fuerte, aunque relegada y
que ha podido tomar protagonismo de la mano de Evo Morales. Un país que, por su
complejidad, obliga y demanda más tiempo del que nosotros le y nos dimos.
Perú y Ecuador nos terminaron de preparar para la vida
nómade. Nos acercamos más a la gente, empezamos a vernos involucrados en
situaciones que jamás imaginamos, como la tarde en que terminamos en la cocina
de una comisaría tomando el té con un policía, él despojado de su uniforme,
nosotros de nuestros prejuicios. Nos llevamos la decepción de los votantes de
Ollanta Humala en Perú y el cambio que representó para los ecuatorianos los
gobiernos de Rafael Correa, con mejoras en infraestructura, empleo, educación,
pese a que muchos insistan con el versito de que viven en una dictadura. Sólo
un dato aportaremos en ese sentido. El día que llegamos a Ecuador había
elecciones de gobernadores y alcaldes. El oficialismo perdió en la mayoría de
los departamentos y en las principales alcaldías. Una semana después, en un
programa de radio, Correa reconocía la derrota y explicaba tales resultados
afirmando que su partido no había podido fortalecer las bases. Además, felicitó
a los vencedores.
En Colombia no nos encontramos ni con las FARC, ni con los
paramilitares, ni con los narcotraficantes. Nos encontramos con un pueblo que
se siente estigmatizado y a fuerza de solidaridad, simpatía, rumba, aguardiente
y hospitalidad intenta cambiar la imagen que otros se encargaron de proyectar.
Vimos cómo muchos tuvieron que resignarse en la disputa presidencial entre Juan
Manuel Santos y Óscar Iván Zuluaga, eligiendo al mal menor antes que al
candidato de Álvaro Uribe, “el jefe de los paramilitares”, bajo cuyos mandatos
la violencia armada se disparó. La esperanza que nos llevamos fue saber de
Gustavo Petro, alcalde de Bogotá, quien además de regalarnos la posibilidad de
ver a Calle 13, se posiciona como la opción más progresista en el país que
todavía no se sumó a la integración regional. Lo decepcionante fue, en otro
plano, ver cómo se nos escapó el Mundial de Brasil. En una fonda de
Barranquillas aquel día nos pusieron a prueba y logramos mantener la dignidad,
al no agredir a un grupo de colombianos que celebraban como si fuesen oriundos
de Frankfurt.
A Venezuela llegamos por tres motivos. El más obvio es
porque así estaba estipulado, los dos restantes tienen que ver con la situación
política del país. Por darle la contra a quienes nos advertían no pisar suelo
bolivariano y por saber realmente qué pasa por estos lados, entramos a un país
que ningún otro igualará. Pese a tener que comernos el discurso de una
oposición cegada y negada a cualquier concesión hacia los gobiernos de Hugo
Chávez, aquellos que nos cruzamos en el camino nos hicieron el viaje muy simple
y placentero. Por cercanía ideológica y por lo que hemos escuchado de ambos
bandos, se fortaleció nuestra inclinación al chavismo, bajo el cual, según los
opositores, nacieron todos los males de Venezuela, desde la falta de conciencia
vial hasta la corrupción. Sin embargo, creemos que por sus quejas en realidad
no toleran que los pobres, los ignorantes, los olvidados, se hayan vuelto de
repente visibles y gocen de ciertos privilegios.
Nosotros, como simples pasajeros, viajamos en medio de todas
estas dicotomías, de tantas contradicciones, y preferimos escuchar. Hablamos y
discutimos cuando el otro está dispuesto a discutir ideas y no a basar todos
sus argumentos en su vida personal. Con esto no queremos ponernos en una
posición de superioridad, sino simplemente evitar mandar a la mierda a alguien
que, tal vez, nos está brindando un plato de comida. Es el precio a pagar por
una barriga llena. Como dijo un amigo a propósito de las cosas que se pueden
escuchar por las calles (“gente como uno” o “el pobre tiene esa mentalidad, le
gusta vivir entre la basura”) y del retorno de Capusotto a la pantalla chica
junto a su personaje Micky Vainilla, por estos lados algunos son tan pop que a
Ceratti le dio el ACV en Caracas.
Después de permitirnos un poco de humor negro y de un
pseudoanálisis político-social, tenemos que reconocer que muchas de las
promesas que hicimos antes de comenzar este viaje fueron deliberadamente
incumplidas, puesto que pedaleamos de noche, alguna que otra vez medio embriagados
o considerablemente fumados, jamás cumplimos con la consigna de cinco días de
marcha y dos de descanso, apenas si respetamos las recomendaciones de la
nutricionista, desviamos la ruta cuantas veces pudimos, le hicimos caso a
cuanto desconocido se nos cruzó, nos metimos en todos los barrios periféricos a
los cuales nos invitaron, tomamos agua de dudosa procedencia y adosamos al
equipaje objetos innecesarios. Lo único que se mantiene firme y no negociamos,
es la idea de volver, cruzar el Puente Colgante, pedalear hasta la Plazoleta Rodolfo
Walsh y estrecharnos en un abrazo con nuestros seres queridos.
En Pausa #142, miércoles 24 de septiembre de 2014. Pedí tu
ejemplar en estos kioscos.
2 comentarios:
RESPECTO DE ESTE PAR DE CICLISTAS, TRIUNFAR EN QUE ?
"RESPECTO DE ESTE PAR DE CICLISTAS, TRIUNFAR EN QUE ?" como a que? a triunfar como "chavistas" si se ve que estan tan ocupados llevando el pais adelante que se van a bicicletear al pedo por el continente, para traer al pais... eso... como se llama?... e.... bueno ... eso...
"un pais con gente al pedo, digo... con buena gente."
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