Mil mates, por Fernando Callero
fernando.callero@gmail.com
El cartel de ARENERA, que bordea la ruta 11, yendo a Sauce,
me tiene cautivado desde que lo vi por primera vez, hacia finales de los 90.
Esta palabra es muy fuerte, tiene forma de logo de banda heavy metal. Las A
parecen empujar con sus torres hacia dentro para contener y comprimir los
sonidos que simétricamente se disponen en el centro, y en ese rigor circulante
un lado al otro por escapar, a la manera de las luces del auto fantástico. Qué
pasa con estos moldes fónicos, con este diseño que en la grafía se hace más
patente, como también en las experiencias de escuchar una lengua ajena.
Recordemos la palabra BÁRBAROS, que tiene su origen en cómo escuchaban los
griegos a los “balbuceos” incomprensibles de los extranjeros. Incomprensibles
pero identificables por las recurrencias fónicas propias del uso de su lengua.
Se me ocurre pensar algunas cosas relacionadas con una
intuición que voy a tratar de apuntar lo más claramente desde el principio en
forma de preguntas. ¿Continúa siendo la repetición la estrategia mediadora más
confiable a la hora de enseñar la lengua? ¿Sobre qué nuevos formatos didácticos
se desarrolla hoy día la interfase del niño con los signos en contextos
culturales informatizados o semi informatizados?
A pesar de que las cantinelas escolares siguen practicándose
en ámbitos formales de primera escolarización, un gran porcentaje de los niños
en nuestro contexto más cercano convive con medios electrónicos, consolas,
computadoras, teléfonos celulares y, de no ser así, con una extensa
programación de canales infantiles afectada por nuevas formas de comunicación
que desde hace un tiempo se han expandido como estándar y donde la lengua
discurre casi sin apelar a la repetición. (Comparemos apresuradamente el bodrio
que significa la letra del Payaso Plin Plin frente al éxito popular infantil El
sapo Pepe.
Tutú, cucú, nene, nena, mamá, Ema amasa, Susana no sé qué,
suenan ya a sustrato decimonónico de formas didácticas perimidas.
Lo mismo en el caso de la educación estética que hemos
recibido las generaciones preinformatizadas. En la escuela, sí, pero esa
fórmula se extendía a todo tipo de espectáculos, circos de barrio, obras de
teatro infantil, programas infantiles, como Carlitos Balá, Cacho Bochinche,
Telejuegos, Pipo Pescador, el duo musical Edu y el Pollo, las canciones de
María Elena, que usaban continuamente estos patrones repetitivos que de
Saussure destacó en la poesía germánica primitiva y que luego se fueran
introduciendo como régimen en el uso comunicativo de las lenguas naturales.
Puede ser que me esté apresurando, pero creo que el éxito de
los soportes tecnológicos actuales está en proveer a los hablantes incipientes
una destreza que no proviene ya del ensayo que supone la repetición, sino de la
confianza puesta en que los niños poseen un espectro más amplio de
inteligencias correlacionadas que hacen posible la aceleración de la
apropiación de los códigos. Seguiremos ensayando en una próxima columna.
En Pausa #141, miércoles 10 de septiembre de 2014. Pedí tu
ejemplar en estos kioscos.
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