La calle, por José Luis Pagés
Llueve y es noche cerrada cuando llaman a la puerta. R.
aparta el libro, abandona el sillón y abre la mirilla. La luz de las farolas se
refleja en la laguna. Vuelve sobre sus pasos y nuevamente se dispone a seguir
con la lectura junto al hogar. Llaman a la puerta. Molesto, pero intrigado, R.
cierra el libro y entonces descubre un sobre blanco en el piso del zaguán. La
carta no tiene sellos. El destinario es él, pero nada dice del remitente. Rasga
el papel y encuentra una hoja, anverso y reverso, en blanco. Quien ensobró ese
papel solo se tomó el trabajo de plegarlo cuidadosamente. Su nombre y dirección
fueron escritos con impersonal tipografía de imprenta. Entonces suena el
teléfono, pero cuando atiende y pregunta no tiene respuesta. Llueve y el viento
silba entre los árboles de la costanera vieja. Ahora recuerda la intranquilidad
de ella y el alacrán aplastado en el umbral al regresar de la cita. “Hay gente
enferma…”, se dice R. Aviva las brasas con el atizador, y otra vez en el sillón
agita el vaso, sorbe un trago y cierra los ojos.
Una vez más llaman a la puerta y el teléfono suena con
insistencia. Pero no hay qué temer con una Uzi al alcance de la mano. Dos días
después lo encontrarán allí mismo, pero con los ojos inmensamente abiertos y
los puños cerrados sobre el pecho. Uno de los peritos recogerá un segundo
alacrán aplastado bajo el peso de una novela policial.
En Pausa #141, miércoles 10 de septiembre de 2014. Pedí tu
ejemplar en estos kioscos.
Foto: Pablo Ferraro, Colección Gestos (Pausa-Fundación Bica, 2011)
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